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Propaganda del “imaginario monárquico” en el santuario de Covadonga

El llamado “imaginario monárquico” es una construcción intelectual, consistente en introducir en la mente de las gentes el concepto de que la monarquía es una institución natural, que por tanto debe ser aceptada como tal con “naturalidad”. Reyes y príncipes siempre han estado ahí, formando parte de nuestras vidas y, además, están imbuidos no ya del origen divino que los consagra, sino de todas las cualidades que consideramos excelentes: el Rey es sabio, prudente, valeroso, etc. Con un simple repaso a los periódicos desde que fue entronizada la llamada “Monarquía del 18 de julio” –más tarde reformada, pero sin cuestionar su origen- y observamos las cosas que se han dicho y escrito de Juan Carlos de Borbón y sobre Felipe VI, se comprende perfectamente qué es el “imaginario monárquico”.

La entronización en Covadonga de la princesa de Asturias, como sucesora proclamada del heredero del sucesor del caudillo a título de Rey es un momento álgido del proceso de hacer ver a los españoles que la monarquía es una cosa natural, cuya continuidad no se puede discutir. De ese modo, los españoles aceptarán que es lo más normal del mundo que en siglo XXI el cargo de jefe del Estado se pueda heredar como una finca, como subraya Guglielmo Ferrero.

Se trata de que olvidemos que Fernando VII era un traidor que felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre los españoles que morían para devolverle el trono o que con él empezó la corrupción en España. Se trata que olvidemos que desde Alfonso XII la estirpe desciende de uno de los amantes de Isabel II; se trata de que olvidemos que Alfonso XIII fue un rey perjuro, o las andanzas y frivolidades de Juan Carlos I, el costo de sus mancebas y su nada ejemplar trayectoria. En suma, se trata de que olvidemos la historia de esta institución desde que fue reinstaurada hasta el presente. Conviene recordar la memoria de dónde vienen las cosas. El fundador de la monarquía dijo que: “No debe nada al pasado”. Lo dejó claro. Ex una monarquía ex novo, de tipo visigótico. El Rey puedo ser Juan Carlos o quien decidiera Franco:

“En este orden creo necesario recordaros que el Reino que nosotros, con el asentimiento de la Nación, hemos establecido, nada debe al pasado; nace de aquel acto decisivo del 18 de julio, que constituye un hecho histórico trascendente que no admite pac-tos, ni condiciones. La forma política del Estado nacional establecida en el principio 7º de nuestro Movimiento, refrendada unánimemente por los españoles, es la Monarquía tradicional, católica, social y representativa.”

La monarquía existe porque sí

Rodríguez García, en un excelente libro sobre la naturaleza de la corona, se pregunta cómo los mortales normales podemos aceptar como cosa natural que existan instituciones que perviven –aunque cada vez menos- cuya función real es simplemente existir. Y en este sentido añade que resulta prodigiosa la enorme variedad de monarquías que en el mundo quedan, algunas, consideradas ejemplo de modernidad, y otras, pura y simplemente en la Edad Media. Pero todas hermanas, de igual trato entre sí. “Plantear en qué medida y a través de qué procedimiento el rey sigue siendo ungido por la divinidad –escribe Rodríguez- puede parecer cuestión anacrónica”. Pero no en el caso de España: Juan Carlos fue nombrado rey por decisión personal de un general que era jefe del Estado y Caudillo de España por la Gracia de Dios y sólo responsable ante Dios y ante la historia. O sea, que no cabe duda.

Desde la perspectiva de la estética de la historia, casi resulta cómico ver en los viejos NO-DO al general victorioso, escoltado por la “Guardia Mora” pasar en la secuencia siguiente a penetrar bajo palio en un templo cristiano, donde tantas veces será ungido como enviado de Señor.

La vida extraordinaria de los reyes

¿Cómo conservar o mantener en su sucesor la unción divina? Pues para eso están los medios que retratan, relatan y cuentan las acciones extraordinarias que en su vida cotidiana realizan los reyes. Es ahí donde se construye el “imaginario monárquico”. Y tampoco olvidemos el papel de la “amnesia”, enfermedad crónica que ha padecido la sociedad española y que, como reconocen sus propios biógrafos, fue adecuadamente estimulada por los edecanes en la Casa Real.

La Corona no se discute

La unción divina de la realeza es ahora provista por el empeño mediático y la gente no tiene que escuchar o ver al obispo recibiendo bajo palio al monarca. A la gente le basta con descubrir que el monarca o su prole habitan en palacios estimables, que festejan convenientemente, que van de aquí para allá. La propiedad de la dinastía se refleja en la brillantez del papel cuché que es signo conclusivo del favor divino. Algo hemos ganado: Dios se ha convertido en papel cuché y los obispos en esforzados “pararazzi” .

Rodríguez, quien analizó con detalle las manifestaciones públicas de Juan Carlos I, advertía que, con enorme prudencia, cuando habla de algo, el rey elude lo problemático; es decir, todo lo que pudiera poner en solfa la estabilidad de la monarquía. Hay temas tabúes y temas obligados que, en todo caso, tratan de demostrar que existe una enorme sintonía entre la monarquía y la nación, aunque las encuestas digan otra cosa.

Salvadores de la patria.

De manera harto expresiva, Rodríguez García  –que es catedrático de Filosofía- escribe: Que se quiera presentar a Juan Carlos I como el salvador de la patria, como la figura que ha hecho posible la transición a la democracia, resulta cuanto menos irritante. La verdad es que ha jugado prudente y astutamente para afianzarse en la autoridad democrática desde su procedencia inequívocamente franquista. Aunque tales prudencia y astucia se hayan desarrollado en aras a conseguir y sustentar sus intereses reales, favorecidos éstos por la formación de una tupida red de personas, consejeros y agradecidos ricos que conforman una geografía cortesana, estrictamente similar a la que se constituyó en su día en tomo a Luis XVI o Alfonso XIII -y cuya imagen pretende romperse con esas celebraciones más populares que se llevan a cabo con motivo de la onomástica real o situaciones semejantes.

Ahondemos en nuestra somera reflexión. Como podrá comprenderse, la unción divina y la sabiduría pueden resultar espectaculares, pero no garantizan la pervivencia del imaginario monárquico. Las andanzas del rey honorífico, el patético video de su petición de perdón y su renuncia lo evidencian y se aumentan con los recientes lances y revelaciones de sus barraganas y mancebas.

Como dice Goytisolo, la Monarquía española de los dos últimos siglos ha sido una especie de tobogán con subidas, bajadas, caídas, descarrilamientos. Cada cierto tiempo, como en las recientes revelaciones de Corinna o lo que tuvo que pagar al Estado a la llamada Bárbara Rey por su silencio, nos sobrevienen nuevos sobresaltos.

Los sentimientos monárquicos o antimonárquicos son aquí mucho más difusos y no movilizan a casi nadie. La indiferencia del común de los ciudadanos respecto al modelo del Estado es palpable y ese sentimiento de lejanía se acentúa entre los más jóvenes. Aunque en nuestros días, ese debate intelectual se ha agudizado, es evidente que está presente en la sociedad española, más de lo que muchos quisieran la cuestión república-monarquía.

Sostiene Rodríguez García que no parece sencillo desbaratar el imaginario monárquico, si se tiene en cuenta las marcas que constituyen y, sobre todo, si tenemos en cuenta que comienzan a invadir los frágiles territorios de la infancia- Con respecto a los elementos sobre los que se construye el “Imaginario monárquico”, en cuanto a su capacidad de causar el asombro de los súbditos y siervos, alude a un controvertido aspecto, la fortuna de los reyes y su origen.

Los grandiosos fastos para impresionar

La construcción del “imaginario monárquico” tiene que ir más lejos, no puede quedarse solamente en los fastos que asombren al pueblo, en “una monarquía hereditaria, la masa debía estar constantemente obsesionada con la omnipresencia del titular del poder soberano, debía pensar continuamente en él, sentir por todas partes su voluntad y su presencia, sin que el monarca llegara a confundirse nunca con uno de sus atributos”.

Uno de los territorios donde actúa con mayor insistencia la propaganda monárquica, en orden a crear en la mente infantil ese “imaginario monárquico” a favor de la institución es el mundo escolar, a través de un promocionado concurso llamado “¿Qué es un rey para ti?”. Se venía convocando cada año, con patrocinio comercial de empresas de telefonía móvil, como habitual respaldo, abierto a la participación de escolares de primaria, dos cursos de la ESO y alumnos de educación especial hasta los 18 años. Se trabaja en grupo, bajo la tutela que, salvo excepciones, suele ser una maestra que, caso de ganar, será recibida por el Rey junto a sus pupilos y saldrá retratada en las revistas del corazón. El motivo siempre es el mismo: el Rey como padre de la nación.

Se proclama el futuro de Leonor como indiscutible. Pero en este caso de culto a la monarquía podemos descubrir ejemplos notables donde menos podría suponerse.

El propósito de estimular el “imaginario monárquico” no conoce realmente fronteras.

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