«Durante unos quince años, me he dedicado a recoger las intervenciones públicas de los obispos y cardenales.»
He seguido día a día, mes a mes, año tras año, hechos, declaraciones y escritos de la plana mayor de la Iglesia.
El objeto de mi investigación han sido pues los obispos y los papas, tomados de uno en uno y en manada; y la de algunos laicos metidos a cartujos, que, en materia doctrinal y defensa de un integrismo religioso talibán, son muchísimo peor que los propios casullas.
Y los he analizado en función de los actos de habla que han protagonizado. Y tengo que concluir que, estudiado un obispo, estudiados todos. Pues no hay nada que se parezca tanto a un obispo como un obispo. No existe mayor clonicidad ideológica que la del colectivo de los obispos.
Formalmente, el libro se divide en dos partes.
La primera se dedica a analizar la política que han seguido los obispos en relación con la violencia doméstica, los matrimonios gay, la enseñanza de la religión en el sistema educativo, privado y público; su faceta como empresarios de la fe que es un desastre, pues expulsan profesores de religión como cualquier Díaz Merchán vulgar; la Educación para la Ciudadanía que compararán con aquella asignatura franquista de Formación del Espíritu Nacional; el problema de la unidad de España que califican de problema moral; la ley de la Memoria Histórica, donde una vez más los obispos campan a sus anchas por la historia sin reconocer su parte de responsabilidad en la guerra civil y en la consolidación del franquismo. Este sin el concurso de la iglesia no hubiera sido posible. De ahí que nunca lo hayan condenado. Los sacerdotes asesinados durante la Guerra los considerará mártires; mientras que a los asesinados por el bando franquista los calificará de víctimas. El matiz parece idiota, pero no lo es. Los primeros murieron por la fe; los segundos por nada.
La segunda parte es más liviana, pero no por ello menos sistemática. Estudio a los obispos como fetichistas, providencialistas y, finalmente, como carcarmales.
La Iglesia es una institución esencialmente fetichista. Su mayor fetiche, además de su liturgia y de sus cortefieles a la hora de vestirse para hacer su particular teatro, es el crucifijo, con el que han dado una murga impresionante a lo largo de la historia. En su nombre se han perpetrado miles de crímenes.
En la época actual, cuando algunos padres, amparándose en que pertenecemos a un Estado aconfesional, pidieron que los crucifijos se retiraran de algunas escuelas, tanto aquí como en Italia, la cólera de los obispos se manifestó de una manera impropia en una institución que tiene como principios las bienaventuranzas del sermón de la montaña. La fiereza de los obispos oponiéndose a leyes dictadas por el Constitucional o por la Corte Estrasburgo en el caso italiano fueron muy reveladoras de su intransigencia doctrinal y de su falta de respeto a otras religiones y a las mismas leyes democráticamente elaboradas.
En cuanto a las relaciones de la fe con la razón y la ciencia, los obispos aseguran, siguiendo al papa actual, que son compatibles, pero en ningún momento, ni el papa, ni ningún obispo, permiten que se discutan sus dogmas, y a quienes los ridiculizan los silencian con todo tipo de grilletes.
El asunto del obispo Munilla y la devastación de Haití resulta muy clarificador, donde se evidencia una vez más el rancio providencialismo en que está sumida la institución eclesial, de ahí que sostenga que la crisis económica es producto de una crisis moral. Es decir, que, mientras la sociedad no se haga cristiana, aquí va a haber terremotos para rato.
Por último, analizo la actitud de la Iglesia sobre el ateísmo. La Iglesia, a pesar de lo que ha llovido, sigue sin entender que el ateísmo es una apuesta por la vida tan digna como la fe. El Papa Ratzinger en su última encíclica “Caridad en la verdad”, sostenía que los ateos no son humanos. Les falta, como diría Rouco Varela, el toque de la gracia sobrenatural, que, como es sabido, es mucho toque.
Y reflexiono sobre la reproducción asistida, si los embriones tienen alma o glándula pineal, etcétera.
En este sentido, las frases de los obispos y cardenales son tan fascinantes que podrían ser objeto de tesis doctorales. Quizás ya lo estén siendo en la universidad del Opus Dei. Recuerdo algunas de ellas:
“En el ADN podemos encontrar la santísima Trinidad”.
“No existe un derecho de tener hijos porque son un don de dios”.
“El proyecto de ley de reproducción asistida hace posible el bioadulterio y el incesto genético”.
“El sí del Gobierno al agravamiento de la ley del aborto llega a lo demoníaco, esto es, al disfrute del placer que produce el Mal”.
La fuente primordial de mi estudio han sido los periódicos, pero también las instrucciones, pastorales, catecismos, revistas eclesiales –como Iglesia viva, donde el claretiano Sebastián, en los años 80, escribía arrebatados artículos sobre la libertad en Cristo contra Franco, según él-, decretos de índole eclesial, tanto los que se han publicado durante estos veinte últimos años como en el siglo XVII y posteriores, y la lectura de cantidad de ensayos referidos al estudio de la institución eclesial.
Tratándose de un ensayo que habla sobre lo que dicen y hacen los obispos, no podría faltar el humor, la ironía y el sarcasmo. Gracias a ellos, he podido salir indemne de mis relaciones con dichos textos. Pues la mayoría de ellos conllevan tal dosis de ahogamiento mental que, a la mínima, te pueden dar una lipotimia. Contra la Iglesia, el mejor antídoto es, sin duda, la risa y el carcajeo a mandíbula combatiente.
Los obispos no son peligrosos porque se hayan opuesto a las leyes y medidas que ha promulgado del Gobierno Central –ley del divorcio, matrimonio homosexual, fecundación in vitro, ley de reproducción asistida, Educación para la Ciudadanía, experimentación con células madre, ley del aborto, ley de la memoria histórica, el laicismo, etcétera-. Están en su derecho obligatorio al oponerse a estas leyes nacidas del Eje del Mal. Además, y como decía el obispo Garcia Gasco, “los obispos lo que hacen es llevar el alma a la política”. Y esto, se nota. Porque, si no se hubieran opuesto a tales desmanes de los gobiernos socialistas, dejarían de ser obispos. Bueno. También lo ha hecho el PP, y no son obispos, aunque cada vez lo dudo más.
Los obispos son peligrosos porque niegan radicalmente el Estado de Derecho, la democracia, la soberanía popular, la autonomía del sujeto para decidir por sí mismo en todas las cuestiones que le afectan a éste. La Iglesia sigue considerando que sin su mediación el ser humano es un desgraciado. Cuando lo cierto es que los obispos lo único que producen con sus intervenciones públicas es irritar a más de uno, incluso a los propios creyentes
En este sentido, la mayoría de sus afirmaciones contra ese Estado de Derecho son de juzgado de guardia. Como diría Austin, son actos de habla perlocutivos, porque buscan la subversión en los receptores. Sus llamadas a objetar la asignatura para la ciudadanía y todo tipo de leyes gubernamentales, aduciendo que el Gobierno no tiene ningún derecho a establecer ciertas leyes, son proclamas terroristas, tanto o más graves como las que han servido para encausar a ciertos dirigentes nacionalistas.
Tanto es así que la RAE debería aceptar un nuevo vocablo para su futuro diccionario: el de “obispada”. Su definición podría ser ésta: “acto de habla realizado con premeditada y alevosa intención teológica por un obispo tendente a minar la estatura moral del Estado de Derecho”.
Si el Gobierno hubiese tenido más agallas, a muchos obispos los tendría que haber metido en la cárcel hace tiempo. Por declaraciones de mucho menor calado, el gobierno de la II República, siendo ministro Maura, católico, puso en cintura a al cardenal Segura y al obispo de Vitoria, Mateo Múgica Urrestarazu.
Los obispos son peligrosos, porque, en realidad, no creen en el ser humano en pelo cañón. Son peligrosos porque consideran que si el ser humano no cree, éste es un ser desdichado. Cuando está claro que creer o no creer no te libra de ser un animal, y, menos todavía, pederasta, incluso siendo obispo.
Los obispos son peligrosos, porque siguen considerando que los ateos no son seres humanos.
Los obispos son peligrosos porque siguen confundiendo aposta laicismo ateísmo. Y ser laico no es incompatible con ser creyente.
Tampoco lo es con ser anticlerical. Los mayores anticlericales pertenecen, precisamente, a la misma Iglesia.
Hoy día, en un estado aconfesional según la constitución, lo realmente necesario y profiláctico es ser laico y anticlerical. Sin adjetivos.
Laico, para que de una vez por todas la Iglesia se haga mayor y no dependa de las prebendas del erario, y deje de ser una mantenida del Estado.
Anticlerical, para que de una vez por todas, dejen los obispos de dictar doctrina sobre lo que compete a la esfera pública.
Y son peligrosos porque llevan un montón de siglos traficando con Dios y su familia. Una familia a la que ni conocen, ni conocerán. Menos mal que Dios no existe, porque, si lo hiciera, ¿permitiría la existencia de unos obispos como los españoles? La pregunta es retórica, así que no hace falta que la contestes.
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