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¿Qué es un funeral de Estado?

El terrible accidente del 20 de agosto en Barajas causó, sin duda, un enorme dolor en las víctimas y en sus familiares, en todos quienes, en primera persona, se vivió la tragedia. Y seguramente en toda la sociedad. Sea lo que fuere lo que causó el accidente, lo cierto es que 154 personas murieron en él y aún quedan heridos convaleciendo (y familias y amigos sufriendo, seguramente por mucho tiempo).

Que esa sociedad dolida quiera honrar y recordar a los que fallecieron en el accidente es perfectamente comprensible. Y que lo quiera hacer con la máxima solemnidad, el máximo respeto y las más altas Instituciones: el Jefe del Estado, el Presidente del Gobierno, los Presidentes de las Comunidades Autónomas afectadas, los Alcaldes… todos quienes, por su cargo, representan al pueblo soberano. Que se haga un funeral de Estado (máxima Institución que engloba todas las demás), por ello mismo es perfectamente comprensible.

Sin embargo, que ese funeral en el que estamos representados todos los ciudadanos consista en la ceremonia religiosa de una confesión, oficiada por uno de sus líderes espirituales, es cuando menos discutible. Por supuesto que lo importante ahora no es eso, sino honrar respetuosamente la memoria de quienes murieron y hacer sentir, a quienes aún hoy sufren, nuestra solidaridad y compañía. Pero lo uno no quita lo otro.

Si en la ceremonia religiosa del día once estuvieron presentes el Sr. D. Juan Carlos de Borbón y Borbón, el Sr. D. José Luís Rodríguez Zapatero y la Sra. Dña. Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, no tengo nada que decir. Si quienes estuvieron fueron el Rey de España, como Jefe del Estado, el Presidente del Gobierno de España y la Presidenta de la Comunidad de Madrid (por solo citar a algunos de los presentes) sí debo protestar. Les agradezco que, en mi nombre y en el de muchos, hayan acompañado a los familiares y amigos de los muertos, pero les reprocho que lo hagan en una Catedral, con el Cardenal Arzobispo de Madrid como oficiante porque constitucionalmente el Estado no tiene ninguna religión.

Jesús Pichel Martín es Profesor de Filosofía

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