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Que «la renta» no nos saque de nuestras casillas

Iniciada la nueva campaña de la renta, volvemos a encontrarnos en la declaración con muchas casillas que podríamos llamar ‘de obligado cumplimiento’, y dos que son ‘de libre elección’: la de aportación “a la Iglesia católica” y la que destina dinero “a fines sociales”. Si alguien marca la de la Iglesia, un 0,7 % de su aportación anual a Hacienda irá a parar íntegramente a esa organización religiosa, por lo que no extraña la fuerte campaña (“X tantos”) que ésta hace para que la gente ponga el aspa –o, en este caso, la cruz–.

            No se entiende que, en un Estado aconfesional, éste se dedique a pasar el ‘cepillo’ para la Iglesia, a recoger lo que los fieles de ésta quieren donarle. Pero lo asombroso es que los fieles que marcan la casilla ¡no donan nada! Mejor dicho, ¡no aportan nada extra para su Iglesia: pagan lo mismo a Hacienda, marquen o no marquen la casilla! ¿Qué truco es este, por el que los supuestos donantes no donan, pero la Iglesia sí que recibe? Sencillamente, el dinero que se destina a costear el clero (‘tantos’ curas, la Conferencia Episcopal…) y ‘el culto’… procede de todos los contribuyentes, también de quienes no han marcado la casilla. En otras palabras, el cepillo lo rellenamos incluso quienes no queremos: digamos que esa pasta nos la cepillan. Y es un dinero no disponible para las necesidades comunes de los ciudadanos: sanidad, educación, infraestructuras…

            ¿Y qué hay de la casilla de ‘fines sociales’? Pues, de nuevo, no aporta nada adicional quien la marca (y puede marcar las dos), y el dinero retraído es de todos. En este caso, no va a parar a la Iglesia… más que casi la mitad de lo recaudado: gracias a asociaciones como Manos Unidas, Cáritas, y otra cuarentena. El resto va a diversas ONGs que, como la Iglesia, piden “¡que me aspen!” aunque eso reste mucho significado a lo de “no gubernamentales”. Piensa inocentemente uno: si estos ‘fines sociales’ son tan importantes, hasta el punto de que hay campañas estatales para que pongamos el aspa, ¿no deberían estar contemplados en los Presupuestos generales del Estado, bajo control parlamentario, y no depender así del aspero capricho?

            En suma, mediante el IRPF, la Iglesia consiguió el año pasado unos 367 millones de euros: 247 de su casilla propia y unos 120 de la casilla ‘social’. Respecto a la primera, considerando el porcentaje –más del 70 %– de católicos que se dice que hay en España, cabría esperar mucho más, pero es que ¡menos de un 35 % de los contribuyentes se decidieron a hacer la ‘donación gratuita’: pues anda que si el dinero saliera realmente de sus bolsillos! Hace unos años hubiera sido menos, porque iba a la Iglesia ‘sólo’ el 0,52 % de lo recaudado en el IRPF, pero Zapatero –sí, aquel “laicista radical”– lo subió al 0,7 % para compensar sobradamente el ‘perjuicio’ que la Iglesia sufrió al tener que pagar el IVA como todo hijo de Dios, por exigencia europea: hermoso ejemplo de “hecha la ley, hecha la trampa”. Si sólo por esto alguien piensa que “así se las ponían a Felipe II”, ha de saber que éste sería un mindungui, pues el dinero que por esa vía recoge la Santa Madre es poco más del 2 % del total: ¡la Iglesia católica recibe anualmente más de 11.000 millones de euros del Estado!, más de un 1 % del PIB. Esto es un cálculo a la baja hecho por Europa Laica, en el que no aflora todo por la enorme opacidad en estos asuntos (hasta los datos sobre marcación de la casilla eclesial sólo los hace públicos la propia Iglesia). La cifra sale de considerar exenciones tributarias, financiación de escuelas y hospitales, mantenimiento de patrimonio, etc., etc.

            En los Acuerdos de 1979 entre España y ese Estado extranjero conocido como “Santa Sede”, que ponían al día el Concordato franquista de 1953 sacando la lengua a la aconfesionalidad estatal proclamada por la Constitución, la Iglesia se comprometía a autofinanciarse en tres años. Otra broma notable: ya van 34, y no sólo no se ha dado paso alguno hacia ese objetivo, sino que nos hemos alejado notablemente de él. De hecho, en la calamitosa situación económica actual, la Iglesia puede cantar con Supertramp “Crisis, what crisis?”, pues medra a costa del erario público y no le afecta recorte alguno. Al contrario, dado que las respuestas a muchas situaciones de pobreza se están derivando a la caridad en vez de a la justicia, la Iglesia se hace receptora de cada vez más recursos públicos. Y es sabido que una organización católica como Cáritas, en realidad apenas reparte bienes de la Iglesia: en torno a un 2% del total; el resto procede de particulares y, de nuevo, del Estado.

            Hay quienes tienen una ilusión: que Francisco sea realmente el papa de los pobres. Cuesta creerlo, pues “papas a lo pobre” no conocemos más que en la cocina, pero si es así, obligará, entre otras cosas (anticipándose a lo que haría un gobierno decente), a que la Iglesia española deje de recibir esos más de 11.000 millones de euros anuales del Estado, e incluso exigirá que se devuelva a todos lo recibido indebidamente los años anteriores. Lo que aliviaría de manera muy notable la crisis.

            Mientras esperamos con fe y esperanza esa, más que caritativa, justiciera decisión, ayudemos a Francisco siguiendo aquello de “a Dios rogando…” y demos un poquito con el mazo no marcando casillas que no son las ‘nuestras’, las de todos. Que no nos saquen de nuestras casillas, que no nos tomen “X tontos”.

Juan Antonio Aguilera Mochón

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