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Por qué hay que hay que enseñar valores éticos en la escuela

Por motivos que los dramáticos sucesos de París y de otros muchos lugares ponen de manifiesto, la religión no puede sustituir a la ética.

Cinco días después de los asesinatos terroristas, la ministra de educación francesa se reunió con los principales agentes educativos para ver qué había hecho mal la escuela y cómo ser más eficiente en transmitir los valores democráticos. Al final, el Gobierno francés ha decidido introducir en todos los niveles educativos una asignatura de educación moral. En Le Point encuentro un reportaje sobre el mismo tema, insistiendo en la dificultad que tienen los profesores para tratar temas éticos, y en Le Nouvel Observateur, el viejo revolucionario Régis Debray insiste en que “el desierto de valores en que vivimos saca a relucir los cuchillos”. La enseñanza de la moral se había suspendido en Francia a finales de los 70. Pero ya en 2011, el entonces ministro de educacion implantó un curso de “moral fundada en las ideas de humanidad y razón”. En 2013, el siguiente ministro afirmó que la renovación de la escuela exigía la introducción de una asignatura de ética (moral laica) en todos los niveles. Iba a introducirse en el próximo curso. El pasado julio, el Conseil Superieur de Programmes presentó las directrices de esta asignatura en su informe, que puede verse en Projet d’enseignement moral et civique.

En España, el asunto se despachó hace unos años con un debate de ínfimo nivel contra la “Educación para la Ciudadanía”. Las críticas venían de una negativa religiosa a aceptar una ética laica, de la insistencia en que la educación moral era cosa de los padres, o de una postura escéptica que afirma que no hay nada que enseñar en estos temas. El hecho de que una religión puede ser perseguida por otra religión pone de manifiesto la necesidad de acogerse a principios éticos superiores y comunes a ambas. Que la familia no es suficiente se prueba con la evidencia de que no se trata de que aprendan la moral familiar, sino una ética común. Y contra el escepticismo basta decir que el escéptico apela a los principios éticos universales cuando se siente en peligro.

Ahora que estamos diseñando las “destrezas del siglo XXI” para ver qué hábitos debemos fomentar en nuestros niños y adolescentes, conviene tener en cuenta que tener ideas claras y hábitos firmes en el terreno ético son más importantes para nuestro futuro que los avances tecnológicos, científicos o políticos. Incluso la democracia es una “institución suicida” si no se enmarca en principios éticos, como señaló el gran filósofo del derecho Garzón Valdés. De hecho, los pedagogos más avanzados insisten en esta línea. Michael Fullan, de quien ya les he hablado, en el proyecto “New Pedagogies for Deep Learning”, incluye el “emprendimiento ético”. El informe del National Research Council de EEUU de 2012 –Education for Life and Work: Developing Transferable Knowledge and Skills in the 21st Century– añade las competencias éticas. Howard Gardner, el premiado iniciador de las inteligencias múltiples, en su libro Las cinco mentes del futuro incluye la inteligencia ética. Guy Claxton y el movimiento “Building Learning Power” van por el mismo camino.

La ética como bote salvavidas

Es un tipo de enseñanza que no se puede improvisar. De hecho, el Gobierno francés ha previsto que debe tomar parte en la formación del profesorado, y que los inspectores pedagógicos deben proporcionar a los docentes herramientas didácticas para su puesta en práctica. Además, los expertos advierten que es necesario integrar dos tradiciones francesas.

En 1792, Condorcet afirmó que “la primera condición de toda enseñanza es enseñar verdades”. Dos siglos después, Edgar Morin en su discurso en la UNESCO sostuvo que era necesario también “enseñar la incertidumbre”. Esto supone que la escuela acepte una “cultura del conflicto” que prepare a los alumnos para el mundo real. Pero la ética se define, precisamente, como “el conjunto de las mejores soluciones que ha inventado la inteligencia humana para resolver los inevitables conflictos que la convivencia humana provoca”. No es un conjunto de coacciones, es un bote salvavidas. Interpretarla como un conjunto de buenas soluciones nos permite poder comparar unas morales con otras. ¿Qué es mejor solución, la igualdad de todos los seres humanos o la diferencia en castas? ¿Es mejor el “derecho de la fuerza” o la “fuerza del derecho”? ¿Es bueno tener garantías procesales, controlar al poder político, admitir una función social de la propiedad, o lo contrario?

Con frecuencia se levanta la objeción de que la ética no se puede enseñar. La historia lo desmiente. Todas las culturas han transmitido sus morales. Y nosotros también estamos transmitiendo una. Lo que ocurre es que no parece la adecuada a la vista de su incapacidad para resolver conflictos crónicos. Los objetores tienen razón al decir que la ética no es un conocimiento, es un modo de actuar basado en el conocimiento. Como ya dijo el venerable Aristóteles, “lo importante no es saber lo que es bueno, sino hacerlo”. Este problema se ha intentado resolver de varias maneras. Por ejemplo, en Estados Unidos y otros países, introduciendo en la escuela programas de “aprendizaje-servicio”, en los que los alumnos deben participar en actividades de interés social.

En nuestras leyes educativas se ha fomentado la participación activa, pero se ha pecado de ingenuidad al pensar que basta participar para aprender. Un ejemplo. El Tribunal Supremo acaba de ratificar el derecho a no ir a clase de los alumnos, a partir de tercer curso de la ESO, si lo han decidido colectivamente, y sin necesidad de la autorización parental. En efecto, la LOE lo aceptaba “a fin de estimular el ejercicio efectivo de la participación de los alumnos en los centros educativos y facilitar su derecho de reunión” y la LOMCE adolece de una ingenuidad pedagógica inexplicable. Toda competencia se aprende mediante el ejercicio, pero no todo ejercicio desarrolla una competencia. El debate es imprescindible para el pensamiento crítico, pero no todo debate produce pensamiento crítico. Para aprender a tomar decisiones, como es la de faltar a clase para apoyar una causa, se debe tener en cuenta que al hacerlo hay que atenerse a las consecuencias. En este caso, que tendrán que estudiar más otro día, por ejemplo.

Creo que conviene repensar la enseñanza de la ética en nuestro sistema educativo. “¡Es urgente!”, ese es el mensaje de París.  La solución que la LOMCE ha impuesto me parece mala. Ha reintroducido la “educación de la ciudadanía” en todos los cursos (es decir, más que en la anterior ley), pero presentándola como alternativa a la religión. Por motivos que los dramáticos sucesos de París y de otros muchos lugares ponen de manifiesto, la religión no puede sustituir a la ética. Otra cosa es que, dentro de la educación ética se deba considerar, estudiar, valorar el fenómeno religioso que ha acompañado a la humanidad a lo largo de toda su evolución. Pero esto quedará para otro día. No quiero abusar de la paciencia del lector.

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