El movimiento islamista chií que tomó el control de amplias zonas de Yemen lanza ataques con misiles y drones contra Israel. Secuestró el domingo un carguero propiedad israelí en el mar Rojo
Sus posiciones están a 1.600 kilómetros de Israel pero se han convertido en la última amenaza seria a la que se enfrenta Tel Aviv, en mitad de una operación terrestre que se cobra ya más de 13.000 vidas en la Franja de Gaza. Los hutíes, el movimiento islamista chií que integra el bautizado como “Eje de la Resistencia” financiado y armado por Irán, son unos enemigos temidos y curtidos en los reveses capaces de lanzar misiles con Israel como destino o secuestrar buques en el mar Rojo “para ayudar a los palestinos en su victoria”.
“Es una advertencia bastante seria. Los hutíes no lanzan amenazas vacías”, apunta a El Independiente Hisham el Omeisy, un reputado analista yemení. Pocos como él conocen a los hutíes. En 2017 fue arrestado por miembros del grupo y permaneció seis meses en confinamiento solitario en una prisión de Saná. Meses después de su liberación, huyó del país. “Por alguna razón la gente sigue subestimando a los hutíes. Estamos hablando del estratégico estrecho de Bab al Mandab, donde los hutíes saben bien que su acción afectaría directamente al comercio internacional”, sostiene el experto, testigo y víctima de su fulgurante ascenso en Yemen, la nación más pobre de la península Arábiga.
Nacidos en las montañas del norte de Yemen
Los hutíes o Ansar Alá (“Los partisanos de Alá”, la denominación oficial del grupo) es un movimiento islamista chií que desde 2014 controla amplias zonas de Yemen. Nació a principios de la década de 1990 en campos de verano escolares que pregonaban la paz y el regreso a las esencias del zaidismo, una rama del islam chií que venera a Zaido ben Ali, el bisnieto del imam Ali que se levantó contra los omeyas en el 740 -cuando su capital aún residía en Damasco, años antes de que su último superviviente escapara hacia Córdoba– y pagó su osadía con el martirio.
Llevan la resistencia ante los reveses en su ADN. Desde las montañas de la norteña Saada -capital de la provincia homónima, a 1.800 metros de altura- han logrado dominar Yemen. Sus miembros guardan desde su indumentaria la tradición del norte del país: lucen un “thoob”, túnica de color claro; una chaqueta oscura; un chal marrón sobre los hombros; y la “jambiyya”, una daga curva ajustada a la altura de la cintura por un ancho cinturón ornamental. En apenas tres décadas se han convertido en la pieza central de un país que es un laberinto de facciones tribunales, desde los separatistas del sur a la rama local de los Hermanos Musulmanes o las huestes de Al Qaeda y el Estado Islámico.
Los hutíes deben su origen a Husein Badreddin al Huti, hijo de un conocido clérigo zaidí de Saada que estableció el grupo y lo lideró hasta su muerte a manos de las fuerzas gubernamentales en septiembre de 2004, tras meses de insurgencia. Desde entonces, el movimiento ha rendido honores a su fundador tomando su nombre. Han sabido moverse en los pliegues de un Estado fallido. “Si le preguntas a los hutíes, te dirán que han estudiado otros movimientos en busca de pistas sobre cómo operar y que las pusieron en práctica en el transcurso de seis guerras con el Gobierno entre 2004 y 2010. Si le preguntas a sus rivales, te dirán que el apoyo externo de Irán ha sido decisivo”, explica Peter Salisbury, especialista en Yemen del International Crisis Group.
En mitad de la contienda, los hutíes pusieron en jaque a la vecina Arabia Saudí y su oro negro
“En realidad, ha sido una gran cantidad de factores diferentes, incluidos las rivalidades intrarregionales antes de la guerra y el matrimonio de conveniencia entre los hutíes y el ex presidente que desencadenó la guerra”, agrega. En 2017, los hutíes lanzaron con éxito un órdago público: ejecutaron en público a Ali Abdalá Saleh, el autócrata de gobernó el país durante 33 años hasta su ocaso precipitado por las revueltas árabes y con el que se habían aliado en su asalto al poder.
La frágil tregua alcanzada el año pasado ha puesto en suspenso una guerra civil que desde 2014 se ha cobrado 377.000 vidas, entre ellas, 150.000 víctimas directas de la violencia y el resto por la propagación de la hambruna y enfermedades como el cólera y la difteria. En mitad de la contienda, los hutíes pusieron en jaque a la vecina Arabia Saudí y su oro negro. En 2019 firmaron los ataques con drones contra dos instalaciones de la petrolera estatal Aramco, la compañía más rentable del planeta, que interrumpieron la mitad de la producción de crudo del reino y sembraron el pánico en las bolsas de medio mundo.
Resistieron a siete años de bombardeos saudíes
Ni siquiera pudo con ellos la intensa campaña de bombardeos llevada a cabo por una coalición árabe liderada por las dos potencias regionales, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, que entre 2015 y 2022 descargó más de 25.000 ataques aéreos sobre Yemen, con más de 24.000 víctimas. Frente al hostigamiento vecino, los hutíes han recibido financiación y entrenamiento de Teherán. “Irán ha proporcionado misiles a los hutíes. Comandantes de la Guardia Revolucionaria Iraní enviados sobre el terreno ayudaron a los hutíes a desarrollar tecnologías de fabricación de misiles y drones”, explica a este diario Nadwa al Dawsari, analista del Middle East Institute con más de dos décadas de experiencia en Yemen.
Comandantes de la Guardia Revolucionaria Islámica ayudaron a los hutíes a desarrollar tecnologías de fabricación de misiles y drones
“Los hutíes probaron estos misiles en ataques transfronterizos contra Arabia Saudí. Muchas de estas armas y piezas de armamento se introducen de contrabando a través del mar Rojo. Los hutíes también han heredado el arsenal de misiles y armas del gobierno yemení cuando capturaron la capital, Saná, y bases militares cuando el gobierno perdió el control en 2015”, agrega la experta. El domingo miembros del grupo apresaron en el sur del mar Rojo un buque de carga de la compañía Galaxy Leader, una empresa registrada en la Isla de Man pero participada por una compañía con sede en Tel Aviv. El navío está operado por Japón.
El Gobierno israelí describió el asalto como “un acto de terrorismo iraní” que pone en jaque la seguridad marítima internacional en una zona realmente sensible. Más del 10 % del comercio mundial circula anualmente por el mar Rojo. Las primeras imágenes del secuestro, difundidas a última hora de este lunes, muestran a militantes hutíes aproximarse al buque con lanchas rápidas y asaltar la cubierta del carguero a bordo de un helicóptero, poco antes de apuntar sus armas contra la tripulación.
Bajo el lema “Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, malditos sean los judíos y victoria del islam” -su grito de guerra-, los hutíes se han reivindicado como un frente más en la contienda entre Israel y Hamás. Otra de las coordenadas de la escalada regional junto a la que constituye Hizbulá en la frontera con Líbano. Desde octubre los hutíes han lanzado misiles balísticos y drones con el territorio israelí como destino. Su portavoz militar Yahia Saree ha prometido más ataques “para ayudar a los palestinos en su victoria”. Buques, baterías antimisiles y cazas israelíes han interceptado la mayoría de las arremetidas antes de caer en suelo israelí. El 9 de noviembre, sin embargo, un dron hutí Sammad 3 impactó una escuela de Eilat, en el sur de Israel. “Estamos llegando. Esperen para la sorpresa”, rezan en hebreo unos carteles difundidos por el grupo.
“Una oportunidad de oro”
A El Omeisy no le queda duda de que los hutíes contribuirán a la intensificación de las hostilidades. “Escalarán el conflicto. Se trata de una oportunidad de oro para que los hutíes se conviertan en transnacionales y, al mismo tiempo, se suban a la ola regional de descontento por la inacción de la comunidad internacional”, opina. A su relevancia internacional ayuda, además, la relativa calma que ha impuesto el alto el fuego firmado en 2022 y las conversaciones que Arabia Saudí mantiene con los hutíes para salir de una costosa guerra y reconocer, a cambio, su legitimidad en un país dividido “de facto”, entre los hutíes en el norte y los separatistas del sur.
En sus alocuciones públicas, su portavoz culpa a Israel y “sus continuos crímenes” de la inestabilidad en Oriente Próximo y promete seguir ejecutando ataques “hasta que cese la agresión israelí”. Lo hace con la determinación del grupo que bajó de las montañas, gobierna un país y ahora amenaza una de las rutas del comercio mundial. “Si la guerra se intensifica con la participación de Irán y sus representantes, los hutíes podrían amenazar la navegación internacional en el Mar Rojo, lo que afectaría a todos, no sólo a Israel”, avisa Al Dawsari.
Tienen rédito que extraer. “Los hutíes están siendo aplaudidos incluso por sus peores enemigos en Yemen por golpear a Israel. Dado el fuerte resentimiento hacia Israel y la compasión por la causa palestina, podría ayudar a los hutíes a reclutar combatientes. Siempre han descrito su causa como una guerra contra el ‘enemigo sionista y Estados Unidos’, por lo que el conflicto en Israel no hace sino validar su reivindicación. Cualquier escalada será buena para los hutíes y se producirá a expensas de la paz en Yemen”, concluye.