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¡Pues claro que es la religión!

la causa del reciente asesinato colectivo en París tiene su raíz en que tres religiones monoteístas desprecian a todas las demás

Un principio básico dice: “un problema mal planteado es un problema que no tiene solución”. Cuando alguien se empeña en plantear mal un problema sólo cabe una disyuntiva:

a.- es un incompetente al que el gobierno ¡igualmente incompetente! encargó de hacer lo que no sabe,

b.- no quiere resolver el problema, pero quiere engañarnos haciéndonos creer que sí quiere hacerlo.

Las guerras se clasifican en tradicionales y de religión:

Las tradicionales son un robo colectivo legalizado. Una “banda”, se le suele llamar “tribu” o “pueblo”, quiere tomar la riqueza de otra, u otro. El robo lo legalizan los jefes de la “banda”, “tribu” o “pueblo” de ladrones: los políticos que declaran legal el robo y le llaman “guerra”, si se dan tres requisitos:

a.- decirle a la futura víctima que debe hacer lo que tú quieres, normalmente darle algo que es suyo;

b.- amenazarle con que si no haces o le das lo que le pides se lo robarás y si se resisten los matarás;

c.- inicias la invasión y llegas hasta el genocidio si hay resistencia que al ser sólo de nacionales es genocidio

El argumento que legaliza la guerra es hipócrita porque ilegaliza ese comportamiento al detall:

a.- el ladrón (no político como en el caso anterior) te dice que hagas lo que dice; suele ser que le des algo,

b.- amenazarle con que si no haces o le das lo que le pides se lo robarás y si se resiste lo matarás;

c.- inicias el uso de la fuerza y llegas hasta el asesinato si hay resistencia.

Una se llama guerra legal; el otro se llama robo ilegal. No hay ninguna diferencia. Ambos cumplen los tres requisitos. Sólo que unos trabajan al por mayor: son multinacionales; otros al detall: son autónomos. Da igual; quiero decir a la víctima: si le roban se queda sin lo robado; si le quitan la vida se queda muerta.

En todo caso guerras y robos son algo natural. La naturaleza no soporta el desequilibrio. Si en un lugar hay mucha presión y en otra poca se crea una corriente (en el caso del aire se llama viento); cuando las presiones se igualan se recupera el orden. Si a un recipiente con agua se le añade una gota de tinta las se produce un desequilibrio de concentraciones. La naturaleza hace que el color de la tinta se distribuya en todo el volumen hasta que la concentración sea la misma y se alcance el equilibrio que es el orden. Si se acumula riqueza (tinta) en una parte de la sociedad (alta concentración) se violenta el equilibrio y el orden (la igualdad de concentración, de riqueza, es el equilibrio). Su mantenimiento solo es posible violentando las leyes (la violente presión de la policía). Al final siempre se recupera el orden por las buenas o por una violencia que exige la propia naturaleza (la revolución).

En el caso de las guerras de religión, por el contrario, todo lo que ocurre es antinatural empezando por los dioses, esos extraterrestres que no son una realidad natural sino sobrenatural porque no son seres reales que vivan en la tierra, aunque a veces se encarnan en diversos mortales, sino seres imaginarios, puros espíritus que viven en un mundo espiritual, al que los creyentes en extraterrestres llaman paraíso.

Mientras las “bandas, tribus o pueblos” eran politeístas y repetían su propia estructura jerárquica terrena en dioses extraterrestres donde uno era más jefe y otros tenían menos poder, pero tenían iguales vicios y virtudes que los mortales todo iba bien. Los creyentes en esos extraterrestres divinizados creían que les ayudarían a vivir; en cambio los ateos que creían en los políticos terrestres también creían que los políticos les ayudarían a vivir mejor. Unos y otros admitían las jerarquías, terrestre y extraterrestres. Los romanos, gente sensata, añadían los dioses extraterrestres ¡en igualdad de jerarquía con los suyos!, en los que tan pocos creían, en su panteón – palabra griega que significa “todos los dioses”. Pero ¡eso sí! en cuanto a sus jerarquías terrestres (Herodes, Ptolomeos, etc.) exigían su subordinación al emperador.

La guerra de religión fue un invento judaico. A su extraterrestre lo declararon el único verdadero: una discriminación totalitaria; dedicado a protegerlos solo a ellos: una discriminación antidemocrática; que se dedicaba a ordenarles el genocidio sistemático de todas las demás “bandas”, “tribus” o “pueblos” que se encontraran en su camino si no aceptaban ser expoliados de sus bienes y convertirse en seres con menos derechos que ellos: una discriminación racista intolerable.

Una de sus sectas, los cristianos, heredó esa misma intolerancia. Eliminaron el racismo al admitir a todos los que creyeran en ese extraterrestre, paradójicamente el mismo que los judíos, los únicos contra los que practicaban, en trato recíproco, la misma discriminación racista que ellos.

Siglos después una tercera “banda”, “tribu” o “pueblo”, los musulmanes, se declaró creyente del mismo dios judeocristiano. Recibió “distintos” mandatos a través de “otro profeta más” Mahoma, que no coincidía con los que los anteriores “profetas” según los interpreten los imanes, los sacerdotes o rabinos. ¿Enviaba tres mandatos distintos o es que ninguno sabe entender lo que les dice el extraterrestre?

Que ahora la mayoría de los que cumplan ahora sus “irracionales mandatos” más al pie de la letra que otros coincidan en uno de los tres grupos de creyentes no altera en nada la realidad esencial: la causa del reciente asesinato colectivo en París tiene su raíz en que tres religiones monoteístas desprecian a todas las demás, les reprocha que sus dioses son falsos y que creen a pies juntillas los mandatos que sus respectivos oráculos – ¿o debería decir orates? – dicen que el mismo dios les ha dicho. Que sólo unos pocos creyentes sean consecuentes con el mandato recibido (¿) sólo permite alabar la infidelidad de la mayoría.

¡Claro que es la religión!: las tres son irracionales, como todas, pero son antidemocráticas por monoteístas y algunas, además, racistas. De su existencia y protección legal es donde está el problema.

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