El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo acaba de sentenciar que los crucifijos colgados en las paredes de los colegios constituyen una coacción a la libertad de pensamiento de los alumnos.
El procedimiento fue instado en Italia por la ciudadana Soile Lautsi cuyos hijos estudiaban en un Instituto de Abano Terme (Pavona) donde pendían obligatoriamente múltiples emblemas católicos.
Así, la resolución del alto Tribunal destaca que los símbolos religiosos pueden ser perturbadores emocionalmente para los niños de otras religiones o que no profesen ninguna.
A su vez, esta Corte establece que, al colgar crucifijos en lugares públicos, el Estado otorga a la religión católica una situación privilegiada que se traduciría en una injerencia estatal en el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y religiosa. En realidad, el afán católico por exhibir símbolos siempre me recuerda las palabras del Evangelio: “…Guardaos de los escribas y fariseos, que gustan de andar con ropas largas y aman las salutaciones en las plazas…estos recibirán la mayor condenación” (Marcos 12:38-40).
Y resulta lamentable que la jerarquía católica aúlle ante esta sentencia cuando, en realidad, la cuestión que debería importar no es si el crucifijo cuelga, sino si se lleva dentro. Pero ya sabemos que la iglesia católica le importa más la forma que el fondo. Bueno, el fondo no les importa en absoluto.
En este sentido, les resultan también aplicables estas otras palabras del Evangelio: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!…porque dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. ¡Guías de ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!”
Sí, la misma iglesia que se rasga las vestiduras por no poder imponer sus símbolos, pero que ha permitido que las ondas se conviertan en un hervidero de calumnias, crispación y odio.
Sí, la misma iglesia que se manifiesta contra los derechos de terceros mientras encubre miles de crímenes de abusos sexuales.
Sí, la misma iglesia que apoya opciones políticas basadas en principios neoliberales causantes del dolor de tantos trabajadores, origen de tanta explotación, epicentro de la peor de las codicias…
En este sentido, no resulta extraño que, hoy, el 74 por cierto de los españoles nacidos entre 1976 y 1982 afirme ser ateo o no religioso. Lógico… ¿para qué sirve una fe que, en lugar de llevarse dentro, hay que colgarla de las paredes de edificios públicos?
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor