José Ferrater Mora en su conocido Diccionario de Filosofía dice que “un agnóstico no declara, por ejemplo, que no existe Dios, sino que no sabe si Dios existe o no”. Dice, además, que “E. Tierno Galván ha distinguido entre ateísmo y agnosticismo, poniendo de relieve que mientras en el primer caso hay una voluntad de que no exista Dios, en el segundo no la hay”.
Me parece equivocada esta afirmación de Tierno Galván. Una de tantas falsedades que se han dicho sobre el ateísmo. El ateísmo no consiste en desear la no existencia de Dios, sino que es una hipótesis racional basada en nuestro conocimiento actual del mundo. Y todo parece apuntar a que ese ser todopoderoso en el que creen muchas religiones es un mito.
Los agnósticos afirman que no se ha demostrado la no existencia de Dios (o de lo sobrenatural) y que, por lo tanto, nada podemos decir sobre ese asunto. Aquí hay que decir algo que no me canso de repetir, por muy obvio que sea: la carga de la prueba la tiene el que afirma. Y después de miles de años de creencias teístas sus seguidores no han aportado ni una sola prueba objetiva de la existencia de seres sobrenaturales.
El agnosticismo olvida que existe un conocimiento previo del mundo que nos es proporcionado por la ciencia. Y todo lo que sabemos de la naturaleza es incompatible con la existencia de seres sobrenaturales o dioses. Que alguien resucite de entre los muertos o camine sobre el agua contradice todas las leyes de la física y de la biología que conocemos.
El ateísmo no es un dogma o la expresión de un deseo personal, es una hipótesis racional probabilística que puede ser falsada si aparecen nuevas pruebas. Si mañana se demostrara más allá de toda duda razonable que hay un Dios los ateos deberíamos abandonar nuestra postura. Por desgracia para los teístas eso no ha sucedido ni parece que vaya a suceder en el futuro. Todo nuestro conocimiento científico nos lleva a pensar que ese Dios al que muchos adoran es solo un invento de nuestra mente.
Creo no equivocarme si digo que muchas veces el agnosticismo es la máscara bajo la que se ocultan algunos teístas inconfesos que prefieren refugiarse en ese terreno del “no se sabe” para seguir albergando creencias irracionales. Los agnósticos, seguramente sin pretenderlo en muchos casos, acaban siendo los perfectos aliados de los teístas, ya que les dejan vía libre para sus ideas.