Lo que las Iglesias no deben hacer es, precisamente, lo que hicieron los obispos católicos la semana pasada: abandonar el púlpito para sentarse a negociar, el futuro político del país, con el César – See more at: http://www.confidencial.com
Esta columna, repito para los que la visitan por primera vez, se alimenta del libro titulado Postsandinismo, publicado recientemente por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA) de la Universidad Centroamericana (UCA). Este libro recoge y analiza las opiniones vertidas por las personas que comentaron mis entregas en lo que se llamó el blog Generación XXI, publicado por Confidencial.com.ni en los años 2010 y 2011.
El postsandinismo es un concepto que sirve para identificar y definir el pensamiento político de un sector de la juventud nicaragüense que participó en el blog antes mencionado. Este concepto expresa una manera de pensar la realidad nicaragüense que trasciende el maniqueísmo y la superficialidad que han dominado nuestra práctica política a través de su historia; y, particularmente, desde que el sandinismo del FSLN se erigió –a partir del triunfo revolucionario de 1979–, en el principal eje de referencia del pensamiento y la práctica política nicaragüense. Hablo de pensamiento político para hacer referencia a un cuerpo teórico que integra las dimensiones explicativas y normativas de la realidad
Un pensamiento político es, entonces, una representación y explicación de la realidad que, apoyada en una posición ética y una visión normativa, sirve para articular estrategias de acción para mejorar el funcionamiento de la sociedad. Desde esta perspectiva, la dimensión explicativa del pensamiento postsandinista puede categorizarse como estructural, sistémico, e histórico. En términos ético-normativos, el pensamiento postsandinista puede definirse como crítico-reflexivo, y humanista-secular. Finalmente, en términos estratégicos y propositivos, el pensamiento postsandinista puede conceptualizarse como pluralista-radical, deliberativo, y contractualista.
Poco a poco, esta columna va a exponer el significado que, en el libro Postsandinismo, tiene cada uno de estos conceptos. En esta entrega, y por el impacto que ha tenido el diálogo de la semana pasada entre la Iglesia Católica y el gobierno del FSLN liderado por Daniel Ortega, quiero introducir y sintetizar la dimensión humanista-secular del postsandinismo.
Una visión laica de la política
El laicismo es una de las características más relevantes del discurso y del pensamiento de las personas que yo ubico en la posición postsandinista. Defino el laicismo de estas personas, como la convicción de que el ordenamiento de la sociedad nicaragüense y de los procesos políticos que forman parte de este ordenamiento, debe hacerse dentro de un espacio deliberativo separado del espacio de cualquier fe religiosa. Esta convicción se expresa en una visión fundamentalmente humanista del poder, la política y la sociedad. De acuerdo con esta visión, el ser humano es la variable independiente en la fórmula del orden social. Así pues, el mercado, el Estado, y las organizaciones sociales en general, deben trabajar para elevar la condición humana de los nicaragüenses. Una visión política humanista, por ejemplo, tendría que ser capaz de señalar y corregir las posiciones de las Iglesias, cuando sus políticas y/o el comportamiento de sus miembros atentan contra la humanidad de las nicaragüenses.
La visión laica de la posición postandinista no es una posición anti-religiosa. Las personas que en mi libro aparecen como representantes de esta posición apoyan el principio de la libertad de credo. Esto significa que respetan el derecho de los creyentes de cualquier fe religiosa a expresar, defender y promover sus valores. Las Iglesias, desde esta perspectiva, pueden proclamar y fomentar los principios que definen su misión y su visión religiosas. Sin embargo, lo deben hacer dentro del espacio que les corresponde ocupar dentro de una sociedad que, como la nuestra, busca consolidar su propia versión de la modernidad. La separación entre Iglesia y Estado –requisito fundamental para el funcionamiento de la democracia y del Estado de Derecho–forma parte de este objetivo.
Lo que las Iglesias no deben hacer es, precisamente, lo que hicieron los obispos católicos la semana pasada: abandonar el púlpito para sentarse a negociar, el futuro político del país, con el César.
El miércoles pasado los obispos católicos saltaron con todo y sotana al campo deliberativo de la política, presentando propuestas para la organización del Estado, la formulación de políticas públicas, y la definición de las reglas que deben regir la competencia por el poder en Nicaragua. Remueva usted lector/lectora, todas las forzadas citas bíblicas que adornan el documento de la Conferencia Episcopal; elimine todas las paternalistas y vanidosas declaraciones de los obispos que en sus sermones le dijeron al pueblo que iban al diálogo “por puro amor” a los nicaragüenses; elimine los puntos del documento que hacen referencia a las demandas administrativas de la Iglesia Católica (como el asunto de los trámites aduaneros que entorpecen la labor social de la Iglesia); y terminarán con un documento esencialmente político.
Hasta la defensa que se hace en ese documento de los legítimos valores corporativos de la Iglesia Católica –con relación al aborto, por ejemplo–, adquiere una connotación política cuando esa defensa se hace como parte de un “diálogo” que incluye temas como las elecciones, el nombramiento de funcionarios públicos, y otros que tendrían que ser discutidos por organizaciones y partidos que representen la voluntad popular.
Buscando la modernidad en la pre-modernidad
Es imposible expresar en este espacio todo lo que se puede y debe decir sobre el triste espectáculo protagonizado por los obispos la semana pasada. Lo más bochornoso de todo, sin embargo, fueron las declaraciones de apoyo, confianza y “fe” en el diálogo Iglesia-Estado, hechas por las principales organizaciones y los principales partidos políticos del país.
En esas declaraciones, la clase política nicaragüense proclamaba la necesidad de impulsar el fortalecimiento y la modernización de nuestras instituciones. Al mismo tiempo, aplaudían un diálogo que claramente pone en evidencia –y al hacerlo refuerza–, la marginalidad e inoperancia de las organizaciones y partidos políticos del país. En otras palabras, nuestra enclenque clase política busca la democracia a través de un diálogo no-democrático; busca la modernidad caminando hacia el pasado.
De igual forma, todos y todas las que rezaron para que las lenguas de fuego del Espíritu Santo descendieran sobre el FSLN y transformaran a Daniel Ortega en un estadista demócrata y respetuoso de la ley, intentaban apagar el incendio que devora a nuestras instituciones echándole gasolina a las llamas del atraso cultural en que vivimos.
No nos equivoquemos: la modernidad cultural de Nicaragua solamente se podrá conseguir con el desarrollo y la organización de partidos y organizaciones políticas que puedan sentarse a la mesa de discusiones con el gobierno (el actual o cualquier otro gobierno) armados de la legitimidad y la fuerza que otorga la representación de los intereses y las aspiraciones del pueblo. Esto es lo que propone el postsandinismo, en contrapunto con la visión y la práctica política confesionalista dominante en Nicaragua.
Algunas lectores dirán que la visión laica del postsandinismo es utópica y que los nicaragüenses no contamos con la capacidad para modernizar nuestra visión de la política y del Estado. Estos mismos lectores dirán que a lo más que podemos aspirar las nicaragüenses, es a un ordenamiento social en el que nuestros sacerdotes y obispos intercedan por nosotros frente a Dios y el Estado. Ellos verán como un logro que el gobierno de Daniel Ortega –que prohíbe las declaraciones libres y públicas de sus funcionarios–, haya aceptado organizar sesiones en los que los ministros del Estado le brindarán informe a los ministros de una de nuestras Iglesias. Estas personas tienen derecho a pensar como piensan. De igual forma, los que aspiramos a una Nicaragua libre, justa, y moderna, también tenemos derecho a seguir luchando por una cultura política humanista, y por una espiritualidad y religiosidad que no ahoguen la razón, y que no obstaculicen nuestro desarrollo como sociedad.
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