En varios países del continente hay tributos que se cobran automáticamente a todos los individuos afiliados a un credo. En todos ellos, hay una mayoría que sigue abonando, pero también una minoría creciente que hace el trámite para dejar de hacerlo.
Destinar una parte de los ingresos a la Iglesia es una tradición arraigada en buena parte de Europa desde hace varias siglos. De hecho, en algunos países hay impuestos que se cobran automáticamente a todos aquellos que están inscriptos en la religión, algo que se produce con el bautismo en la mayor parte de los casos.
Sin embargo, un estudio del Pew Research Center demuestra que cada vez más personas deciden dejar de abonar el tributo. Para ello, se dan de baja de sus iglesias, un fenómeno impensado algunas décadas atrás.
Actualmente, hay seis países europeos en los que el impuesto eclesiástico es obligatorio para todos los miembros adultos de las principales iglesias del país: Austria, Dinamarca, Finlandia, Alemania, Suecia y la mayoría de los cantones de Suiza. Entre los que están inscriptos, sólo están exceptuados los estudiantes, los desempleados, los jubilados y las personas de bajos ingresos.
Este tributo suele ser la principal fuente de ingreso para las iglesias europeas. Por ejemplo, la Iglesia Popular Danesa recibió aproximadamente 1.000 millones de dólares por este gravamen en todo 2017. En Austria, la Iglesia Católica recaudó 514 millones de dólares.
Lo habitual es que el impuesto oscile entre el 1% y 2% de la renta imponible de los adeptos. En Finlandia, por caso, donde el ingreso medio anual era de 23.602 euros en 2017, la tasa media era de 262 euros.
El sistema es diferente en otros países. En Portugal y España se cobran impuestos eclesiásticos, pero los pagos son voluntarios, incluso para los feligreses, y no los paga el contribuyente, sino salen del erario público. En Italia, hay una parte del impuesto a la renta que se destina a la Iglesia Católica, aunque los contribuyentes pueden decidir si prefieren destinarlo a otra institución religiosa o a ayuda humanitaria.
De todos modos, el estudio del Pew Research Center se centra en los seis países de pago forzoso. En todos ellos, la gran mayoría de las personas encuestadas dice abonar el tributo, pero algunos dejaron de hacerlo recientemente y otros piensan hacerlo en el futuro cercano.
Por ejemplo, el 20% de los finlandeses dice haber dejado de pagar, frente a un 71% que continúa aportando y un 8% que, por distintas razones, no lo hizo nunca. En cambio, el país en el que más personas pagan es Dinamarca, donde la proporción asciende a 80%, y sólo un 10% dejó de hacerlo en los últimos años.
En Suiza, apenas el 8% se desafilió de su iglesia para no hacer más aportes, pero el 26% dice que es probable que vaya a dar el paso en el futuro. En Austria, Alemania y Suecia, los que están en esa situación oscilan entre 20 y 22 por ciento.
Lógicamente, las personas que pagan el impuesto eclesiástico son más religiosas que quienes dejaron de hacerlo. En Austria, por ejemplo, el 60% de los contribuyentes dicen que la religión es al menos algo importante en sus vidas, en comparación con sólo el 19% de los que ya no contribuyen. En Alemania, el 77% de los aportantes dicen que creen en Dios, en comparación con sólo el 19% de los que han optado por no pagar.
Por otro lado, la gran mayoría de los que pagan son cristianos. En Austria, son el 95% y en Suiza el 94 por ciento. Es algo curioso el caso de Suecia, donde el 32% de los que siguen aportando se identifican como “no afiliados” a ninguna religión. En esa categoría se ubica el grueso de los que no abonan el tributo en todos los países.
También es esperable que quienes dejaron de pagar el impuesto consideren con más fuerza que la religión debe mantenerse separada de los asuntos gubernamentales. Es lo que piensa el 82% de los austríacos que renunciaron a sus iglesias, frente a un 50% de los que continúan contribuyendo. La diferencia existe, pero es menor en Dinamarca, donde el 75% de los que siguen pagando considera que Iglesia y Estado deben ir por separado, proporción que trepa a 89% entre los que ya no lo hacen.
Este último dato se explica porque los defensores del tributo eclesiástico afirman que fue instaurado con una impronta fuertemente laica, para compensar la disminución sostenida de los aportes gubernamentales al clero en el siglo XIX. El argumento tiene sentido: que la Iglesia sea financiada sólo por los fieles, no por todos los contribuyentes y por decisión discrecional de los gobiernos, como ocurre en la mayor parte de América Latina.
No obstante, los críticos de este tributo también tienen un punto al afirmar que no son pocos los que lo abonan contra su voluntad. Lo que sucede es que muchos no saben realmente que tienen el derecho de optar por no pagar, o no saben qué trámite deben realizar para ello. Otro saben, pero ir a la Iglesia y renunciar al credo que les inculcaron de niños les resulta