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¿Por qué deben estar preocupados los árabes?

El sectarismo y el nuevo e irracional discurso

Mi amigo Hanna es sirio y también pasa por ser cristiano. Este último hecho apenas tuvo consecuencias, excepto cuando quería alardear acerca de las contribuciones de los árabes cristianos a las culturas del Oriente Medio. Desde luego, tiene razón. La moderna identidad árabe se ha ido formulando a través de una mezcla fascinante de religiones, sectas y razas. La cristiandad, al igual que el islam, está profundamente arraigada en muchos aspectos de la vida árabe. No hace falta decir que el vínculo entre islam y cristianismo es sencillamente inquebrantable.

“Soy cristiano, pero, en términos culturales, soy igualmente musulmán”, me dijo a modo de introducción a una desalentadora comprensión. “Pero ahora estoy muy preocupado”.

La lista de preocupaciones de Hanna es larga. La más importante entre ellas es el hecho de que los árabes cristianos en algunas sociedades árabes estén siendo considerados cada vez más como “extranjeros” o “huéspedes” en sus propios países. En ocasiones, como ocurrió en Iraq, son castigados por un grupo extremista u otro por haber adoptado la misma religión que los fanáticos de EEUU y Occidente afirman representar.

Se destruyeron iglesias en un brutal castigo por una guerra salvaje que el Presidente George W. Bush y muchos de su misma ralea decían mantener entre el bien y el mal utilizando las más repugnantes referencias religiosas mientras arrasaban Iraq, sin perdonar ni a musulmanes ni a cristianos.

Durante los primeros años de la guerra, muchos intelectuales árabes parecían desconfiar de la siniestra división que EEUU estaba levantando entre religiones, sectas y comunidades. Muchos en los medios de comunicación árabes mencionaron las pasadas experiencias históricas cuando otras potencias imperiales –en concreto, Gran Bretaña y Francia- acudieron a la estratagema del “divide y vencerás”.

Esas tentativas de la primera mitad del siglo XX provocaron un terrible derramamiento de sangre y duraderas cicatrices en muchas comunidades. El Líbano es el ejemplo obvio, con Iraq a la cabeza.

En respuesta a los intentos coloniales de entretener a los árabes con conflictos internos, los nacionalistas árabes mantuvieron entonces un diálogo y discusiones que demostraron tener un valor inmenso para la moderna identidad árabe.

Para escapar de las trampas de las divisiones religiosas y sectarias y dar rienda suelta a las desaprovechadas energías de las sociedades árabes, se vio que había una necesidad urgente de articular un nuevo lenguaje que sirviera de expresión a un discurso político panarabista unificador. Tras la II Guerra Mundial, el auge del nacionalismo árabe se convirtió en la fuerza a la que combatir, desde Egipto a Iraq y Siria.

Fue una batalla de voluntades en la que se enzarzaron las potencias imperiales, a las que se unió después EEUU. Había también elites locales y tribales que combatían por su propia supervivencia. El discurso de los nacionalistas sirvió para inspirar desde los atronadores discursos de Gamal Abdel Nasser en Egipto, a los elocuentes pensamientos de Michel Aflaq en Siria, Iraq y otros lugares. Al menos, entonces parecía importar poco que Nasser fuera un musulmán sunní egipcio y que Aflaq fuera un cristiano ortodoxo griego.

Aflaq fue un gran pensador y su insistencia en la vitalidad del carácter musulmán para los árabes fue todo un testimonio para una generación de nacionalistas que, a partir de entonces, han ido desapareciendo casi por completo. Hablaba de la unidad árabe no como un sueño distante sino como un mecanismo práctico para arrancar la libertad de muchas manos siniestras. “¿Qué libertad puede ser más amplia y más grande que la vincularse uno mismo con el renacimiento de la propia nación y de su revolución?”, dijo durante uno de sus discursos. “Es una libertad nueva y precisa que se alza contra cualquier presión y confusión. La dictadura es un sistema precario, inadecuado y contradictorio en sí mismo que no permite que la conciencia del pueblo crezca”.

Muchas voces se hicieron eco de esos sentimientos en las naciones árabes de aquí y de allá. Los poetas recitaron la voluntad de los combatientes por la libertad y los artistas recrearon el lenguaje de los filósofos. Aunque finalmente los movimientos nacionalistas árabes se fragmentaron, debilitaron o fracasaron, la identidad árabe sobrevivió. Mucho después de que Nasser muriera e incluso de que Anwar Sadat firmara los acuerdos de Camp David, rompiendo así el consenso árabe, los escolares seguían cantando: “Las patrias árabes son mi hogar, desde el Levante a Bagdad, desde Najd al Yemen y desde Egipto a Marruecos”.

Sin embargo, la guerra contra la identidad árabe no ha cesado nunca y ha continuado manifestándose de manera real y figurada. Israel y las potencias occidentales, que rivalizan por el dominio militar, la influencia regional y, básicamente, por los recursos, han hecho cuanto han podido por destrozar los pocos aspectos que mantenían el sentimiento de unidad entre las naciones árabes y que habían logrado sobrevivir a pesar de los numerosos y quizá insuperables desacuerdos.

La guerra civil libanesa (1975-1990) dejó profundas heridas que aún continúan supurando. La guerra de Iraq fue especialmente dolorosa. Aunque en el enfrentamiento civil libanés estuvieron implicadas una serie de sectas bien delimitadas, hubo un flujo continuo de alianzas.

Pero la guerra civil de Iraq, alentada y sostenida por la implicación directa estadounidense a fin de debilitar a la resistencia iraquí frente a la ocupación de EEUU y Gran Bretaña, estaba bien definida y fue brutal. Los musulmanes chiíes y sunníes se enzarzaron en una amarga lucha mientras las tropas estadounidenses causaban estragos en Bagdad. Los miembros de todas las sectas pagaron un precio muy duro por los enfrentamientos, que dañaron también la identidad nacional de Iraq, ridiculizando su bandera y el himno nacional. El impacto sociopolítico de esa guerra es tan grave, que ha conseguido resucitar un discurso reaccionario que ha obligado a muchas comunidades a pasar a considerarse como miembros de uno u otro grupo, en lucha cada uno por su propio ser.

Poco después de la revolución egipcia, iba caminando por las calles de El Cairo, recordando con mucho vértigo el pasado pero mirando con esperanza hacia el futuro. Un nuevo Egipto estaba naciendo, un país con espacio para todos sus hijos. Un Egipto donde los pobres están contribuyendo equitativamente y donde musulmanes, cristianos y todos los demás avanzan, codo con codo, como iguales, estimulados por la visión de una nueva generación y las esperanzas y sueños de muchos más.

No se trataba de una idea romántica sino de los pensamientos inspirados por millones de egipcios, por los musulmanes barbudos protegiendo las iglesias en El Cairo frente a los complots del gobierno para incitar las tensiones religiosas, por los jóvenes cristianos vigilando la Plaza Tahrir mientras los jóvenes musulmanes oraban, antes de que todos reanudaran su lucha por la libertad.

A pesar de mi insistencia en el optimismo, creo que el discurso político actual es, de forma inaudita, odioso, polarizador y derrotista. Aunque las elites políticas musulmanas están agudamente divididas entre chiíes y sunníes, asignando niveles de significados al hecho de que uno haya nacido de esta forma o de aquélla, ese enfrentamiento ha ido conformando una actuación agresiva que ha destruido Siria, despertado las animosidades del pasado en el Líbano y reactivado el conflicto existente en Iraq, además de devastar la misma identidad árabe.

El dilema histórico de Iraq, explotado por EEUU a fin de obtener beneficios inmediatos, se ha convertido ahora en un dilema panárabe. Los medios árabes y medio-orientales están fomentando ese conflicto utilizando una terminología cargada de sectarismo y obsesionada en erigir el tipo de divisiones que no conllevan más que desconfianza, miseria y guerra.

Puede que ya no sea posible resucitar el nacionalismo de Nasser y Aflaq, pero hay una necesidad imperiosa de un discurso alternativo ante el tipo de extremismo intelectual que justifica con inquietante lucidez la masacre de los habitantes de todo un pueblo en Siria a causa de su secta o religión. Mi amigo Hanna tiene razón al preocuparse, todos los árabes deberían estar igualmente preocupados.

Ramzy Baroud ( www.ramzybaroud.net ) es editor de PalestineChronicle.com y autor de los libros “The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle” y “My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto Press, London).  

Fuente original: http://palestinechronicle.com/sectarianism-and-the-irrational-new-discourse-why-arabs-must-worry/

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

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