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Pescadores de niños, por Marta Nebot

El colmo de la pederastia de la Iglesia Católica tiene nombre propio y es español:  Cesario Gabaráin.  El compositor de canciones de misa más famoso del mundo, que llegó a cometer más de 500, cantadas por coros infantiles y juveniles tan angelicales, abusó de menores en varios colegios religiosos, según publica El Pais, y la Iglesia ni le apartó ni le denunció, sino todo lo contrario.

Este sacerdote vasco afincado en Madrid, que fue autor del hit Pescador de hombres que lo convirtió en el único cura con disco de oro, fue expulsado en 1978 de los Maristas de Chamberí por esos abusos, pero sobre todo porque los padres de las víctimas amenazaron al director del colegio con llevar su denuncia a Interviú si no lo hacía. Sin embargo, a pesar de que para echarlo el colegio tenía que informar de lo ocurrido al arzobispo de Madrid (el cardenal Tarancón, que era también el presidente de la Conferencia Episcopal Española), el Papa Juan Pablo II, solo unos meses después, en 1979, lo nombró su prelado personal, título honorífico que el Pontífice concede a personas de especial relevancia.

Así que tras la expulsión, primero la Conferencia Episcopal patria lo mandó a otro colegio de Madrid, el San Fernando de los Salesianos, a seguir teniendo contacto con niños, y poco después Wojtyla lo encumbró a los altares de Roma, porque, según confesó, tarareaba su megahit mientras era nombrado  representante de dios en la Tierra.

Aquella letra, sabiendo la verdad que no se sabe si el Papa sabía, significa otras cosas:


Necesitas mis manos
Mi cansancio que a otros descanse
Amor que quiera seguir amando

Señor, me has mirado a los ojos
Sonriendo has dicho mi nombre
En la arena he dejado mi barca
Junto a ti buscaré otro mar

L@s que crecimos en colegios religiosos de este país conocemos la canción de memoria. Yo también la he tarareado sin darme cuenta. Su compositor sabía seducir; ahora sabemos cuánto.

Como seducida por este canto, al conocer la historia de su compositor gracias a una investigación periodística, que no a la Iglesia ni a la Policía, se me revuelven las tripas con el agnosticismo propio de quienes fuimos adoctrinados cuando teníamos la mollera blandita. Porque más allá de la pederastia, ¿cómo no caer en las redes de los pescadores de hombres y mujeres cuando pescan pezqueñines, como decía aquella famosa campaña publicitaria? No dejamos que se pesquen pescados pequeños y sin embargo permitimos que se pesque a futuros hombres y mujeres cuando es tan fácil engañarlos con cuentos.

Como agnóstica venida a atea, a fuerza de voluntad y de pelea con los recuerdos infantiles que se llevan en la médula y que a partir de hoy me darán más grima, me asquea una vez más el adoctrinamiento religioso infantil admitido sin complejos por sociedades contrarias a cualquier adoctrinamiento.

Dejemos a los niños en paz, de una vez, en todos los sentidos.

La religión, como todas las creencias importantes,  solo se elige en libertad cuando se es adulto. De niño no es elección, es veneno inoculado en el inconsciente contra el que pocos encontramos antídoto que no nos deje una tristeza crónica como efecto secundario. Es mucho más difícil aceptar la muerte cuando de niño te contaron muchas veces el cuento más bonito y fantasioso: que nadie muere, que solo vamos a otro sitio. Eso sí, allí los angelitos, tan bonitos ellos, cantan los grandes éxitos del padre Cesario.

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