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¡Qué cruz!

¡Qué cruz la que le ha caído a la democracia española!

Es una pesada cruz la que soporta el Estado español teniendo que aguantar un confesionalismo intolerante que acepta la democracia sólo en la medida en que le favorece según la ley del embudo. Aparte agendas del Gobierno, es un calvario de sucesivas andanadas confesionalistas el que tiene que padecer una sociedad española que quiere vivir en democracia. No ayuda mucho -todo lo contrario- una derecha política que se encarga de remachar los clavos de la intransigencia eclesiástica: al neoconservadurismo del PP no le sirve el liberalismo ni de fachada.

Es férrea ley del embudo la que aplica una mentalidad nacional-católica como la del cardenal Rouco cuando califica de "antidemocrática" la iniciativa parlamentaria pactada entre PSOE y ERC instando al Gobierno a que en su momento proceda a la retirada de símbolos religiosos -y los crucifijos lo son- de las escuelas, al amparo de la futura reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa, aplicando lo que nuestra Constitución en verdad reclama y lo que el Tribunal de Estrasburgo sobre Derechos Humanos ha dictaminado recientemente.

Es poner el embudo a su favor el decir que con tal iniciativa se pretende una "imposición" contraria no sólo a la fe -entendida al modo del cardenal-, sino también contraria, al parecer, a la tradición cultural -de la España católica-. Con lo fácil que es reparar en que la imposición es lo contrario: mantener símbolos de una religión en espacios sociales como son los de la escuela pública, que debe ser lugar de convivencia entre los diferentes presidido por el principio de laicidad.

Y no sólo se trata del uso abusivo del embudo marcando la pauta, sino que también resulta -y quizá lo entienda mejor el cardenal Rouco y quienes comparten su punto de vista- que se verifica el viejo dicho de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Quienes miran la realidad española con ojos nacional-católicos llevan clavada tal viga que no ven los privilegios que tratan de mantener, a la vez que con aguda mirada detectan cualquier presunta mota en los ojos de los demás, agrandándola indebidamente como, por ejemplo, al calificar de "laicismo agresivo" cualquier reivindicación de laicidad democrática.

¡Qué difícil es -al parecer- que un obispo entre en el reino de la democracia! Casi está uno por recordar que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja.

En fin, como ya dije en algún otro momento y seguro que habrá que decirlo de nuevo más adelante: ¡qué pena que ciertos pastores de la Iglesia católica se preocupen tanto de los crucifijos y tan poco de los crucificados! No se les juzgará por los crucifijos que mantengan, sino por los crucificados a cuyo lado se pongan. ¿No decía algo de esto el capítulo 25 del evangelio de Mateo?

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