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Decía Schopenhauer que «las religiones, como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para brillar». Aun lejos del pesimismo del filósofo alemán, profundamente ateo y particularmente contrario al dios cristiano, creo que hay que estar de acuerdo con su visión de la religión en estos días de resistencia airada de la Conferencia Episcopal Española (CEE) a los planes acordados con el Gobierno para las víctimas de pederastia en templos, seminarios y otras instancias católicas.
Los obispos españoles han decidido, tras una Asamblea Plenaria Extraordinaria que celebraron este martes consigo mismos (las víctimas no acudieron), hacer una cuestión de fe de la reparación de las víctimas de abusos sexuales y violaciones cuando eran niños/as. Es decir, que las 400 congregaciones religiosas que han de indemnizar a 440.000 víctimas de pederastia, tal y como se acordó con el Gobierno, no están mandadas por ley a hacerlo: se trata de «una obligación moral», argumentan los obispos, como si el No violarás no lo fuera y no hubiéramos llegado hasta aquí después de décadas -seguramente, siglos- de sufrimiento en recintos sagrados; en el nombre de dios.
El ministro Félix Bolaños, responsable de llevar a buen puerto este asunto -la reparación de todas las víctimas de pederastia y su compensación económica-, está visiblemente enfadado con la CEE, por su soberbia pese al dolor que causó con las agresiones a menores, pero también con el encubrimiento de las cúpulas católicas, Vaticano incluido, hasta hace pocos años. Ese silencio reventó, no por un acto de contrición, sino porque la prensa y víctimas muy valientes denunciaron por todo el mundo, también en España, toda la miseria de este colectivo que se arroga la bondad y el bien absolutos.
En la mano de este Gobierno de izquierdas está retirar la financiación pública de la que dispone la religión católica en España, incluidos sus colegios concertados, y construir de una vez por todas un Estado laico que priorice la ciencia, la investigación y el progreso. También podría usarse esa financiación para las indemnizaciones morales, el ejercicio de fe al que la Conferencia Episcopal niega la supervisión del Ejecutivo, porque ya deciden y se apañan ellos, como juez y como parte y como el todo bendito que creen que son.
Habrá quien diga, con razón, que por qué vamos a tener que pagar con nuestros impuestos las indemnizaciones a víctimas de las que no somos culpables ni responsables, si el Estado, el Gobierno, se hace cargo de ellas en caso de no responder la CEE, por ejemplo, con su inmenso patrimonio. Sin embargo, desde mi absoluto rechazo a las elites religiosas que tratan de condicionar nuestra vida en lo público y en lo privado, sobre todo, la de las mujeres, sí creo que el dolor de las víctimas ha sido hasta ahora responsabilidad de todos y todas; al menos, de la práctica mayoría. Porque hemos permitido que sigan ahí los culpables y responsables directos e indirectos, viviendo de nuestros impuestos, sin pagar los que les corresponderían y tratando de dinamitar nuestros derechos, impunes en sus delitos de todo tipo, incluida la pederastia; todo ello, además, después de haber sido parte de una dictadura genocida y sangrienta. Sí, tenemos una deuda eterna con las víctimas de la pederastia de los curas y la seguiremos teniendo mientras consintamos tanta oscuridad en santuarios y palacios.