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¿Por qué es imprescindible una educación laica? · por Enrique Javier Díez Gutiérrez

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Todos los centros educativos, desde infantil hasta la Universidad, sean públicos, privados o privados financiados públicamente (concertados) deben educar laicamente.

La religión es una cuestión vital, no un contenido de examen. Creer es una decisión responsable, no una imposición catequética. La trascendencia es una opción personal, no una decisión obligada. Por ninguna institución: ni la familia, ni la escuela, ni la sociedad. No hay ninguna otra cuestión en la que podamos reclamar tanta libertad personal como en esta.

No tengo que ser católico, judío, musulmán o hindú porque mi familia lo sea. Porque me lo imponga. Ni porque decidan que es lo que más me conviene. Ni porque en mi contexto social sea lo habitual. Ni mucho menos porque en la escuela haya una asignatura al respecto, impartida por catequistas o creyentes en esa determinada religión.

Los hijos y las hijas no son propiedad de los padres ni de las madres. Ni pueden elegir ni decidir la religión de sus hijos e hijas porque consideran que es «lo que más les conviene». Tienen que alimentarlos, vestirlos, cuidarlos para que se desarrollen, explicarles sus convicciones o sus principios, pero no pueden obligarles ni elegir por ellos una opción tan personal y trascendental como es la trascendencia.

Como dice el poeta Khalil Gibran, «tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo, no te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos. Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellos viven en la casa del mañana, que no puedes visitar, ni siquiera en sueños. Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerles semejantes a ti, porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer. Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados. Deja que la inclinación, en tu mano de arquero, sea para la felicidad».

En eso consiste precisamente. En ayudarles a que ellos consigan la felicidad. No en imponerles la forma en que tú crees que tendrán que ser felices.

La opción por la trascendencia, por una religión, solo se puede hacer cuando se es una persona adulta, cuando se tienen conocimientos responsables de lo que conlleva realmente y cuando se toma una decisión meditada y pensada. Todos los fundadores de cualquiera de las religiones eran personas adultas. Fuera Jesucristo, Mahoma, Buda o cualquiera.

Todo lo demás que hacemos cuando los bautizamos, los llevamos a catequesis o a clase de religión es solo iniciarlos e incluirlos en rituales y prácticas cuyo sentido ni comprenden ni les ayuda a que tomen, en su momento, una elección meditada y en libertad. Es decir, no les permitimos elegir en libertad si quieren ser católicos, ateos, musulmanes, agnósticos, budistas o simplemente ser humanos.

Por eso nos encontramos que la mayor parte de los jóvenes no practican ni se sienten parte de ninguna religión, sino que cumplen rituales de las costumbres impuestas por la institución religiosa en el contexto donde nacen por la presión afectiva (de su familia), social (del modelo tradicional que siempre han visto), del grupo de iguales (que lo hacen también por costumbre). En definitiva, que se convierte así la religión en su carcasa, en rituales y costumbres sociales que nada tienen que ver con el sentido auténtico de la religión: desde los bautizos (por la presión familiar de los mayores), las comuniones (muchas de ellas por los regalos), las bodas (¡qué más te da, no le vas a dar un disgusto a la abuela, total…!), etc.

Pero tampoco se les da la oportunidad de conocer el ateísmo, o el agnosticismo, pues tras casi mil quinientos años de control de la jerarquía católica en todo occidente, estas opciones han quedado reducidas a minorías ilustradas y a contracorriente y, por supuesto, no hay asignaturas obligatorias en el sistema educativo español que ofrezcan dos horas semanales de formación al respecto, como sí lo hay de las religiones.

Les robamos así una decisión esencial en libertad, que pueden tomar cuando realmente estén preparados para ello. Porque es una decisión vital y trascendental. Una decisión que solo pueden tomar cuando, con la suficiente madurez, empiecen a conocer lo que implica (no se imparte filosofía o metafísica hasta no estar en secundaria, algo que es mucho menos complejo y más fácil de entender que la religión). Es así como hicieron todos los seguidores de los principales líderes religiosos.

Pero parece que ahora se trata de una competición entre religiones para conseguir más adeptos, porque se tiene más financiación por parte de los Estados, más capacidad de presión, más influencia social y más poder por parte de las jerarquías religiosas. Al final, parece que se reduce a una cuestión de poder e influencia.

De esta forma estamos convirtiendo algo que puede ser una vivencia realmente trascendente y comunitaria, incluso un sentido de la vida, en una práctica ritual que deteriora el sentido mismo de la religión. Vemos cómo cada vez más población, con el paso de los años acaba considerando cualquier religión no solo superficial, sino inútil y sin sentido, en buena parte de los casos, como estamos constatando en nuestra sociedad. Y lo que renacen son los integrismos. La imposición y la utilización de la religión como fanatismo, como un arma de choque entre civilizaciones.

Por eso, como católico practicante y comprometido con la Iglesia de Jesucristo, reclamo, exijo, reivindico una actitud laica en la formación de nuestros jóvenes. Y con más motivo aún en todo el sistema educativo. Porque la actitud laica tiene dos componentes: libertad de conciencia y neutralidad del Estado en materia religiosa. Cada persona es libre de ser o no religiosa y de abrazar la religión que quiera o de ser atea o agnóstica, mientras que el Estado debe abstenerse y mantenerse al margen de estas creencias y prácticas personales. En este sentido, el laicismo busca separar esferas (el saber de la fe, la política de la religión, el estado de las iglesias), para garantizar la libertad de conciencia y posibilitar la convivencia entre quienes no tienen las mismas convicciones.

Es imprescindible que todas las religiones, incluida la católica, ocupen el lugar que les corresponde en democracia: la sociedad civil y adulta, no la escuela ni las universidades; que deben quedar libres de cualquier proselitismo religioso. El espacio adecuado para cultivar la fe en una sociedad en la que hay libertad religiosa son los lugares de culto: parroquias, mezquitas, sinagogas u otros.

La Escuela y la Universidad han de ser laicas para ser de todos y todas, para que en ellas todas las personas nos reconozcamos, al margen de cuáles sean nuestras creencias, que son un asunto privado. Por eso, la religión no debe formar parte del currículo. No por motivos antirreligiosos, sino desde un planteamiento pedagógico y social beneficioso para el desarrollo de la racionalidad del menor de edad, de su independencia y autonomía personal, para la que debe ser educado libremente sin que le enseñen creencias que predispongan su mente a comportamientos o dogmas que condicionen su personalidad desde la infancia.

Necesitamos una escuela laica, donde se sientan cómodas tanto las personas no creyentes como las creyentes. Que eduque sin dogmas, en principios y valores humanistas y universales (que muchas religiones comparten, al igual que el ateísmo y el agnosticismo), en la pluralidad y en el respeto a los derechos humanos (que también muchas religiones comparten, al igual, insisto, que el ateísmo y el agnosticismo), en la asunción de la diferencia y de la diversidad y en los valores éticos, no sexistas y democráticos.

La escuela es un lugar para razonar y no para creer. Por justicia, por convivencia en igualdad y por respeto a los derechos humanos y a la libertad de conciencia y de elección de los menores.

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