La reforma constitucional del artículo 24 que la Cámara de Diputados aprobó de manera precipitada el pasado jueves, en las últimas horas del periodo legislativo, más allá de su contenido, mostró claramente que los dirigentes del PRI no han aprendido mucho durante su ausencia de Los Pinos y que son capaces de traicionar sus principios, a sus militantes y a los ciudadanos y creyentes comunes, en su afán de negociar y contemporizar con una jerarquía católica siempre deseosa de más privilegios e influencia en el espacio público. Calderón debe estarse frotando las manos, pues el PRI no sólo le hizo el trabajo sucio al PAN, sino que se desprestigió con muchos de sus adeptos. La aprobación de la reforma mostró, además, que si bien a título individual una mayoría de los dirigentes del PRI puede estar a favor del Estado laico, ante instrucciones precisas que vienen de arriba, léase de Enrique Peña Nieto, doblegan su voluntad e ideales y apuran una reforma pactada en la cúpula, entre el virtual candidato de su partido y el episcopado católico.
Es bien sabido que el ex gobernador del Estado de México y los obispos de esa entidad, entre los que se encuentra Carlos Aguiar, presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, antes obispo de Texcoco y ahora arzobispo de Tlalnepantla, acostumbran reunirse periódicamente. También lo es que desde hace por lo menos seis años la reivindicación principal del episcopado ha sido la reforma del artículo 24, para incluir el tan ambiguo como equívoco principio de libertad religiosa, que los obispos católicos definen como el derecho no sólo a creer en lo que se quiera creer, sino a una serie de reivindicaciones específicas, que incluyen el derecho de los padres a educar a sus hijos en la religión de su preferencia y que, según ellos, se traduciría en la obligación de que esa educación se ofrezca en la escuela pública. Y si dos más dos son cuatro, queda claro de dónde vino la instrucción para aprobar dicha reforma, sin que a Peña Nieto le preocupen las consecuencias de la misma. No tiene sentido especular si ésta se hizo para pagar una deuda por la desaseada anulación matrimonial de la hoy esposa del virtual candidato priista, si es un regalo para el papa Benedicto XVI en preparación de su anunciada visita a México en marzo próximo, o si obedece a un equivocado cálculo electoral, el cual supone que un pacto con los obispos atraerá votos al partido. Poco importan las motivaciones de Peña Nieto. De la reforma es preocupante tanto el contenido como la forma, pues muestra, insisto, que los viejos hábitos no han desaparecido en el PRI.
Tan a la vieja usanza fue esta reforma, que los legisladores no consultaron a ningún especialista reconocido en el tema ni mucho menos a los líderes de las más notorias o numéricamente relevantes agrupaciones religiosas del país. Se hizo, como antes lo hacía el PRI, en lo oscurito y en complicidad con algunos obispos católicos. De la misma manera, el procedimiento legislativo se realizó en forma apurada, evitando cualquier publicidad y pasando por encima de faltas de quórum y luego en el último minuto, a puerta cerrada y en ausencia de quienes se opondrían a la aprobación. Eso provocó entre otras cosas la toma de tribuna durante el pleno por algunos lopezobradoristas, quienes denunciaron la inminente claudicación e hicieron posible con ello que el resultado de la reforma en la Cámara fuese menos nefasto.
El grupo parlamentario del PRI, sabedor del desprestigio que esta reforma puede acarrearles, se preocupó por publicar un desplegado donde señala que México es un “Estado laico y liberal” y rechaza “tajantemente que esta reforma afecte en forma alguna nuestro régimen de libertades o los elementos esenciales que integran nuestras más nobles tradiciones y prácticas republicanas y liberales”. Conservaré el desplegado para futuros debates. Pero éste no elimina el verdadero problema de la reforma, es decir que mostró las debilidades de lo que se anuncia como un presidencialismo personalista y autoritario prefigurado en los métodos antidemocráticos y el abandono de ideales (si alguna vez los tuvo) del virtual candidato y por lo menos una parte de la dirigencia del PRI.
Pero esto no ha acabado. Todavía falta la aprobación del Senado y de la mayoría de estados de la República. Y allí es donde el PRI puede mostrar si realmente es un partido laico y liberal, o si por lo menos le importan los votos. En un desplegado publicado el pasado viernes 16, en El Universal, la iglesia La Luz del Mundo señaló de manera brillante y magistral muchos de los errores de este proceso de reforma. Resumo únicamente algunas de sus propuestas: “Que el Congreso de la Unión convoque a un debate público en el que se escuchen las voces de los actores sociales interesados en esta temática… Que el Senado culmine el trabajo que iniciara la 61 Legislatura de la Cámara de Diputados, que aprobó una reforma al artículo 40 de nuestra carta magna para elevar a rango constitucional el carácter laico del Estado”. Apoyo totalmente esta propuesta e incluso sugiero que el Senado, para dar muestra de su apoyo a la laicidad del Estado, apruebe primero la reforma del artículo 40 y luego, si acaso y con algunos ajustes, la del 24.