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¿Qué objetivo tiene la polémica sobre el “burkini”?

En algunas playas francesas las autoridades han prohibido que las bañistas vistan una prenda, que se ha dado en llamar “burkini”, usada por algunas mujeres musulmanas para cubrir su cuerpo.

Sobre este asunto habría que precisar lo siguiente:

Estamos ante un nuevo caso de legislación orientada hacia un colectivo específico, algo contrario a los principios elementales de un estado de derecho democrático. Es obvio que esta prenda no provoca daño a nadie, ni supone ningún peligro.

Algunos alegan que hay que prohibir el “burkini” porque atenta contra la dignidad de la mujer y contra la igualdad entre sexos. Tenemos los testimonios de portadoras de la prenda que han rebatido ese argumento: Laure Rodríguez, miembro de Red Musulmanas, dice que «si la intención es liberarnos no tiene sentido hacerlo prohibiéndonos algo. Es contradictorio. Y sea patriarcal o no esa forma de vestir, prohibirlo atenta contra nuestros derechos». Hallar Abderrahaman argumenta: «Yo uso burkini porque me da la gana. Porque soy libre para llevarlo» (El Mundo, 19.8.16). Escriben algunos internautas: «Muchos dicen que las que llevan velo o burkini es contra su voluntad. Entonces exigen quitárselo… contra su voluntad» (Pacífico de Vocación). «“El burkini es una forma de opresión a la mujer, vamos a imponerle cómo debe ir a la playa”. Muy lógico todo» (Jen M. D.).

Aunque supondría incurrir en el paternalismo y tratarlas como a menores de edad, asumamos que estas mujeres están alienadas por su sistema de creencias; ¿acaso prohibirles llevar esa prenda va a contribuir a que se liberen? No, sino todo lo contrario. Desde luego, ninguna va a quitarse el “burkini” y ponerse en bikini; simplemente perderán su derecho de acudir a la playa y a convivir en ella con otro tipo de personas (o se arriesgarán a que las denuncien y tengan que pagar 38 euros por cada baño). Y si el objetivo es que se asimilen a las costumbres occidentales, estas multas son a todas luces contraproducente.

En muchas playas se puede ver a mujeres con traje de neopreno que les cubre todo el cuerpo, como el de la imagen de la derecha. ¿Se acercará la policía a interrogarlas sobre si lo llevan por deporte, o si lo hacen por motivos religiosos? ¿Preguntará también a los hombres buceadores los motivos por los que se cubren? Queda en evidencia lo absurdo que resulta prohibir formas de vestir basándose en motivos ideológicos, tratando de penetrar en la conciencia de un grupo concreto de personas, las mujeres musulmanas. ¿Tan difícil es dejar que cada cual vista como quiera y por los motivos que quiera?

Paradójicamente, con este afán de “liberar” a las mujeres (incluso con la propia polémica) lo que se provoca es perjudicarlas poniéndolas en el punto de mira, estigmatizándolas e incluso criminalizándolas.

Las prohibiciones y la polémica han conseguido generar un problema donde no lo había, así como avivar la islamofobia, sin beneficiar a nadie, ni a corto ni a largo plazo.

Cuando se trata del islam, coinciden en esta obsesión prohibicionista sectores de la derecha tradicionalista, de la derecha neo(anti)liberal y de cierto “progresismo” pseudolaicista.

Puestos a legislar sobre la discriminación de la mujer, o sobre la ostentación de símbolos religiosos en la playa, considérense estas imágenes

No faltan quienes alegan que la ablación genital de las niñas también la practican mujeres. La comparación es disparatada y malintencionada: en primer lugar, porque se asocia al colectivo musulmán con la ablación, cuando se trata de una práctica ancestral preislámica que afecta a un pequeño porcentaje de las musulmanas del mundo y que también practican millones de personas de otras creencias, incluidas las cristianas. En segundo lugar, porque la ablación provoca un gravísimo daño físico y moral, es irreversible y conlleva riesgo de infección e incluso de muerte, consecuencias que de ningún modo tienen el velo o el “burkini”.

La siguiente viñeta plantea otra curiosa paradoja ético-legal:

El propio nombre que se le ha dado no es inocente: la prenda no se parece al burka, porque la principal característica de este es que oculta totalmente el rostro y el contorno del cuerpo femenino, algo que no ocurre en absoluto con el “burkini”. Se parece mucho más al hiyab, por lo que en todo caso debería llamarse algo así como “hiyabkini”. Al designarlo como “burkini” se asocia esta vestimenta con la opresión de las mujeres afganas por parte de los talibanes (movimiento originario del wahabismo saudí, cosa que suele olvidarse), de modo que se logra estigmatizar al colectivo musulmán y provocar en el resto de la población el miedo y el rechazo hacia esta minoría. Y dado que hay lugares de Europa donde se está prohibiendo el burka, la asociación entre “burkini” y burka contribuye a promover estas legislaciones prohibicionistas.

¿Y de dónde puede proceder esta información? ¿Cómo el alcalde de una ciudad tan grande y con tanta riqueza cultural puede permitirse expresar esta idea con tanta facilidad? ¿Qué especialista en grupos terroristas o en el islam asocia una vestimenta a la adhesión al terrorismo? Nadie.

Es evidente que el alcalde debe informarse sobre los motivos de los atentados en Francia, las personas víctimas de estos crímenes y la implicación del Gobierno francés en esta guerra moderna.

Si este señor hubiera tenido la inteligencia de estudiar el tema, se habría dado cuenta de que las primeras víctimas de los terroristas son los propios musulmanes, ya sea en Siria, Irak o incluso en Francia.

De hecho, los civiles musulmanes también son asesinados por las intervenciones militares de Francia y de los demás gobiernos implicados en la guerra en Siria.

El colmo de la estupidez, de la maldad, o de ambas, lo representa el alcalde de Cannes, que defiende la prohibición de «las prendas ostentosas que hacen referencia a una adhesión a movimientos terroristas que nos declaran la guerra». En un breve y contundente artículo, la escritora Ikram Ben Aissa responde a este político:

«Que nadie se engañe: la persecución del burkini solo es otro síntoma del liberticidio galopante en la Francia del estado de excepción. Reflejo, a su vez, de la marcha mundial hacia el Estado Globalitario. (Naturalmente, la masa de la población sigue convenientemente ciega)» (Pacífico de Vocación).

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