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Por qué el “feminismo identitario” divide en lugar de conquistar

Los derechos de la mujeres y el feminismo han recorrido un largo camino en los últimos 100 años. Muchas mujeres en todo el mundo tienen ahora derecho al voto, a viajar libremente sin un compañero masculino, a tener una educación, al trabajo, a casarse y divorciarse por elección, a controlar la reproducción, el sexo y la planificación familiar y a obtener un salario decente para su trabajo. Sin embargo, todavía hay mucho trabajo por hacer, con algunos países que sufren todavía niveles inaceptablemente bajos en cuanto a igualdad de género y derechos humanos para las mujeres.

Para algunos burgueses de la « izquierda-liberal », aquellos que feministas como Aayan Hirsi Ali llaman debidamente la Izquierda regresiva, la razón por la que las mujeres de color siguen a la zaga en materia de derechos humanos y libertad en la gran mayoría de países, se debe en parte al colonialismo europeo y a las « feministas blancas » que ignoran la difícil situación de sus hermanas. Aunque sin duda hay algo de verdad en esta afirmación, simplificando de esta manera también se pasa por alto y se disminuye el patriarcado y la misoginia, presente en estas culturas mucho antes de que llegara cualquier « colonialismo blanco ». Además, solo recientemente, internet global, los medios de comunicación y mayores niveles de educación, viajes y  alfabetización han dado acceso a las  « mujeres blancas » a la información sobre la situación de las mujeres de color en tierras lejanas.

La afirmación de que las mujeres de color han sido ignoradas por las feministas blancas (e incluso que están siendo debilitadas por ellas) predomina frecuentemente en  el debate y narrativas, sobre todo en los EE.UU., hasta el punto de que cualquier discusión sobre la misoginia o la desigualdad en las personas de culturas o religiones de color, descarrila inmediatamente por acusaciones de racismo y supremacía blanca. Mi ensayo « La sudadera con capucha y el hiyab no son lo mismo » y la controversia que creó, con más de 80 académicos de América del Norte emitiendo una carta para condenarlo, es un ejemplo de cómo funciona esto. Esta ideología reaccionaria también ha impulsado un aumento del “Feminismo de la identidad »  (« Feminismo Intersectorial» sugiere que estos grupos reconocen la intersectorialidad de todos los grupos raciales, lo cual a menudo no hacen); grupos feministas asociados a una determinada raza, religión o nacionalidad.

Por ejemplo, pasé unos años viviendo y trabajando con la comunidad tibetana en el exilio en la India y Nepal, países que tienen algunos de los niveles más bajos de  igualdad de género en el mundo y he escrito sobre cuestiones relacionadas con el género y el patriarcado en estas comunidades. El año pasado, un pequeño grupo de mujeres de etnia tibetana (establecida principalmente en los EE.UU.) fundó un grupo llamado ‘Tibetan Feminist Collective’(TFC), inspirado, de forma equívoca, por la crítica de la cultura patriarcal tibetana por parte de mujeres no tibetanas . Su primer ensayo se quejó de que mi crítica de los patriarcas tibetanos exiliados es injusta porque (de acuerdo con su lógica) soy blanca y cualquier crítica al patriarcado o la cultura tibetana debería venir de un tibetano étnico.

Si bien la creación de un grupo como éste es bienvenida si ayuda a potenciar a las mujeres tibetanas, irónicamente, a pesar del hecho de que la mayoría de mujeres tibetanas viven en el Tíbet, la India y el Nepal, la mayoría de mensajes de TFC en las redes sociales se centran en Estados Unidos y están dominados por una rama del feminismo que surgió del movimiento negro por los derechos civiles en los EE.UU. Además, casi nunca apoyan o fomentan la solidaridad con los grupos feministas o escritores de la India o de Nepal, que son los aliados naturales a quien dirigirse para tratar directamente los problemas que afectan a la mayoría de las mujeres tibetanas en el exilio. Cuestiones tales como el continuo dominio masculino del budismo tibetano todavía están mayoritariamente fuera de discusión, aparte de los círculos académicos occidentales.

Sin embargo, esta ideología y tendencia no es exclusiva de un pequeño grupo de mujeres tibetano-americanas. De hecho, podría decirse que  el “Feminismo de la identidad”, que pretende ofrecer una perspectiva “única” para una determinada raza, nacionalidad o religión, a menudo no es otra cosa que un escasamente disimulado nacionalismo étnico o cultural o propaganda religiosa o negación. No es casualidad que muchos hombres (y mujeres) de la derecha religiosa en culturas profundamente patriarcales a menudo citan y utilizan el ‘Feminismo de la identidad’ (y sus continuos ataques,  estereotipos y degradación de las ‘mujeres blancas’ y del ‘Occidente’) para apuntalar y apoyar la cultura y la práctica misóginas.

Aunque no hay duda de que la raza es un factor que no puede ser ignorado en el discurso feminista, culpar de esto a algún tipo de racismo o supremacía inherente en el feminismo blanco es simplista y también, a veces, sirve al status quo patriarcal. Como dice Nushin Arbabzadah -que se crió en Afganistán y huyó a Europa como refugiada- en su artículo  En mi vida, los pañuelos han sido símbolo de opresión, no de solidaridad, en relación con las mujeres estadounidenses que muestran “solidaridad” con las mujeres musulmanas que llevan pañuelos en la cabeza:

Puede que estas mujeres quieran expresar “solidaridad” con las mujeres musulmanas que se cubren. Pero las mujeres musulmanas no tienen por qué  cubrirse. Este acto de solidaridad perpetúa una versión del Islam que dice que está bien envenenar a niñas pequeñas que se atreven a sentir la luz del sol sobre sus cabezas.

Feministas y activistas ex-musulmanas como Maryam Namazie se quejan continuamente del conveniente mito de la izquierda regresiva, que homogeneiza a las mujeres que han crecido en los países de mayoría musulmana apoyando, por ejemplo, la hijab o que incluso lo ven como una expresión de la identidad musulmana:

No obstante, muchos posmodernistas y relativistas culturales de izquierdas, liberales o feministas permanecen firmes del lado de los islamistas. Cualquier oposición a la ley de la Sharia, (que se basa en el Corán, el Hadith, la jurisprudencia islámica), el velo, y la misoginia islámica es tachada de racismo e islamofobia, de imperialismo cultural y mucho más. Los que piensan así, sin embargo, se han creído la noción cultural-relativista de que las sociedades de Oriente Medio y el Norte de África (e incluso la “comunidad musulmana” en occidente) son homogéneas, “islámicas” y “conservadoras”. En ningún lugar  existe una cultura homogénea. Puesto que quienes determinan la cultura dominante son  los que ostentan el poder, este punto de vista considera los valores y sensibilidades islámicos como los de los “auténticos musulmanes » … Quienes afirman que el laicismo y la oposición al velo y la sharia son demandas « extranjeras » y « culturalmente inapropiadas » tienen en cuenta solamente las sensibilidades y valores del islamismo, no la de los muchos que resisten.

Esta actitud “liberal” hacia los islamistas -o la misoginia- también la mostrado su lado oscuro en la víspera de Año Nuevo en Alemania, Finlandia y Suiza; donde más de un centenar de mujeres fueron atacadas y agredidas sexualmente por un grupo de hombres de origen « árabe y norte-africano » (muchos de los cuales han sido identificados como solicitantes de asilo) en lo que parecen ser ataques coordinados. Tales crímenes no tienen precedentes en estos países pero, una vez más, en los medios de comunicación social se negaron y desestimaron los cientos de informes de testigos oculares, de mujeres y de la policía, sugiriendo que esos informes eran racistas o promovían el racismo y que la etnicidad o la cultura de los hombres debían ser ignorados por irrelevantes.

La pregunta que habría que hacer a cualquier grupo de “Feminismo de la identidad” es ¿que hace que el hecho de ser X suponga realmente una diferencia respecto a los objetivos finales de derechos humanos e igualdad para las mujeres? Por supuesto hay que considerar la raza, el género, la clase, la sexualidad y el poder económico cuando se trata de la desigualdad, pero el hecho de ser de una cierta raza o nacionalidad ¿cómo cambia el objetivo o la ideología? La cuestión, aquí, es si los derechos humanos son culturalmente relativos o universales. Yo y muchas otras mujeres (incluidas las de países de mayoría musulmana) afirman que tales derechos son universales y cualquier intento de hacerlos cultural o racialmente relativos, tristemente sirve a los patriarcas más que a las mujeres.

De hecho, estos intentos son síntomas de un “racismo de bajas expectativas” que “espera menos” del “otro” porque “eso es su cultura o religión ». Irónicamente, hacerle el juego a la idea de “diferencia” divide a las mujeres y las pone en el lado de los patriarcas y misóginos. Tal como el 14º Dalai Lama ha subrayado con frecuencia al  hablar de formas de resolver los conflictos, la desigualdad y la división:

Lo importante es encontrar los puntos comunes entre las religiones y por tanto las culturas, identificando las morales  comunes que pueden unirnos a todos. El multiculturalismo, pues, no consiste tanto en la celebración de las diferencias, sino en subrayar las similitudes.

La unidad común que se encuentra en el feminismo es que TODAS las mujeres están oprimidas y sufren a través de la desigualdad de género, el patriarcado y la misoginia, y por los burdos y perjudiciales estereotipos que reducen toda una raza o nación a una ‘sola historia’. Como todos sabemos, la mejor estrategia para lograr el control en cualquier situación es la de “divide y vencerás” y es por ello que los patriarcas todavía tienen el control.

Escritora, poeta y filósofa, especializada en lengua y filosofía budista tibetana. Coautora con Richard Shusterman de Aesthetic Experience. Actualmente trabaja para una organización de derechos humanos tibetana en Dharamsala, India.
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Traducción: Anna Maria Garriga Tarré 

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