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Nuestro feminismo antirracista es para todas las mujeres, no solo para las blancas, para las que estudiaron una carrera o para las que pasan desapercibidas en El Corte Inglés
Este año 2023 el pregón de la fiesta grande de Barcelona ha corrido a cargo de la escritora catalana Najat el Hachmi. Es un hito que la representación de la ciudad la haya asumido una mujer, de origen marroquí, obrero y rural. Pero el pregón de la Mercè ha generado acuerdos y polémicas. Los primeros vienen sobre todo de algunos intelectuales y alguna feminista; las segundas, desde las propias comunidades musulmanas, especialmente en Cataluña. Anteriormente, grupos antirracistas y antifascistas también habían mostrado desacuerdos con los planteamientos de El Hachmi, por no hablar de las organizaciones que luchan por los derechos de las personas LGBTIQ+. Desde nuestra posición feminista antirracista, proponemos una perspectiva crítica en la que, asumiendo parte de los argumentos de la autora con respecto a la penosa situación de muchas mujeres en contextos musulmanes, identificamos sin embargo elementos islamófobos en su discurso eurocéntrico, redentor y triunfalista. Asimismo, tratamos de establecer paralelismos con enfoques similares que empezaron a tener lugar en Europa hace más de 30 años, que desembocaron, entre otras cosas, en la prohibición del hiyab en los centros educativos y que han generado alianzas peligrosas entre un sector del feminismo y las derechas.
El pregón de El Hachmi, que gira en torno a su vivencia de Barcelona como espacio de emancipación, identifica algunos problemas cruciales del mundo contemporáneo. La autora se refiere al drama cotidiano del racismo y a la importancia del acercamiento individual a este fenómeno, para finalmente señalar los sufrimientos de niñas y mujeres en busca de la libertad que se les niega en sus contextos musulmanes de origen. En sus palabras, Barcelona se presenta como una especie de Eldorado, de punto de llegada; pero para alcanzarlo, para obtener esa libertad metaforizada en las “melenes al vent” de las mujeres, hay un precio muy alto que pagar: la ruptura con el origen.
El pregón de la Mercè de 2023 se hace desde un feminismo supuestamente universalista, pero en la práctica eurocentrado
Como feministas no podemos por menos que solidarizarnos con los padecimientos y luchas de nuestras hermanas, que son los nuestros, y saludar con alegría la visibilidad cada vez mayor de algunas mujeres que, como la escritora, tienen el privilegio de poder señalarlo desde esta tribuna que le brinda el Ayuntamiento de Barcelona. Sin embargo, nuestro trabajo como feministas es también la crítica y la acción contra los sistemas socio-políticos que conforman el patriarcado y los regímenes de género que controlan los cuerpos y perpetúan la violencia hacia las mujeres. Desde la perspectiva de nuestro feminismo antirracista, nos pronunciamos en contra de los planteamientos del pregón de la Mercè de 2023 porque se hace desde un feminismo supuestamente universalista, pero en la práctica eurocentrado, estigmatizando a las que no encajan en los marcos hegemónicos que determinan cómo tienen que ser y comportarse las mujeres libres. En definitiva, legitimando la islamofobia por las tres cuestiones que comentamos a continuación:
En primer lugar, porque generaliza las circunstancias de casi 2.000 millones de personas en cientos de contextos diferentes. Compara la situación de Irán, donde no llevar pañuelo puede significar la muerte, con la de las musulmanas en Barcelona. No parece importar que se esté hablando de dictaduras o de democracias. Ya en otro artículo, sosteníamos que como feministas, tenemos herramientas para solidarizarnos con nuestras hermanas iraníes, que luchan contra un Estado que las tortura y mata por no llevar pañuelo, pero también con nuestras hermanas musulmanas residentes en Europa, que son expulsadas del sistema educativo, insultadas en la calle, o excluidas de muchos puestos de trabajo, por llevar pañuelo y, últimamente, por llevar abaya. El mismo trozo de tela es diferente en las calles de Teherán y en las de Barcelona. La importancia de los contextos no es baladí porque lo contrario, la generalización, no solo es tramposa y lleva a confusión, sino que es funcional al sistema racista.
En segundo lugar, porque propone un modelo único de mujer, que necesariamente excluye a las que no encajan en él. Da por sentado que el deseo legítimo –y normativo– de todas las mujeres ha de ser ir por la calle en pantalones y con la cabeza descubierta. Efectivamente, esto es objeto de lucha para algunas mujeres, mientras que otras se baten en terrenos diferentes: no ser expulsadas del sistema por llevar pañuelo, pelear contra la precariedad o defenderse del racismo en todas sus modalidades. Llama la atención que El Hachmi identifique la lucha de las mujeres de origen musulmán solo con la de aquellas que se oponen a ciertas imposiciones familiares y no con la de las que se enfrentan a las institucionales, como cuando en institutos de secundaria y centros de Formación Profesional tienen que escuchar frases como: “Con eso en la cabeza no vas a entrar aquí”, o como cuando en la enseñanza universitaria son expulsadas de los exámenes y acusadas de hacer trampas con su hiyab, ocultando pinganillos. El camino que ha hecho la escritora catalana es tan solo uno de los posibles: no todas las mujeres lo transitan. Para muchas, el dilema no es familia-pañuelo frente a libertad, sino pañuelo frente a educación, porque está sucediendo que el sistema educativo las expulsa, sin ninguna posibilidad de elegir y, a veces, sin ningún marco jurídico que justifique la exclusión.
En tercer lugar, porque “tribaliza” a la población musulmana. La sitúa en un mundo primitivo de tribus, opuesto a la noción moderna de ciudadanía democrática; es la democracia, dice, la que permite escapar de la tribu. Presenta a toda la gente musulmana como ignorante de la democracia, de la ciudadanía y de los derechos, siendo la situación de las mujeres la mayor prueba de este atavismo y el trozo de tela que puede cubrir la cabeza de algunas, la constatación evidente de que ello es así. En el pregón, se retrata a Barcelona como ese espacio de destribalización y de descomunitarización necesario para la liberación de las recién llegadas. En el universo de la escritora, ninguna prenda simboliza mejor la opresión que el hiyab y nada hay más simbólico que arrancárselo para gozar de libertad. Pero cuidado con esto: no cuesta mucho dar un salto cien años atrás y asistir al discurso colonial civilizatorio de liberación de las mujeres en la Argelia francesa, o al norteamericano en la ocupación de Afganistán hace ya más de dos décadas. El esquema del pregón reproduce la misma estructura.
En el pregón, se retrata a Barcelona como un espacio de destribalización
Precisamente es este sesgo colonial de su discurso el que hace que socialmente se acepten mejor las reivindicaciones de las chicas marroquíes que rompen con sus familias autoritarias y religiosas porque quieren ser libres, que las de las chicas expulsadas de los institutos o a las que se les prohíbe matricularse por llevar hiyab. Es la vieja idea de una Europa abierta, democrática, con oportunidades para los hombres y, especialmente, para la libertad de las mujeres. Esto explica que gran parte de los medios mainstream hayan recibido con aplausos el contenido del pregón. Algunos han sabido captar la idea de que el problema es el islam, añadido a lo tribal, como muestran los siguientes titulares: “Najat el Hachmi se rebela en el pregón contra el machismo en el islam”, o “Dedica el pregón de las fiestas de Barcelona a las jóvenes víctimas del ‘fundamentalismo’ religioso”.
El Hachmi relata su camino hacia la libertad, reduciendo la realidad diversa de los cientos de millones de musulmanas y musulmanes, a su experiencia personal. También en otros países, hemos sido testigos a lo largo de los años de algunos casos de mujeres procedentes de contextos musulmanes, que daban testimonio de las condiciones de opresión de las que escaparon al llegar a Europa; con el tiempo, se convirtieron en representantes públicas de la experiencia del ser musulmana, y sus argumentos sirvieron de carnaza al racismo más abyecto. Es el caso de Ayaan Hirsi Ali, que llegó a ser diputada en Países Bajos del derechista Partido Popular por la Libertad y la Democracia y que, afirmando las dificultades de integración de la población musulmana, proponía entre otras cosas la flexibilización de los procesos de repatriación para poder expulsarla de Europa. Otro caso bien conocido es el de Fadéla Amara, fundadora del movimiento ‘Ni putes ni soumises’ en Francia. Amara surge del asociacionismo barrial, vinculado con el Partido Socialista francés, para convertirse en la portavoz de las mujeres –especialmente musulmanas– de los suburbios. Termina reivindicando la prohibición absoluta del pañuelo en los establecimientos educativos, aduciendo la relación entre el islam y la violencia contra las mujeres. Ocupó el cargo de secretaria de Estado con el presidente Nicolas Sarkozy. Las dos fueron muy importantes como creadoras de opinión respecto a la población musulmana. Ya conocemos las consecuencias de este proceso: el apuntalamiento de un sistema que se sustenta en la islamofobia de género y que está expulsando real y simbólicamente a las personas musulmanas en Europa –y en particular a las mujeres–, a quienes en Francia se acusa de potenciar el comunitarismo separatista.
En Europa, estamos viviendo hace décadas un proceso de total normalización de la islamofobia, que se sustenta en la construcción y legitimación de representaciones, con marcos jurídicos ad hoc para controlar las vidas de las personas musulmanas, escamotearles derechos y abocarlas a existencias precarias. Las feministas no podemos ser cómplices de este proceso, ni permitir que se imponga a todas las mujeres el mismo camino para ser libres. Nuestro feminismo antirracista es para todas las mujeres, no solo para las blancas, para las que estudiaron una carrera, para las ateas, para las que consiguieron mudarse a los barrios ricos porque tenían un buen salario o para las que en el Corte Inglés pasan desapercibidas, como relata la autora. También, y sobre todo, es para las trabajadoras del hogar, las amas de casa, las jornaleras agrícolas, las trabajadoras sexuales, las mujeres trans o las musulmanas que son obligadas contra su voluntad a quitarse el pañuelo si quieren estudiar. Todas somos parte del sujeto político de ese feminismo, y tenemos que seguir luchando para que así sea, para que estemos todas, sin que nos cieguen las luces de la ciudad.
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Ángeles Ramírez (Universidad Autónoma de Madrid).
Laura Mijares (Universidad Complutense de Madrid).