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¿Qué hay del «no matarás»?

Según Amnistía Internacional, en el 2006 había entre 19.000 y 25.000 personas condenadas a muerte en el mundo, y de ellas un mínimo de 1.595 fueron ejecutadas en 25 países. El 90%, en EEUU, China, Irán, Irak, Sudán y Pakistán.

Según otras fuentes, estas cifras aumentan considerablemente, ya que en muchos casos ampara a la noticia un secretismo que los gobiernos quieren mantener a toda costa. El modo como las distintas constituciones contemplan la pena de muerte da cuenta de la imaginación de sus países: inyección letal, ahorcamiento, lapidación, etcétera.
 La pena de muerte tiene un denominador común: igual se da en los países que se llaman cristianos que en los musulmanes o de otras religiones. Y en los países en que no es legal se ha logrado erradicar no precisamente por la protesta y lucha de los estamentos religiosos.
 "No matarás", nos enseñaron cuando estudiábamos los Mandamientos de la ley de Dios, y, que yo sepa, no había excepciones. No se decía, por ejemplo, "se matará solo en caso de que el delito del condenado sea moral, o económico, o de traición al Estado. O, como en China, por malversación de fondos, fraude fiscal y delitos relacionados con la droga". Tal vez me equivoco, pero a lo largo de mi vida nunca he visto a los grandes de la Iglesia, de ninguna Iglesia, manifestarse institucionalmente contra la pena de muerte aceptada y practicada en tantos países. Ni siquiera cuando el delincuente era un menor o una persona con graves enfermedades mentales. Ni mucho menos al demostrarse que las personas condenadas eran inocentes, como lo son tantísimas personas encarceladas durante años esperando la ejecución, para que la justicia acabe reconociendo que las pruebas presentadas eran falsas.
 Y, sin embargo, la pena de muerte, prohibida por el quinto mandamiento, es la forma más extrema de pena cruel, inhumana y degradante, constituye una violación del derecho a la vida y, ade- más, es irreversible. Por si esto fuera poco, ¿acaso logra erradicar los delitos? No parece que así sea, a la vista de la cada vez más numerosa población carcelaria de EEUU.

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