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Por qué la educación está en la diana de los grupos yihadistas

A lo largo de seis páginas del número de noviembre de la revista Dar al Islam, el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) hace un llamamiento a los musulmanes para que “combatan y maten” a los funcionarios públicos de la enseñanza en Francia, juzgados “enemigos de Dios” por instruir en la laicidad, uno de los caballos de batalla más recurrentes del islamismo radical y, sin duda, del ISIS. Bajo el título “Abandonar la educación de los infieles”, la publicación, brazo mediático del grupo yihadista en lengua francesa, condena la condición laica del Estado galo, encuadrado en eso que llamanjahiliyah, un concepto habitual entre los teóricos islamistas de los 60-70 para referirse a los “días de la ignorancia”, y acusa al sistema educativo de querer propagar “la forma de pensar corrupta establecida por la judeo-masonería” y de cultivar entre niños y adolescentes “comportamientos abyectos”, destinados a ser esclavos de los “verdaderos dueños de Occidente; los judíos que corrompen”

La educación libre, como símbolo de esa laicidad que encarna en este caso Francia, pero también como instrumento para formar a los menores más allá de los preceptos de la ley islámica de ha sido un objetivo tradicional de los islamistas radicales de diferentes procedencias. Uno de los mayores atentados cometidos en una escuela tuvo lugar el 16 de diciembre de 2014 en la ciudad paquistaní de Peshawar, una de las cunas de Al Qaeda. Los talibanes paquistaníes de Tehrik-i-Taliban mataron a 131 niños (de 8 a 18 años) de la Escuela Pública del Ejército. El daño fue triple: la educación, las Fuerzas Armadas y los niños, que sin duda elevan como víctimas la conmoción ante los atentados terroristas.

Los correligionarios de los talibanes al otro lado de la frontera, en el afgano valle del Swat, ya habían conmocionado a la comunidad internacional descerrajando sus fusiles contra la adolescente Malala Yousafzai. Fue en octubre de 2012. Malala se estaba convirtiendo en todo un símbolo en su tierra en la defensa de la educación de las niñas, que los integristas prohíben. Dos años después de sobrevivir al ataque, acogida en Reino Unido, la joven afgana recibió el Nobel de la Paz.

Tras los atentados del pasado 13 de noviembre, motivo de portada del séptimo número de la publicación Dar al Islam, las autoridades francesas elevaron la seguridad en los colegios. No es la primera vez que un –a priori– lobo solitario entra en un centro educativo para atacar. El 19 de marzo de 2012 lo hizo en la escuela judía Ozar Hatorah de Toulouse el joven francés Mohamed Merah. Mató a cuatro personas, entre ellas, tres menores.

“Los musulmanes franceses deben saber”, dice el artículo de Dar al Islam, “que el sistema educativo francés se construye contra la religión en general y que el islam, como única religión de verdad, no puede cohabitar con esa laicidad fanática”.

La enseñanza está en la diana de los integristas no solo por el impacto de los atentados en su contra sino también por ser uno de los frentes para evitar procesos de radicalización. Fuera de Europa se han cometido dos de los ataques más letales: el de Beslán, en Osetia del Norte, en septiembre 2004, protagonizado por terroristas independentistas chechenos, y el de la Universidad de Garissa, en el este de Kenia, el pasado mes de abril, con un balance de alrededor de 150 muertos. Este último fue perpetrado por el grupo terrorista somalí Al Shabab, que, según testigos, de cebó con los estudiantes cristianos.

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