Para responder a esta vieja cuestión, convendría comenzar analizando qué se puede entender en nuestra cultura occidental con la acepción ‘Dios’. Los tres monoteísmos atribuyen ciertas características comunes a sus respectivos dioses, incluso suelen sostener que es el mismo ente, eterno e inmutable, cuyo origen se remonta a Israel. Veamos cómo es de ‘monoteo’, eterno e inmutable. Al comparar las primeras referencias que hacen las Escrituras con la actual teología cristiana se observa que del original poco queda. Para empezar, Israel no ha sido siempre monoteísta como algunos pretenden. Hay muchos datos históricos, arqueológicos y antropológicos que señalan un pasado marcadamente politeísta. Esto se aprecia en las propias Escrituras que hablan desde el comienzo y hasta un determinado punto de ELOHIM término que significa ‘dioses’, en plural, para cambiar súbitamente y sin mayor explicación a Yahvé, singular. Esto demuestra una propensión sacerdotal a adaptar la teología a las cambiantes circunstancias ‘terrenales’. Pero los cambios no se han limitado a pasar de poli a monoteísmo sino que el propio dios único y ‘eterno’ ha experimentado importantes retoques en su ‘personalidad’ en diferentes etapas históricas. Son particularmente notables los cambios ocurridos en el judaísmo del siglo VI a.C. durante el cautiverio babilónico y más tarde durante las dominaciones persa y macedónica, circunstancias en que la teología vuelve a adquirir importantes elementos de esas religiones. Estos cambios quedaron especialmente arraigados en la secta Farisea, a diferencia de los Sadoquim o Saduceos que rechazaron con desdén aquellos agregados, manteniéndose fieles exclusivamente al Génesis original.
Por lo que aquí interesa, cabe señalar que el grupo Saduceo y su primitiva teología desaparecieron de la historia mientras que la nueva teología judía impregnada de elementos foráneos fue conservada por los fariseos. De la línea farisea desciende el judaísmo moderno y también fariseos fueron los primeros cristianos, herederos del monoteísmo contaminado de elementos politeístas, gentiles, y zoroástricos. Luego durante la conquista de Judea por parte de Roma y la subsiguiente diáspora del pueblo judío -cristianos entre ellos- muchos buscaron refugio en Alejandría donde nuevamente absorbieron elementos foráneos, esta vez de la religión egipcia.
De esta forma esos primeros cristianos observaban una teología impregnada de elementos politeístas y monoteístas procedentes de Israel, Judea, Babilonia, Macedonia, Persia y Egipto. Cuando Pablo de Tarso predicó el cristianismo a los romanos con el consabido éxito, nuevos maquillajes fueron necesarios. Ese éxito hubiese sido imposible diciendo a los romanos que ellos condenaron injustamente a Jesús. Por eso tergiversaron de tal forma los acontecimientos que se hizo aparecer a los judíos como los responsables de su muerte. Esto se aprecia con claridad donde se narra que los judíos piden la libertad de Barrabás. Ese nombre significa ‘Hijo del Padre’, de modo que los judíos pedían a Pilato la liberación de Jesús que se hacía llamar de esa forma. Por eso ningún evangelio traduce a coiné el término arameo Barrabás. Luego cuando el cristianismo pasó a ser religión oficial del Imperio, la teología volvió a cambiar, drásticamente. Con el poder político de su lado, comenzó una cruzada intolerante de exterminio de todas las demás religiones. Allí donde no podían con la resistencia, simplemente ‘adoptaban’ al rebelde haciendo suyos los mitos y liturgias del antiguo rival, y de paso se quedaban con sus templos y sus bienes. El nacimiento virginal, el malabarismo politeísta del dios ‘Uno y Trino’, la ‘encarnación’ del dios salvífico que baja a la tierra, el nacimiento simultáneo de Jesús y del sol en el solsticio de invierno, su muerte y ‘resurrección gloriosa’ en el equinoccio vernal, el mismo momento en que muere el invierno y resucita la naturaleza en todo su esplendor, la cohorte de ángeles, el maniqueísmo y el dualismo de Zaratustra, la supersticiosa ‘transustanciación’ eucarística, el fetichista culto de imágenes, amuletos y reliquias milagrosas, etc, todos estos elementos -tan repugnantes a los monoteísmos judío y musulmán- son ejemplos, entre muchos otros que se pueden citar procedentes de otras religiones, que han modificado radicalmente la teología cristiana. Pero la falsificación más audaz y la más trascendente del cristianismo consistió en atribuirle carácter divino a Jesús. La enconada disputa entre arrianos y atanasianos demuestra fuera de toda duda que hasta del siglo IV los cristianos no creían en la divinidad de Jesús; ese atributo fue una decisión del emperador pagano Constantino en el año 325 al apoyar las tesis de Atanasio durante el Concilio de Nicea. Así comenzó el catolicismo.
Para no alargar más este capítulo sobre la inverosímil inestabilidad de la persona divina, no me detendré en las supersticiones que predicó la Iglesia durante la Edad Media ni los cambios que se vieron obligados a introducir cuando se demostró que la tierra no es plana ni es el centro del Universo según ‘revela’ Dios en la Biblia. Sólo quisiera mencionar algunas pintorescas manifestaciones teológicas más recientes:
1870. Dogma de fe: se declara la infalibilidad de la Iglesia (a pesar de los errores señalados.)
1950. Dogma de fe: la Virgen es ‘elevada’ en vida a los cielos por unos ángeles.
1999 Juan Pablo II proclama que el infierno, el purgatorio y el cielo no existen (pero sigue la amenaza del castigo eterno, la promoción de indulgencias y de la gloria eterna).
2000 Dogma de fe: la Iglesia católica es la única y verdadera Iglesia. (¡Lo dice la Iglesia!)
2006 Benedicto XVI sostiene que la teoría de Darwin es incompleta por prescindir del elemento que guía el proceso evolutivo desde ‘fuera’.
Esta nueva, equivocada y flagrante intromisión papal en territorio científico viene a confirmar que la doctrina cristiana es esencialmente incompatible con la teoría de la Evolución, a pesar de las *timoratas declaraciones de Pío XII y Juan Pablo II en sentido contrario.
Si a todo lo anterior agregamos el carácter atribuido a Dios de ser infinitamente sabio y justo, creador de un Universo tan perfecto como las leyes que lo rigen, pero sin embargo mediante la oración se le puede hacer cambiar sus decisiones, opiniones, sentencias y acciones, entonces estamos ante un ser voluble, arbitrario, injusto, alejado de la sabiduría, hecho por el hombre a su imagen y semejanza. En ese DIOS yo no puedo creer.
Refutado ese dios en sus propios atributos, a continuación me parece oportuno responder a los dos argumentos que suelen emplean los creyentes para afirmar la existencia de dios. Ellos dicen: jamás nadie a podido demostrar que Dios no existe. Mi réplica es sencilla; tanto en filosofía como en Derecho y en ciencias naturales, la carga de la prueba recae en quien afirma. No es racionalmente posible demostrar una No existencia. A quienes sostienen la existencia divina basados en que no se ha demostrado lo contrario, les suelo preguntar si creen en las hadas. El buen cristiano dice que NO. Entonces se les pide demostrar que la hadas no existen. Lo primero que contestan es que nadie las ha visto… como ocurre su con dios. Según ese argumento la existencia de dios es tan real como las hadas.
Otro razonamiento de los creyentes es más sutil y está más arraigado, a menudo a nivel subconsciente. Podríamos llamarlo el ‘argumento del relojero’ o teleológico, es decir, de la acción a distancia. William Paley dijo en 1802, “si existen los relojes debemos admitir que existe un relojero.” Este silogismo oculta una profunda falacia. Equivale a decir: para que exista un efecto (el reloj) antes y fuera de él debe existir su causa (el relojero.) Esto presenta una aporía insalvable para sus defensores: si no se puede admitir que exista un efecto sin una causa previa y externa ¿por qué rompen esa regla introduciendo un ente (dios) sin causa previa? Lo cual recuerda la anécdota de aquel sabio hindú que predicaba que la tierra es plana y está soportada por la Gran Tortuga. Alguien le preguntó: ¿y quién soporta a la Gran Tortuga? Se quedó pensando y después de un rato contestó: otra tortuga … al menos él no rompió la regla causa y efecto.
Descartados los argumentos teológicos de los creyentes, quisiera terminar exponiendo un raciocinio directo, basado en principios científicos para explicar por qué no tengo motivos para creer en un ente creador del Universo observable. El argumento reviste cierta complejidad pero puede resumirse en términos simplificados. Las ecuaciones de Einstein que describen su teoría de la Relatividad demuestran de forma irrefutada que el espacio y el tiempo no poseen valores absolutos, son relativos entre sí y constituyen una entidad única; espacio y tiempo son inseparables. Por otro lado las observaciones astronómicas demuestran que el Universo está en expansión: mañana toda su materia ocupará más espacio que hoy por tanto en el pasado ocupaba menos espacio del que ocupa en el presente. Si continuamos retrocediendo en el tiempo, llega un momento en que toda la materia del Universo se halla concentrada en un punto. Es lo que Lemaître, (que dedujo de las ecuaciones de Einstein este fenómeno antes de ser observado), llamó ‘el huevo primordial’ y los cosmólogos modernos conocen como ‘singularidad’. La singularidad no tiene dimensión, en consecuencia tampoco tiene tiempo; el Universo primordial es adimensional y atemporal. Por razones que no conocemos la singularidad explotó, es lo que se llama big-bang, y así comenzó la expansión tridimensional del Universo y asociada a él la cuarta dimensión llamada espacio-tiempo. Aparte de la singularidad no hay espacio ni tiempo según las mencionadas ecuaciones de Einstein, por lo que no existe el ‘antes’ ni el ‘fuera’ de la singularidad. Al no haber espacio ni tiempo, las leyes de la física excluyen cualquier acción ‘externa’ o ‘anterior’ al big bang, por lo cual es físicamente inadmisible un ente que desde fuera y previamente haya causado su existencia.
Ahora bien, cuando reconocemos no saber la causa que originó la ‘gran explosión’, los teólogos se apresuran a poner a Dios por causa. Lo cual demuestra que:
A) La creencia en Dios no es consecuencia de un raciocinio, es una actitud previa, puramente desiderativa llamada ‘fe’, un ‘don de Dios’, o sea, ¡para llegar a creer en dios se requiere previamente creer en dios!
B) Cada vez que la ciencia se encuentra sin respuestas a algunos fenómenos, lo fácil (e irracional) es poner a dios por causa. Pero como la ciencia ha ido progresivamente dando más respuestas a más preguntas, donde antes estaba dios ahora hay unas leyes físicas o biológicas que van arrinconando a dios donde aún quedan preguntas por responder. Así lo que hacen los teólogos es promover un dios de los rincones, cada vez más insignificante.
· Según el DRAE, que se gobiernan por el temor de Dios.