Hay hechos que pueden hacer que ciertas ideologías se tambaleen. Hay hechos cuya difusión puede causar una importante repercusión social, sanitaria, incluso moral. Podemos optar por negarlos, por divulgarlos, o por ocultarlos. La oscuridad (en contraposición etimológica a ilustración) acostumbra a presentarse como un acto de responsabilidad. La posmodernidad y su disfraz lingüístico. En ocasiones llamamos responsabilidad a lo que realmente es censura.
Para ponernos en situación imaginemos que un hecho disparatado es cierto. Por ejemplo, se ha comprobado científicamente que las personas de color son intelectualmente inferiores a las blancas. (Obviamente esto no es así, pero sirve de ejemplo). ¿Qué hacemos con este hecho? ¿Es posible divulgar este hecho de forma responsable? ¿Lo responsable sería ocultarlo? Si optásemos por censurarlo, la razón a la que se apelaría es la responsabilidad social. Se ocultaría para prevenir un mal mayor, como dotar de argumentos a los movimientos xenófobos. No obstante, si un hecho así fuese cierto, no tendría porqué hacer peligrar la igualdad de derechos y oportunidades. Un estado de derecho debería garantizarlos igualmente, sean cuales sean las capacidades intelectuales de los individuos de esa sociedad. De la misma manera, el estado procura que las personas con algún tipo de discapacidad intelectual no sean discriminadas por ello. Sí, pero. Vaya dilema. ¿Lo divulgamos o lo censuramos?
Cuando un hecho contradice aquello en lo que se sustentan nuestras ideologías y nuestros valores, nos coloca ante el espejo. Siguiendo con el ejemplo. Si el hecho probado fuese el contrario, que las personas de color son intelectualmente superiores a las blancas, con toda seguridad este hecho se divulgaría sin problemas y sin tanto dilema moral de por medio. Esto nos lleva a una reflexión que esconde una realidad todavía más incómoda: la condescendencia y el paternalismo por el que decidimos qué hechos científicos divulgamos. También revela algo peor.
La realidad es que este tipo de situaciones se dan con cierta frecuencia, sobre todo en la actualidad y, sobre todo en ciencias. Hay hechos científicos que generan acalorados debates sobre la idoneidad de su divulgación. No hay debate sobre su veracidad, sino sobre la conveniencia de sacarlos a la luz.
Por ejemplo, es un hecho conocido por la comunidad científica que la eficacia de la vacuna de la gripe es baja. Algunos años fue solo del 10%, y otros alcanzó máximos del 60%. Para una vacuna, es una efectividad baja. La divulgación de este hecho es controvertida porque hay quien opina que puede disuadir a grupos de riesgo de vacunarse, puede poner en entredicho la efectividad de las vacunas en su conjunto o puede usarse como argumento antivacunas. Quien defiende su divulgación argumenta que la información debe estar a disposición de todos y que ocultar estos datos es una forma de censura. También se puede llamar responsabilidad social. O condescendencia. Al fin y al cabo, ocultar esta información nos da la medida de lo poco preparada que pensamos que está la sociedad para asumir este hecho y actuar igualmente de forma responsable. También nos da la medida de cómo creemos que algunos medios de comunicación podrían informar de este hecho o alarmar sobre él.
Con respecto a temas sanitarios hay otros muchos hechos cuya divulgación está sujeta a controversia, como la insuficiente efectividad del cribado o diagnóstico precoz en algunos tipos de cáncer, o el uso deliberado de placebos como método terapéutico efectivo. Hechos cuya divulgación podría hacerse de forma tendenciosa e irresponsable a fin de desprestigiar el sistema sanitario.
La divulgación de hechos biológicos también suscita apasionadas discusiones. Las diferencias halladas entre los cerebros de hombres y mujeres resultan inconvenientes para los creyentes en ciertas ideologías, que consideran estos hechos como un ataque que podría hacer peligrar la igualdad de género. También hay quien los niega tildándolos de neurosexismo, es decir, negando que sean hechos y defendiendo que solo se trata de la lectura estereotipada de los datos.
La realidad es que las diferencias entre los cerebros masculino y femenino tienen interés científico. De igual manera que ha resultado muy esclarecedor el estudio de las diferencias metabólicas, hormonales o de las de cualquier órgano entre hombres y mujeres, incluido el cerebro. Tanto es así, que la inclusión de las mujeres en estudios clínicos supuso un gran adelanto en medicina, pudiendo ofrecer tratamientos más adaptados a las necesidades de unos y otros.
El miedo a la divulgación de estos hechos de nuevo nos coloca ante el espejo. ¿Qué es lo que genera tanta preocupación? ¿Qué es lo que está en juego, la credibilidad del sistema científico, o la del estado de derecho? La igualdad de derechos y oportunidades en ningún caso debe depender de la igualdad biológica entre individuos. Si esto es lo que algunos pretenden, tienen asegurado el fracaso, desde el punto de vista social y moral. La igualdad de derechos y oportunidades debe garantizarse por encima de cualquier diferencia biológica, esté localizada en el cerebro, en el páncreas o en los genitales.
Debates de naturaleza similar llegaron a causar fisuras en el sistema científico. El caso más sonado aconteció en 2017, cuando la revista Mathematical Intelligencer retiró un artículo científico por presión de la asociación Women in Mathematics de la Universidad Estatal de Pensilvania, entre otros. El estudio en cuestión concluía que la inteligencia de los hombres presenta mayor variabilidad que la de las mujeres. Es decir, que entre los hombres hay más genios, pero también más inútiles. Y que las mujeres presentan un nivel de inteligencia más homogéneo.
No había ningún error científico, ni de método, ni fraude académico, que es la razón por la que un estudio se retiraría de una revista científica. El artículo fue revisado y aceptado y, aun así, decidieron retirarlo por cuestiones ideológicas, no científicas.
Los hechos que promueven el pensamiento, cambios en las acciones acometidas, cambios en los cimientos ideológicos en temas tan sensibles como por ejemplo el movimiento feminista, a menudo suscitan más ataques que reflexiones. Si un movimiento es suficientemente fuerte y necesario (y el feminismo lo es) no necesita negar los hechos, sino servirse de ellos. Esa es una de las mayores diferencias entre un movimiento posmoderno y un movimiento ilustrado.
Sobre la autora: Déborah García Bello es química y divulgadora científica