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Pseudociencias y teorías de la conspiración: ignorando la raíz del problema

Las pseudociencias y las teorías de la conspiración tienen un magnetismo especial. Su auge parece asociarse a momentos de crisis pero factores como la educación o la divulgación científica pueden disminuir o aumentar su expansión.

La actividad favorita de mucha de la divulgación científica occidental es la de blandir los afilados sables del hacer científico contra las pseudociencias. En algunos casos, esta actitud nace de un convencimiento ideológico de que como requisito para una sociedad justa y democrática se necesitan individuos racionales y dotados de pensamiento crítico. Sin embargo, en la mayoría de los casos la actividad trata simplemente de sacar pingües beneficios con la crítica, ya sea escribiendo libros escasamente sesudos sobre el asunto y que se promocionan como lo haría cualquier bebida energética, o dando conferencias a lo largo y ancho de la geografía como si de una estrella del rock se tratase. Si quieres que tu equipo parezca bueno, haz que tenga enfrente a rivales débiles . Esto se traduce en un interés casi obsesivo de muchos divulgadores/as en buscar el enfrentamiento continuo con terraplanistas y vendedores de pseudoterapias.

GRADUALISMO ENTRE CIENCIA Y PSEUDOCIENCIA

Michael Shermer es un conocido historiador de la ciencia, actualmente columnista de Scientific American, que ha recorrido estas dos formas mainstream de enfrentarse a las pseudociencias. Creció en una familia no adscrita a ninguna religión, pero un amigo suyo del instituto lo introdujo en el cristianismo, convirtiéndose a él y haciéndose un ferviente defensor del mismo. No fue hasta la universidad, estudiando asignaturas de teología y formándose en psicología, cuando asimiló una cuestión epistemológica fundamental: formular hipótesis, poder probarlas y someterlas a prueba.

Así, comenzó a dejar de lado sus creencias religiosas y, en ese impás ideológico, entre dos aguas, es donde más productivo y comprensivo se mostró hacia “lo no racional”. Se interesó por la sociología de las pseudociencias y por su epistemología: ¿qué elementos tienen en común?, ¿por qué son tan atractivas para muchas personas?, ¿cómo son sus fundadores?, ¿cuales son sus motivaciones?

Comprender qué lleva a las personas a creer en construcciones teóricas distintas de las respaldadas por la ciencia es un objetivo mucho más noble que crear polarización en torno a lo que se debe, o no, creer y, además, de paso, usarlo como excusa para lucrarse, en el más amplio de sus sentidos (ganar dinero, poder, prestigio), por el camino.

Las pseudociencias tienen unas primas hermanas en el campo de lo político: las teorías de la conspiración. De hecho, tienen muchas cosas en común, sobre todo en lo que respecta a su defensa “frente a la creencia establecida”. Shermer en su libro “Las fronteras de la ciencia” reconoce que la definición de pseudociencia no es algo sencillo y que se parece más a una línea continua entre lo científico y lo pseudocientífico. No existirían solamente dos colores sino una amplia gama entre dos extremos ideales que apenas existen en la realidad. Solamente una conceptualización laxa, de “lógica difusa”, nos permite entender por ejemplo, cómo uno de los grandes científicos de la historia, Alfred Russell Wallace (el co-descubridor junto a Charles Darwin del principio de la selección natural), luchara contra los terraplanistas con el mismo fervor que defendía la evolución y, a su vez, pusiera sus esperanzas en el espiritismo como aproximación científica válida a la vida en el más allá. No nos podemos olvidar de que en filosofía de la ciencia no existe un criterio ahistórico y universal que nos permita distinguir ciencia de pseudociencia. Muchas veces, para poder realizar esta distinción, hay que estudiar en profundidad la ciencia misma, de tal forma que en ocasiones sólo los expertos en cada campo tienen las herramientas necesarias para hacer esta distinción, y únicamente  dentro de ese campo.

TEORÍAS DE LA CONSPIRACIÓN Y LA INESTABILIDAD COMO FACTOR CAUSAL DE LAS EXPLICACIONES ALTERNATIVAS

Por su parte, el psicólogo Jan-Willem Van Prooijen de la Universidad de Vrije (Amsterdam, Países Bajos) e investigador del NSCR (Instituto Neerlandés para el estudio del delito y la aplicación de la ley) cree que existen, al menos, 5 ingredientes típicos de una construcción teórica que pueda merecer el nombre de Teoría de la Conspiración: I) La existencia de conexiones no aleatorias entre acciones, objetos y personas, haciendo así que una determinada cadena de acontecimientos no ocurra “por casualidad” (existen patrones), II) supone que un evento es causado intencionalmente y tiene un propósito (tiene agencia o existen agentes detrás de la misma), III) involucra a una coalición o un grupo de múltiples actores (conspiración para actuar), IV) tiende a asumir que los objetivos son malvados, egoístas y/o que van en contra del interés público (hostilidad) y V) existe un secreto continuo (una conspiración que se expone y se demuestra cierta es un hecho probado, no una teoría).Estas cinco características permitirían proporcionar explicaciones amplias e internamente consistentes que ayudan a las personas a preservar sus creencias frente a la incertidumbre y la contradicción. Pero hay algo realmente llamativo. Según Karen M. Douglas, psicóloga de la Universidad de Kent (Ohio, EE.UU.) y sus colegas de la escuela de psicología, la probabilidad de aparición y de adhesión a las teorías de la conspiración parece ser más fuerte cuando ocurren eventos especialmente grandes o significativos y las explicaciones dadas por las instituciones en general dejan a la gente insatisfecha debido a su carácter mundano, poco complejo o parcial. Es lo que se conoce como cierre cognitivo o esa motivación interna de los individuos que busca terminar con la incertidumbre.

La probabilidad de aparición y de adhesión a las teorías de la conspiración parece ser más fuerte cuando ocurren eventos especialmente grandes o significativos y las explicaciones dadas por las instituciones en general dejan a la gente insatisfecha debido a su carácter mundano, poco complejo o parcial.

Así, tenemos como parte esencial de la creencia en “explicaciones alternativas” (pseudociencias y teorías de la conspiración), los estados anímicos de incertidumbre. El propio Van Prooijen, junto a Nils B. Jostmannreconoce que es justo en situaciones de inseguridad social cuando la creencia en teorías de la conspiración puede fortalecerse. Así, podría entenderse la creencia en explicaciones alternativas como una forma de proteger las creencias frente a la incertidumbre, aunque estas explicaciones tengan fallos epistemológicos o sean menos precisos.

Haciendo una prospección preliminar, y utilizando Google Trends y datos sobre el crecimiento del PIB del Banco Mundial, puede verse cómo la caída del PIB en 2009 y la acual caída del PIB debido a la crisis sanitaria global se correlaciona con subidas en el interés del término “teoría conspirativa”. También este fenómeno se puede encontrar en trabajos recientes donde se han hallado correlaciones entre el haber sufrido confinamiento y cuarentenas debidos a la COVID-19 y el aumento en la creencia en pseudociencias.

INESTABILIDAD Y ECONOMÍA

Desde los años 1970 y 1980, con el auge del nuevo paradigma neoliberal y su correlato en las políticas públicas, la Nueva Gestión Pública, y la explosión y expansión de este paradigma tras el conato neokeynesiano (“hay que refundar el capitalismo”) tras la crisis de 2008, las gentes de occidente han sido sometidas a medidas mal llamadas de “austeridad” basadas, en resumidas cuentas, en flexibilizar las normativas de los recursos esenciales para la vida (trabajo, vivienda, sanidad, energía, transporte, etc.) para permitir una mayor productividad del capital a costa de las vidas: trabajos temporales, con salarios muy por debajo de los límites mínimos de un nivel de vida digno; viviendas con alquileres e hipotecas con precios por las nubes que se han multiplicado varias veces más que los salarios reales durante estos años; energía con precios que empujan a casi la mitad de la población a la pobreza energética, etc.

En el caso de los recortes en sanidad nos encontramos con que, en aras de la “eficiencia”, todo el sistema queda orientado a tratar de hacer que los pacientes mejoren de la enfermedad consumiendo los menores recursos posibles. Esto da lugar a interminables listas de espera y a que se deshumanice la relación entre médico y paciente por las prisas en atender al siguiente, de tal forma que la experiencia del enfermo muchas veces es de total abandono y depresión. Esta experiencia, y no el avance objetivo de la enfermedad, es una de las causas que llevan a muchas personas a buscar el consuelo en las pseudoterapias. Más que una píldora milagrosa, lo que buscan estos pacientes y sus familiares es la atención que muchas veces la sanidad pública no puede proporcionarles.

Es decir, las propias políticas destructoras de la vida llevan a las condiciones materiales de vida (la inestabilidad y la soledad) que parecen estar detrás del auge de las pseudociencias y de las teorías de la conspiración.

Ahora bien, ¿están funcionando correctamente los mecanismos para combatir este auge? ¿Realmente el sistema educativo está contribuyendo a dar a la población la formación científica necesaria para distinguir ciencia de pseudociencia? ¿Está ayudando la divulgación científica más popular?

LA ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS EN LAS ESCUELAS

La forma de enseñar ciencia en las escuelas ha tenido tradicionalmente varios defectos muy importantes que se han ido mejorando poco a poco en las últimas décadas. Sin embargo, hemos visto cómo, en los últimos años, algunas leyes educativas, como la que nos impuso el Partido Popular, la LOMCE, y muchas nuevas modas educativas que están promocionando las empresas privadas, tratan a la ciencia en la enseñanza como un conjunto de respuestas correctas a una serie de ejercicios estandarizados que los alumnos tienen que memorizar. Por ejemplo, la presencia de exámenes estandarizados, que nos venden como una forma de dar objetividad a la evaluación del proceso de enseñanza-aprendizaje, obliga a profesores y alumnos a dedicar la mayor parte del tiempo, no al aprendizaje, sino a entrenar para completar correctamente un documento burocrático llamado examen. Esta forma de “enseñar”, denominada “teaching to the test” es actualmente uno de los mayores obstáculos para que los estudiantes completen sus estudios de secundaria con la formación adecuada y constituye un fraude, al dar a muchos estudiantes la idea equivocada de que dominan una materia sólo porque han obtenido una buena puntuación en los exámenes estandarizados. A muchos, además, les causa sentimientos de ansiedad y miedo, que contribuyen a alejar la ciencia de la ciudadanía.

Esto tiene como consecuencia que los estudiantes, en vez de formarse en la razón y la crítica, afrontando con paciencia la incertidumbre de lo desconocido, entendiendo la importancia del consenso,  se acostumbren a aceptar como válidos los argumentos de autoridad, que algunos rechazan y otros abrazan. Está claro que, sin el espíritu crítico que caracteriza a la ciencia, la población es más susceptible de ser engañada por los timadores de las pseudoterapias.

Por todo ello, debemos evitar que los exámenes estandarizados se conviertan en la principal herramienta de evaluación y, en su lugar, potenciar un tipo de aprendizaje de las materias científicas basado en el planteamiento y corroboración de hipótesis, así como la elaboración de trabajos multidisciplinares. Es de esperar que esta alternativa sea una opción de futuro que mejore el pensamiento crítico de los pueblos del mundo y los proteja contra el marketing, las teorías de la conspiración y las pseudoterapias. Todo ello, sin olvidar que nuevas propuestas pedagógicas, basadas en estos principios, pero con unos objetivos exactamente iguales a los de los exámenes estandarizados (a saber, producir cohortes de personas preparadas para el modelo económico vigente), están emergiendo en el panorama educativo y ante las que hay que ser también críticos.

LA DIVULGACIÓN CIENTÍFICA FRENTE A LA PSEUDOCIENCIA

¿Está ayudando la divulgación científica que se está haciendo a enseñar a los ciudadanos a distinguir ciencia de pseudociencia? En primer lugar, la mayor parte de la divulgación científica que se está haciendo no llega tan lejos, ya que por un lado tiene más bien el objetivo de entretener por encima del de enseñar, y por otro el de legitimar el status quo, con lo que es poco útil para combatir las pseudociencias.

La buena noticia es que en los colectivos que se dedican a la divulgación sí parece que hay una convicción clara en que es importante ayudar a la ciudadanía a no caer en los engaños de las pseudociencias. Sin embargo, la mayor parte de la divulgación que se hace en nuestro país, dominada por los círculos autodenominados “escépticos” (en realidad son pseudoescépticos), basa su lucha contra las pseudociencias en tratar de enseñar generalidades sobre el método científico que de poco sirven a la población para distinguir ciencia de pseudociencia (“la ciencia nos salvará”). Esto es así porque el método científico universal y ahistórico que continuamente invocan como criterio de distinción es un mito, no existe. Cualquiera con unos conocimientos básicos de historia y filosofía de la ciencia sabe que la ciencia es una actividad dinámica, que las metodologías científicas cambian con la época y con el campo de estudio. Quizá, en parte, esto venga motivado por el histórico desdén al cual se ha sometido a las ciencias sociales cuando se trata de comprender fenómenos complejos y con múltiples enfoques posibles.

El método científico universal y ahistórico que continuamente invocan como criterio de distinción es un mito, no existe. Cualquiera con unos conocimientos básicos de historia y filosofía de la ciencia sabe que la ciencia es una actividad dinámica, que las metodologías científicas cambian con la época y con el campo de estudio.

Sin embargo, el mensaje que transmiten la mayoría de divulgadores famosos suele ignorar que la diferencia muchas veces entre ciencia y pseudociencia es más una cuestión cuantitativa que cualitativa. Además lo hacen de manera autoritaria, reforzando las dinámicas educativas mencionadas anteriormente.

Algunos pseudoescépticos solo buscan y promocionan rivales débiles para que parezcan ellos mejores. En no pocas ocasiones, las campañas divulgativas toman un cariz combativo y de confrontación. Esta estrategia se ha demostrado inútil para acabar con el auge de las pseudociencias. A la vez, la mayoría de divulgadores ignora deliberadamente las malas prácticas en la ciencia (o directamente las defiende como hemos podido ver en el Caso del OtinGate) y no cuestionan los comportamientos pseudocientíficos propios (estamos viendo ejemplos sobre la COVID-19 que traspasan la línea de lo legítimamente científico y pasan a engrosar las filas del marketing empresarial, como el reciente caso de un estudio preliminar sobre la colchicina que se publicitó como una solución casi milagrosa). En definitiva, se critican falsas construcciones teóricas como las pseudociencias, pero se mira hacia otro lado cuando los errores provienen del propio “bando”.

Además, muchas veces lo que ocurre es que, más que divulgar de forma incorrecta el conocimiento científico, lo que se divulga mal es la forma en la que se obtiene este conocimiento científico. En su conocida obra La ciencia y cómo se elabora, Alan F. Chalmers explica que adoptar habitualmente una estrategia para legitimar la ciencia basada en mitos positivistas acaba haciendo demasiado fácil la tarea de los defensores de las pseudociencias y del relativismo, ya que la forma en la que trabajan los científicos no concuerda con los cánones de esas filosofías positivistas que se usan para legitimar la ciencia. Chalmers cita a H. M. Collins, un sociólogo de la ciencia, que resume excelentemente esta paranoia en la que viven los supuestos guardianes de la ciencia: “Los miedos de quienes objetan el relativismo, basándose en sus consecuencias anárquicas, se convierten en realidad, no como resultado del relativismo, sino como consecuencia de una excesiva confianza en las mismas filosofías que se supone amurallan la autoridad científica. Estos muros resultan estar hechos de paja”. Esto da fuerza a las personas y grupos que realmente quieren destruir la ciencia como método y forma de construir saber.

CONCLUSIÓN

Las teorías de la conspiración y las pseudociencias tienen una larga historia de existencia, sin embargo su auge y conversión en un factor social y político de entidad parece tener unas causas mucho más próximas en el tiempo. Desprestigiarlas y criticarlas con el objetivo de confrontarlas, combatirlas y, por el camino, ganar dinero, no parece una estrategia óptima si el objetivo es una sociedad más próxima a la utopía de Pericles. Descubrir las causas de su surgimiento y su auge, así como de su uso político; la comprensión de los individuos que, honestamente, buscan otras vías hacia el conocimiento y la mitigación de los factores sociales, como la precariedad de nuestras vidas actuales, parece una vía mucho más racional de afrontarlo. Es esencial reforzar la sanidad pública para que, además de combatir la enfermedad, ayudemos a los pacientes a hacer más soportable la experiencia de vivir esa enfermedad. Es necesario trabajar también para que el sistema educativo de la enseñanza pública nos ayude a formar ciudadanos críticos, con una formación científica suficientemente sólida que destierre los mitos cientifistas y que proporcione a la ciudadanía herramientas para identificar los timos, los bulos y las teorías de la conspiración a las que estamos continuamente expuestos. Por último, es imperioso dejar el paternalismo de lado. Muchos divulgadores tratan a las personas como estúpidas. Las personas no son estúpidas, tienen diferentes condiciones sociales que les permiten acceder a diferentes niveles formativos y es en la educación donde se abren las puertas de la sabiduría. No se abrirán, desde luego, desde un producto de marketing.

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