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Por qué soy ateo

Aunque sea una cita muy socorrida, me atrevo a empezar con la frase de Ortega y Gasset: Yo soy yo y mis circunstancias. Efectivamente, las circunstancias que me han rodeado a lo largo de mi vida han determinado en gran parte, mis conclusiones en materia religiosa. Por ello, voy a ceñirme a mis experiencias personales, soslayando toda disquisición sobre alta teología o filosofía.

Nací en 1925, en el seno de  una familia de clase media barcelonesa. Fui bautizado, pero en casa no se me dio ninguna formación religiosa. Mis padres eran lo que entonces se llamaba, no creyentes o no practicantes. En realidad eran ateos, pero este término no se usaba en la época. En casa nunca se hablaba de religión, pero mi abuelita, muy católica, me contaba cuentos infantiles diversos: Caperucita Roja, La ratita que encontró un dinerito, El Patufet (Pitufo), El Jesuset (El niño Jesús), El gusanito Peter, etc. Nunca se pronunció la palabra Dios. En su lugar un escurridizo personaje  al que llamaban Nostru Senyor (Nuestro Señor). Todo ello en un revoltijo en cual no quedaba claro si Jesuset había existido en la vida real y Patufet era ficción literaria, o todo lo contrario. De todos modos,  no me preocupaba lo más mínimo.

Entré en el cóle (enseñanza primaria) que no se llamaba laico, pero en toda mi estancia sólo una vez apareció en clase un fraile con hábito blanco cómo la nieve, de aspecto bonachón y simpaticote, El Padre Hilario, quien nos hizo un relato muy esquemático y ameno, de la creación del universo, del planeta tierra como centro del mismo, de la luz que se  hizo antes que el sol, que éste y la luna giraban alrededor de la tierra; que Dios hizo a su imagen y semejanza, un monigote de barro, al que dio vida con un aliento suyo y que luego, a lo bestia, le arrancó una costilla que se la implantó a otro monigote, que llamó mujer… En fin, todo muy claro y todo falso. Posteriormente encontré un Catecismo, en el que se repetían todas estas afirmaciones, contrarias al sentido común y a las enseñanzas que me había dado mi profesor de Geografía, Dn, J. Forner.

A una edad temprana perdí a mis abuelos, que fallecieron en un corto período de tiempo. Fue un duro golpe pues, como único nieto, me colmaban de atenciones. Mis padres me anunciaron su fallecimiento, diciéndome simplemente, que  habían muerto y que ya no estarían más entre nosotros. En ningún momento oí las palabras cielo ni nada parecido. La muerte, naturalmente, me asustaba y creía que no era instantánea y que tardaba un tiempo en consolidarse, por lo que creía que una  vez enterrado todavía no se había perdido del todo el conocimiento. Estos temores estuvieron avivados por narraciones, la mayoría verídicas, de gente que había sufrido ataques de catalepsia y fueron enterrados vivos. Pero lo que ocurría después de la muerte ya no me preocupaba y estaba convencido de que era el final.

Entre tanto un hecho singular avivó mi interés por la religión. Un buen día de invierno me desperté con un ligero resfriado, y cómo me daba pereza ir al cóle, me puse a toser y a quejarme de  jaqueca. Mis padres me hicieron guardar cama y me dieron algo para hacerme sudar. Quedé amodorrado el resto de la mañana y al mediodía (en casa se comía temprano) me pareció sentir que alguien me estaba  observando desde el otro lado de la cama. Me di la vuelta y allí estaba…el mismísimo Demonio. Tenía el aspecto de un chico de unos diez años, y lo que más me llamó la atención, fue su cabeza de forma ovoidal y de color verde aceituna, de aspecto amistoso y con una sonrisa de oreja a oreja. Por si acaso, salté de la cama y me dirigí al comedor, contiguo a mi dormitorio, donde mis padres estaban comiendo sardinas asadas. Me preguntaron ¿Qué te pasa? Dije: Tengo miedo. Me dijeron, siéntate aquí y come sardinas. Confieso que fueron las sardinas más sabrosas que jamás haya comido.

Me guardé el secreto hasta la posguerra española, en 1939, cuando toda una pléyade o más bien caterva, de curas revanchistas, intentó implantar la religión a punta de bayoneta. En nuestro colegio, con clases obligatorias de Religión, un buen día se nos dijo: Hoy es Santo Tomás de Aquino, y hay que ir a misa. Se nos condujo a la iglesia más próxima y se nos formó en pequeños grupos frente a los confesionarios. Al tocarme el turno, el cura fue directamente al grano: Dime, hijo, ¿acaso los pensamientos obscenos y concupiscentes te atormentan? Contesté: En absoluto Padre, me producen mucha satisfacción… sin embargo me preocupa… y le conté el episodio del Demonio. Nada, Nada, me contestó, un mal sueño o una pesadilla. Un padrenuestro… ¡el siguiente! Saqué la conclusión de que el curilla no creía en el Demonio y probablemente tampoco en Dios.

Por la misma época, me examiné de francés en el nivel de Enseñanza Media. El examen escrito fue muy fácil y lo cumplimenté satisfactoriamente. Luego, vino el oral. El Profesor me pidió: Tradúzcame el Padrenuestro al francés. Al no saber la  oración me metió en un lío. Contes-té: Le père notre…Le Pain, le père.. Donnez le pain…y de ahí no salía. El Profesor, que sería un catolicón, exclamó: ¡Fuera, está suspendido! El siguiente…

En 1944, me trasladé a Madrid para estudiar en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad. Entre las asignaturas obligatorias teníamos Religión. El Profesor era el Obispo Dr. Máximo Yurramendi(1), Éste nos reunió el primer día de clase y nos dijo que no creía en la imposición de creencias religiosas bajo la amenaza de un suspenso. Quedábamos todos aprobados, pero por si alguien estaba interesado en profundizar en algún aspecto, creó unos Grupos de Trabajo, cómo los de Teología, Deontología, etc. para realizar estudios bajo su dirección personal. Elegí el tema Origen de las religiones, con una  base crítica, manifestando sutilmente mi ateísmo. Obtuve la máxima calificación (Matrícula de  Honor). La actitud del Sr. Obispo no fue grata a las autoridades del nacionalcatolicismo y fue enviado (¿desterrado?) a Ciudad Rodrigo. En el curso siguiente, un curilla preconciliar me suspendió por  no saber una oración de la que sólo sabía el título.

Poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial, el Cardenal húngaro Midszenty, fue objeto de persecución por las autoridades estalinistas que regían el país y fue detenido. Posteriormente, se asiló en la Embajada de EE.UU. En Madrid se organizó  una manifestación de protesta. En gran parte estaba formada por jóvenes de Acción Católica y colegiales de centros religiosos que más o menos espontáneamente se reunieron en la Puerta del Sol para ir en comitiva hasta la Casa del Obispo, no lejos de allí. Se lanzaban gritos con consignas tales cómo ¡Viva Midszenty! ¡Viva el Papa!, ¡Viva el Señor Obispo!, y otras similares. Me uní al grupo y me subí a un banco. Allí grité con todas mis fuerzas, ¡Viva Vichinsky(2). Fue contestado por una multitud entusiasta, con gritos de ¡Viva! y ¡Viva VIchinsky!

No solía ir misa, excepto en  los funerales y  bodas de amigos y familiares. Los sermones de época eran espeluznantes. Unos pocos ejemplos. En Blanes (Girona), donde veraneábamos, un domingo de la década de 1940, el párroco vocifera amenazador desde el púlpito: ¡El infierno existe, y el que no lo crea irá a él directamente y arderá por toda la eternidad! Unos pocos años después, en  la Iglesia del Espíritu Santo, Calle de Serrano, Madrid, el párroco, Monseñor Galindo(3) gritaba en tono amenazador: ¡Si, Si, no recéis!  En Chile un terremoto con siete mil muertos, ¡es la ira de Dios, castigo divino por vuestra indiferencia y falta de rezo! En la misma época, en la iglesia de San Manuel y San Benito, el párroco proclama: Dios es cómo un ladrón. Estás durmiendo plácidamente y un ladrón entra en tu casa y te roba lo más preciado. Igualmente, Dios puede entrar en tu casa y robarte la vida, que es lo más preciado que tienes. Por esto hay que estar siempre en Gracia de Dios. Todos estos argumentos me confir-maron la no existencia de Dios. Difícilmente podría encontrarse un ser más mezquino, prepotente y rencoroso y, encima, comparable con un ladrón.

En mi servicio militar, cómo oficial de fronteras, fui des-tinado a la frontera de Andorra por petición propia. En aquella época España estaba sufriendo el llamado injusto bloqueo (F. Franco) y la frontera francesa estaba cerrada desde 1946. Es-tuve al mando de una Compañía, ocupando unas posiciones en la  ladera de una montaña española. Los domingos nos visitaba un oficial castrense, es decir, un cura militar, que decía la misa, a la que yo tenía que asistir. Luego se quedaba a comer con nosotros y compartía una larga sobremesa. Se  inició una sincera amistad y un domingo, terminada la misa y un emotivo sermón, me cogió por el brazo y me dijo: Salvador, de todo lo que he dicho no creas nada, que yo tampoco lo creo. Lo digo porque me pagan. En los domingos siguientes seguimos hablando de religión y se  proclamó ateo convencido. Le dije que estábamos en la misma sintonía.

Aunque de niño ya había ojeado ocasionalmente la Biblia, en mi juventud la consulté con mayor frecuencia. Por razones de estudio, de trabajo y por turismo, hice repetidos viajes a EE.UU, llegando a residir dos años en Chicago. Me asombró el extensivo papanatismo que allí provoca la Biblia. Interpretan rigurosamente el texto al pie de la letra pues dicen que es palabra de Dios y se forman clubs de lectura de la Biblia, llegando a memorizar páginas enteras. En cambio los católicos, especialmente españoles, para salvar las irreconciliables contradicciones entre las versiones bíblicas y la realidad aportada por la ciencia hacen ejercicios de complicado malabarismo para soslayarlas. Una amiga, graduada en Teología por la Universidad de Loyola, me afirmó: no hay que tomar la Biblia al pie de la letra, Dios la escribió en clave. Lees una cosa pero puede significar algo muy distinto. Así, cualquiera. Otra amiga, asidua seguidora de ejercicios espirituales y cursos de Cristiandad me dice: La contradicción entre Religión y Ciencia es aparente. Ambas expresan la verdad, pero en dos planos distintos, lo que en el plano científico es verdad aunque sea distinto en el plano religioso, en ambos es verdad, que ambos expresan, en forma distinta. Verdadero récord de malabarismo dialéctico, propio de un rey del funambulismo. La conclusión es que la Biblia (especialmente el Antiguo Testamento: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) fue escrita entre los siglos V y II antes de nuestra era, por autores mortales, sin ninguna intervención sobrenatural, y querían describir una historia mítica del pueblo judío, en realidad más mítica que histórica. En realidad era un texto judío, que lo cristianos aceptaron al pie de la letra como suyo.

Si algo en la Biblia queda muy claro y no ad-mite interpretaciones tortijeras, son las palabras que San Lucas y San Mateo atribuyen a Jesucristo. El primero declara  (San Lucas, 11 15-26) que Jesucristo afirmó: El que no está conmigo, está en contra de mí, y San Mateo (10,34-36): No he venido a traer la paz, sino la espada… Por respeto a mi mismo, no puedo creer en los planteamientos de la Biblia  sobre el origen y funcionamiento del universo, entre multitud de dogmas, que se me imponen bajo el chantaje del infierno. Por tanto, acepto el reto, estoy en contra, y a  mucha honra, y se pueden quedar con su espada, su cielo y su infierno.

La Biblia contiene una serie de narraciones o historietas, que nada tienen que ver con la religión, Un ejemplo, entre muchos, es la historia de Judith y Holofernes. Éste era un general asirio que regresó triunfante del campo de batalla. Le esperaba la bella Judith que le preparó un apetitoso ágape en el que lo emborrachó. Borracho perdido y  sin  poder defenderse, Judith cogió su espada y, de un  certero golpe,  lo decapitó(4). La moraleja es clara: No os fiéis de las mujeres, son pérfidas y traicioneras. Es sólo un ejemplo del machismo, que en cada página impregna la Biblia. Otro ejemplo que merece  nuestra atención, es el arca de Noé, a quien la Biblia atribuye una longevidad de 950 años. En  nuestros  tiempos, esto nos suena a  broma, pero los creyentes  nos  dicen que es  palabra de Dios, quien advirtió a Noé de la inminencia de un diluvio universal(5). Noé habría embarcado, en una gigantesca arca que había construido, una pareja de cada animal existente sobre la tierra, desde gusanitos hasta elefantes, murciélagos y osos polares. Aunque  la Biblia no cita el caso explícitamente se sobreentiende que los dinosaurios quedaron excluidos(6), seguramente por exceso de peso. Tras veintisiete días de lluvias torrenciales, a los 600 años de edad de Noé, las aguas volvieron a su cauce y Noé con su arca atracaron en el Monte Ararat (hoy en Armenia)(7). Noé todavía vivió 350 años más, para contarlo. Bueno, hace falta una credulidad a prueba de bomba para tragarse todo esto.

Otro episodio bíblico que merece nuestra atención es la explicación del origen de los distintos idiomas: la famosa torre de Babel. Éste era un engreído que quería igualar a Dios. Para colocarse a su misma altura mandó construir una torre de altura nunca jamás vista, lo que no hizo ninguna gracia al Todopoderoso, quien decidió desbaratar la obra, haciendo que cada uno de los obreros en ella empleados, hablase una lengua diferente. Así, en un santiamén, cada obrero se puso a hablar en una lengua desconocida para los demás; así nacieron el japonés, el dialecto rioplatense, el catalán, el islandés, etc. Claro, hay que creerlo pues la Biblia es palabra de Dios, y los filólogos unos pobres descreídos ¿ó no es así?

Una tarde, en el local de la Residencia de Estudiantes, Madrid, un equipo de paleontólogos de Atapuerca, dieron una conferencia informando de los resultados de su trabajo de campo. Los restos humanos allí encontrados, algunos de hasta 800,000, años, estaban en buen estado de conservación, lo que permitió su minucioso estudio. Se estima que la primera especie humana, el Homo habilis tiene unos 2,400,000 años, y entre sus  antecesores, el Australopitecus, de 5 a 6 millones de años. Los primeros seres humanos de este planeta vivieron entre 5 y 10 millones de años, apareciendo en África, en lo que actualmente es Tanzania, miles de kilómetros distantes de lo que implícitamente insinúa la Biblia: el Próximo Oriente. Unos años después, tuve ocasión de visitar esta cuna de la humanidad en Tanzania. La fábula de Adán y Eva, no es más que esto, una fábula. Es absurdo pensar que los primeros habitantes, que aún no tenían desarrollado el lenguaje y se expresaban con gruñidos, pudieran entender conceptos abstractos, como el bien y el  mal, lo prohibido, etc. Pasaron muchos milenios antes de que se desarrollara un lenguaje, extremadamente limitado a lo cotidiano. Si el primer ser humano estaba hecho a imagen y semejanza de Dios, esto significaría que Dios era feo con ganas.

Aunque en mi infancia ya tuve referencias de la muerte (de mis abuelos, parientes, etc.) fue de mayor cuando tuve encontronazos directos con ella. En mayo 1968 encontrándome en Paris por motivos de trabajo, me sorprendió el movimiento estudiantil, con formación de barricadas y toda la Rive Gauche tomada por los insurrectos. Me faltó tiempo para solidarizarme con ellos y dirigirme presuroso a las barricadas, a la Sorbona y al Odeón, donde se vivieron momentos de gran tensión que, afortunadamente, se resolvieron sin que llegase el agua al Sena. El peligro de morir en la acción no me amedrentó ni pensé en un solo momento en otra vida, ni en cielos ni infiernos. Por la mis-ma época, esquiando una tarde por las cumbres de la Sierra del Guadarrama, al ponerse el sol, cayó bruscamente la temperatu-ra y la nieve se endureció como el acero. No pude controlar mis esquís, que me llevaron velozmente hasta un precipicio, por el que me precipité, lanzándome en caída libre hacia el abismo. Después de unos segundos de caída, que me parecieron siglos, aterricé en un montículo de nieve, blanda como plumón de ganso, que amortiguó la caída, levantándome seguidamente sin un solo rasguño o contusión. Ni en un solo momento pensé en otra vida, ni en que algún ser sobrenatural me salvase de una muerte casi segura. En otra ocasión, iba a esquiar a Andorra, conduciendo mi coche, al llegar cerca de Zaragoza vi que estaba solo en un largo tramo de la autopista, lo que me estimuló para que le diera con fuerza al acelerador, llegando a los 180 / 200 km/hora. De pronto, veo un aviso de curva a la izquierda; demasiado tarde y aunque frené lo que pude, llevaba demasiada velocidad y al tomar la curva mi coche empezó a girar sobre sí mismo, a una gran velocidad, como una peonza gigante, hasta que se estampó contra la valla metálica. Me consideré hombre muerto, pero para mi sorpresa, salí de lo que quedaba del coche y observé que no tenía ni un mal rasguño. Continué el viaje y vendí el coche como chatarra. Tampoco, en ningún momento tuve ningún pensamiento religioso ni nada parecido.

En 1991 se inició la Guerra del Golfo, con la agresión anglo norteamericana contra Iraq(8). Al formarse brigadas de voluntarios como escudos humanos, me faltó tiempo para alistarme y unos días después partía para el país, poco antes del ataque de los aliados. Permanecí allí hasta ser evacuado, sano y salvo, por el gobierno Iraquí. No me preocupó en lo más mínimo el riesgo de morir en la acción, y me acordé de lo que machaconamente dicen los fumadores: de algo hay que morir. Tampoco se me ocurrió pensar en una vida mejor (o peor) que me pudiera estar esperando.

En 2004 estaba pasando unas vacaciones en las islas Seychelles, cuando, sin avisar, una enorme ola barrió la playa, al pie del hotel, e invadió la planta baja del mismo. Estaba alojado en el primer piso, y fui evacuado, usando una barca. Con los demás huéspedes del hotel fuimos conducidos al embarcadero local, donde nos espera una especie de ferry, con capacidad para un medio centenar de pasajeros. Se nos llevó a otra isla menos afectada. Hacia la mitad del camino de pronto notamos que el barco se elevaba bruscamente a una altura insospechada, en una especie de despegue vertical. Daba la impresión de que estábamos siendo catapultados. La idea de ir al cielo en ferry me pareció muy original pero poco atractiva. De pronto, se paró el ascenso, iniciándose el descenso y el barco pareció que iba a ser engullido hacia las profundidades marinas. Los pasajeros estallaron en todo un concierto de gritos de angustia y terror. Por mi parte, me aferré a mi asiento pero no me inmuté. De pronto se hizo un silencio casi absoluto y los gritos de angustia fueron sustituidos por una vomitona general. Todo el mundo vomitando, pero yo me abstuve, a la tercera o cuarta ascensión-descenso, se hizo la calma, las aguas se apaciguaron y pronto llegamos a nuestro destino sanos y salvos. Vi la muerte bastante cercana. Me dieron por desaparecido, pero finalmente me encontraron en otra isla, menos frecuentada  por los turistas.

Finalmente, mi última experiencia respecto a la muerte me ocurrió en 2014, al sufrir en un corto espacio de tiempo un infarto de miocardio y un ataque de colecistitis (de vesícula biliar). Internado en un hospital, la combinación de ambas patologías puso mi vida en alto riesgo. Le indiqué al médico que no tenía familia próxima en Madrid, por lo que le rogué que no me dorara la píldora y que me dijera toda la verdad sobre mi estado. Se sinceró y aclaró (estábamos en jueves) que, con un poco de suerte podría llegar hasta el domingo, pero que, lo más probable es que no pasara del sábado. Me faltó tiempo para coger el teléfono móvil, y despedirme de parientes y amigos(9). Contra  todo pronóstico, el sábado mi dolencia hizo crisis y el domingo fui declarado fuera de peligro. Nunca había estado tan cerca de la muerte pero lo tomé con naturalidad y tampoco se me ocurrió pensar en otra vida, ni en cielos ni en nada parecido.

Pasadas todas estas aventuras, un buen día me dirigí al Palacio Arzobispal de Madrid. Solicité audiencia con el Secretario de Su Ilustrísima el Arzobispo de Madrid, quien, tras una corta espera, me recibió. Muy atentamente le expuse mis deseos de darme de baja cómo católico. Me atendió muy cortésmente y me hizo llenar un formulario. Al día siguiente fui a recoger mi certificado de apostasía y nos despedimos amistosamente.  Lo cortés no quita lo valiente.

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NOTAS

(1) Obispo titular de Messena y Director del Instituto de Teología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(2) Andrei Vichinsky fue Procurador General de la URSS y dirigió la famosa purga estalinista, que culminó en centenares de ejecuciones.
(3) Monseñor Galindo no era un curilla ignorante de pueblo. Era Catedrático de Griego en la Universidad y mantenía una relación constante con el Opus Dei.
(4) Otra formulación alternativa cuenta que el festín preparado por Judith, no era gastronómico sino sexual, tras el cual, Holofernes, exhausto, cayó en un profundo sueño, del que no iba a despertar, ya que Judith cogió su espada y a guisa de taco de billar, con un certero golpe, le atravesó la cabeza, de oreja a oreja, convirtiéndola en un macabro y gigantesco pincho moruno.
(5) En todo caso, sería terrenal, pues para ser universal tendría que inundar millones de estrellas, alejadas unas de otras por distancias de varios millones de años luz.
(6) Todavía, hasta recientemente, en libros de texto, se llamaba a estos animales antediluvianos.
(7) Una narración parecida de un supuesto diluvio universal aparece en el texto sumerio Poema de Gilgamesh, del siglo VII antes de nuestra era. Gran parte de este pasaje se conserva, en una tableta de barro babilónica, en el British Museum de Londres.
(8) Iraq es un país árabe, en cuya lengua se distingue claramente la k de la q. El nombre del país se escribe Iraq, por lo que hay ningún motivo de escribirlo con k.
(9) Algunos de ellos ya fallecidos.

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BIBLIOGRAFÍA

Aunque este escrito está basado principalmente en experiencias personales, considero recomendable la lectura de:

Hume, David, Treatise of Human Nature, 1738/1740.
Lamont, Corliss, The Illusion of Immortality, 1935.
Lenzman, I, L’Origine de Christianisme. 2ª ed. Éditions en Langues Étrangeres. Moscú,
Morris, Desmond, The Naked Ape: A Zoologist’s Study of the Human Animal 196
Hay  traducción  española: El mono desnudo.1967.
Puente Ojea, Gonzalo, Elogio del ateísmo. Los espejos de una ilusión. Madrid, 1995;
El mito de Cristo, Madrid, 2000; La Religión ¡Vaya timo! Editorial Laetoli. 2009.
Russell, Bertrand, Why I Am Not a Christian and Other Essays on Religion and Related
Subjects. Londres: Allen & Unwin, 1957. Versión española: Por qué no soy cristiano. Editorial Sudamericana.. Buenos Aires,1970; Atheism.  New York, Arno Press, 1972.
Strauss, David.F., Vie de Jesus.
Turner, Ralph Edmund, Cultural History of Mankind, 6 vols. 1936/1941
Tylor, Edward Burnet, Primitive Culture (1871).

Salvador Bofarull nació en Barcelona, en 1925, y a los ocho años empezó a coleccionar sellos. En 1944 se trasladó a Madrid para estudiar Economía en la Universidad de Madrid. En 1950 expuso en la Exposición Nacional de Filatelia de Madrid. Tomó cursos de postgrado en las Universidades de Chicago y Siracusa, EE.UU. de nuevo en España, fue profesor adjunto en la Universidad de Madrid. Trabajó durante diez años, en el ámbito de la cooperación internacional con las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales. Ha publicado más de un centenar de artículos y tres libros sobre filatelia, en español e inglés. Es miembro del jurado nacional de la Academia Española de Filatelia y de la Sociedad Filatélica de Londres.

Es también autor del Libro “Demonios” (2011)

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Imagen: El autor en el Arzobispado de Madrid, tras cursar su apostasía

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