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Paul Berman «Los mismos que creían en Mao y Fidel piensan que las nuevas dictaduras islámicas liberan»

Analista político y literario del New Yorker, New Republican y el New York Times, Paul Berman sabe cómo molestar. Para empezar, hace casi diez años se atrevió a comparar los totalitarismos europeos de los años 30 con el islamismo radical en 'Terror y libertad' (2003). Después denunció el silencio de ensayistas como Ian Buruma o Timothy Garton Ash frente a lo que él denomina “hipocresía musulmana”, y ahora acaba de publicar en España 'La huida de los intelectuales' (Duomo), en el que desenmascara la complicidad de demasiados pensadores occidentales ante los islamistas moderados, los mismos que callan ante el maltrato a la mujer, el terrorismo o la intolerancia y son aplaudidos por el resto del mundo como un mal menor tras los atentados de Al Qaeda primero y los temores que despertó la primavera árabe del año pasado después.


Encontramos a Paul Berman en París. Viene de Málaga y nos confiesa en un español tan macarrónico como emocionante, que “ver que mi libro resulta ser útil para algunos intelectuales y periodistas españoles es de veras maravilloso para mí”.

La primera víctima de la pluma de Berman, profesor de periodismo en la Universidad de Nueva York, en La huida de los intelectuales, es un personaje casi desconocido en España pero de enorme influencia en el pensamiento internacional de nuestros días, Tariq Ramadan.

-Tariq Ramadan -nos explica Berman- es un filósofo islamista nacido en Suiza que en la actualidad da clases en la Universidad de Oxford y que tiene muchísimos seguidores en el norte de Europa, en Estados Unidos, y en el resto del mundo también. Además, es admirado por una increíble cantidad de intelectuales y periodistas no musulmanes de Francia, Inglaterra, Estados Unidos, que le consideran una suerte de puente filosófico indispensable entre las ideas liberales de Occidente y el Islam.

-¿Y cuál es el problema? ¿Por qué le molesta tanto?
-Porque si usted apenas dedica quince minutos de su tiempo a estudiar sus escritos puede acabar encontrándole un pensador fascinante, un revolucionario en el mejor sentido de la palabra que intenta modernizar las más antiguas tradiciones del Islam, y, ante todo, reconciliarlas con la modernidad y la libertad. Desgraciadamente, si en vez de quince minutos le regalase dieciséis, comenzaría a descubrir ingredientes inesperados en su pensamiento.

-¿Como cuáles?
-Bueno, para empezar no tendría más remedio que advertir que Ramadan disfraza los principios radicales del islamismo con un lenguaje moderno y aceptable, pero que sólo se trata de eso, de un disfraz. En realidad defiende que la autoridad intelectual del Islam reposa en los Hermanos Musulmanes, la organización panislamista líder en el mundo, que defiende la sharia. Sin embargo, todos parecen olvidar que Ramadan es el nieto de Hassan al-Banna, el fundador de los Hermanos, y que ha dejado muy claro que confía ciegamente en los principios de su abuelo. Olvidan también que Ramadan sabe presentarse de la manera más apropiada ante los lectores occidentales, que le consideran un líder deslumbrante de derechas y moderado o de izquierdas y radical, según el caso. Por eso, miles de personas ansiosas por descubrir a un filósofo islámico progresista, moderado y piadoso al tiempo creen haberlo encontrado en él. Y es una estafa.

-¿Por qué los mismos intelectuales que admiran a Ramadan no luchan en cambio por la suerte de Ayaan Hirsi Ali, defensora somalí de las mujeres y la libertad, que ha tenido que exiliarse para salvar la vida?
-Porque les resulta incómoda, y porque en realidad desprecian a quienes, como Ayaan Hirsi Ali, que tuvo que huir primero a Holanda y luego a Estados Unidos, se atreven a pensar por sí mismos. Si asumes las ideas de Ramadan acabas convirtiéndote, lo quieras o no, en un reaccionario. Hirsi Ali es feminista y Ramadan se niega a condenar prácticas tan aberrantes como la lapidación hasta la muerte de las mujeres condenadas por adulterio.

-¿De qué habla cuando habla en La huida de los intelectuales de “islamofascismo”?
-Bueno, es un término conflictivo… El presidente Bush lo utilizó con su característica ineptitud, y muchísima gente en todo el mundo acabó pensando que estaba insultando al Islam. Sin embargo, como afirmé ya en Terror y libertad (2003, Tusquets, 2009), hay muchas razones para descubrir las influencias del fascismo europeo en el Islam. Un ejemplo: el movimiento islámico más importante entre los palestinos de hoy sigue siendo Hamas, y el acta fundacional de Hamas, que data de 1988, se apoya en los Protocolos de los Sabios de Sión [un libelo antisemita publicado por primera vez en 1902] para justificar su determinación de exterminar a los judíos. Pero, ¿cómo y dónde encuentra Hamas los Protocolos? Gracias a los nazis, en los años 30 y 40, cuando los movimientos independentistas árabes los incorporaron a su ideología. Sin embargo, las influencias del fascismo van más allá . El espíritu del movimiento islamista que recorre tantos países y que pretende crear una sociedad granítica, inmutable, sumisa, jerárquica, opresiva frente a todo pensamiento disidente, profundamente machista y antifeminista, militarista y beligerante, para establecer un nuevo orden internacional, es muy similar al que arrasó Europa en los años 30.

-Así que al final, más de 10 años después del 11-S, de la tragedia de las Torres Gemelas, la guerra de Iraq, los radicales , disfrazados o no, están ganando la batalla…
-Tal vez. Al menos los islamistas radicales parecen estar prosperando en gran número de países en nuestros días, ¿no?

Berman tiene ganas de hablar. Y, por ejemplo, de preguntarse en voz muy alta el porqué tantos intelectuales occidentales defienden que las explosiones islamistas son una expresión de un tercer mundo oprimido.
-“Lo hacen -se responde-, porque demasiados intelectuales progres han sido siempre incapaces de identificar correctamente ciertas clases de tiranías que han asolado el mundo. Los mismos que pensaban que Mao era maravilloso y Fidel Castro un libertador, creen hoy ciegamente que las tiranías islamistas son liberadoras. No son infalibles, más bien lo contrario: aunque la palabra intelectual surgió hacia 1890 y denominaba a aquellos escritores y artistas que defendían, con razón, la inocencia de Dreyfus, la historia demuestra que hoy muchos de nuestros pensadores contemporáneos no hubiesen dudado en condenarle.

-¿Qué está pasando para que los intelectuales de Europa y Estados Unidos acaben renegando de sus valores e ideales?
-Que muchísimos han despreciado siempre a sus propias sociedades: es una enfermedad, una neurosis, de la vida occidental. El odio a sí mismo, a lo que uno es en lo más íntimo, es un síntoma de la modernidad en nuestros países.

-¿Ha cambiado algo su forma de ver la realidad desde que publicó en 2003 Terror y libertad?
-La verdad es que no, aunque hay algunos aspectos que me habría gustado precisar con mayor detalle, como, por ejemplo, que la democracia verdadera no consiste sólo en elecciones sino que requiere una cultura democrática que no nace inesperadamente…

-Hace años, Ian Buruma rechazó su “visión radical” sobre Estados Unidos y aseguró que usted luchaba heroicamente, pero en solitario, contra demasiados enemigos. ¿Le convencieron sus argumentos?
-En absoluto. Pero, ¿conseguí convencer a mis críticos yo? Sí y no. Barack Obama ha cometido algunos errores pero, bajo su presidencia, los Estados Unidos han ofrecido una feroz batalla contra la violencia islamista radical en muchísimos países del mundo. Algunos de los partidarios pacifistas de Obama quizá pretendían otra cosa, pero el presidente supo enfrentarse a ellos con valor. Estados Unidos se enfrenta a una guerra que no siempre sale bien, a veces los resultados son espantosos, como en Iraq, pero no podemos renunciar.

-¿Qué pasará en noviembre, si Obama resulta reelegido?
No creo que haya cambios sustanciales en su política exterior, pero tampoco estoy seguro de que su reelección esté garantizada.

La huida de los intelectuales

Paul Berman. Traducción de Juanjo Estrella. Duomo. Barcelona, 2012. 288 páginas, 19'50 euros

New York Times Book Review

A lo largo de los 10 últimos años, Paul Berman ha estado explorando un tema: la repulsa por parte de los intelectuales liberales de sus valores e ideales. El tema se ha tratado en profundidad en varios libros: Terror and Liberalism [Terror y libertad], Power and the Idealists [El poder y los idealistas] y ahora La huida de los intelectuales. El propio Berman es un hombre que se identifica “con la izquierda liberal”.

Es un buen tema y ha atraído la atención de otros escritores (el británico Nick Cohen, por ejemplo, lo analizaba en What's Left? How the Left Lost Its Way [¿Qué queda? Cómo perdió el rumbo la izquierda]. De hecho, esta idea es tan fértil, tan atractiva como objeto de estudio, que hasta podríamos hablar de una categoría diferenciada de libros recientes dedicados a tratarla en detalle. Seduction of Unreason [La seducción de la sinrazón] de Richard Wolin, sobre el romance intelectual con el fascismo, es un ejemplo destacado, escrito desde la izquierda. End of Commitment [El final del compromiso] de Paul Hollander, sobre los intelectuales, los revolucionarios y la moralidad política, es otro, esta vez desde la derecha. Los muchos libros escritos en los últimos 20 años sobre la complicidad de Heidegger con el nazismo constituyen otros ejemplos.

La obra maestra, sin embargo, sigue siendo La traición de los intelectuales, de Julien Benda. Este libro, escrito en 1927 por uno de los principales intelectuales franceses de principios del siglo XX, puede considerarse la obra inaugural de la serie. Los libros de Berman pueden interpretarse muy bien como reformulaciones (en su propio registro, por supuesto) de la polémica de Benda contra sus compañeros intelectuales. Para Benda, el intelectual traiciona su vocación cuando pone en peligro su compromiso con los valores universalistas. La tentación de correr dicho riesgo, sostiene, radica en el atractivo del sentimiento nacional, al que los intelectuales están muy dispuestos a subordinarse. Y la función que asumen como nacionalistas es la de conceptualizar los odios políticos. Benda, un defensor de Dreyfus, deploraba el entusiasmo de algunos escritores franceses por desempeñar esta función degradada e ignominiosa.

Para Berman, la tentación de los intelectuales contemporáneos tiene una composición un tanto diferente. Está compuesta por los siguientes elementos: la falsa identificación de los valores liberales con un Occidente opresivo y del islamismo político con un tercer mundo oprimido; una oposición irreflexiva e incondicional a cualquier despliegue de poder estadounidense; una cierta ceguera, e incluso un sentimiento de ternura, en relación con las expresiones contemporáneas de antisemitismo.

Berman se posiciona en contra de estas traiciones a la vocación, teñidas en algunos casos de odio hacia uno mismo y derrotismo. Y aunque hay ligeras insinuaciones de declive de la civilización en su obra, como lamentándose de que los intelectuales de hoy no sean lo que eran antes, sus argumentos siempre están bien construidos. Es un escritor elegante e irónico y tiene dos blancos. Primero, fija su mira en el académico musulmán Tariq Ramadan, a quien contrasta con la admirable y valerosa laicista Ayaan Hirsi Ali. Y segundo, desafía a los analistas Ian Buruma y T. Garton Ash por apoyar con reservas a Ramadan y menospreciar a Hirsi Ali, y señala el “tono de desdén que tan frecuentemente se cuela en los debates” sobre ella, los “despectivos desprecios masculinos de la intelectual feminista más famosa que ha dado África”. En resumen, Berman opina que la admiración generalizada por Ramadan es inmerecida y le considera una figura siniestra con un programa siniestro mientras deplora la intimidación y la violencia dirigidas hacia ese “subconjunto de la intelectualidad europea (especialmente su facción musulmana librepensadora y liberal)” que “solo sobrevive gracias a los guardaespaldas”. Esto, concluye Berman, no se ha visto en Europa Occidental desde la caída del Eje. “El miedo – el miedo mortal, el miedo a ser asesinado por unos fanáticos presas de una ideología estrafalaria- se ha convertido, para un número considerable de intelectuales y artistas, en un hecho elemental de la vida moderna”.

Berman identifica la duplicidad como una parte del problema de Ramadan, es decir, su tendencia a decir cosas diferentes ante diferentes públicos y a hablar de forma tan equívoca como para ser entendido de distintas formas por esos públicos. Hay “una oscura mancha de ambigüedad” que “invade todo lo que escribe sobre el tema del terror y la violencia”. Además, su lenguaje conciliador, su proyecto de definir un islam minoritario en paz dentro de la democracia liberal, resulta un tanto falso, y esa otra postura más radical que defiende de vez en cuando refleja con más exactitud sus verdaderos puntos de vista. Esta duplicidad está bien documentada ahora. La periodista francesa Caroline Fourest ha escrito todo un libro sobre el tema, con un título que revela su argumento fundamental: Brother Tariq: The Doublespeak of Tariq Ramadan [Hermano Tariq: el doble lenguaje de Tariq Ramadan]. Berman contribuye a este desenmascaramiento de Ramadan.

Otra parte del problema de Ramadan radica en su pedigrí político y familiar, que él no ha repudiado pero que presenta de manera falsa. Es en su análisis de este pedigrí donde el libro de Berman realmente despega. Ramadan es el nieto de Hassan al-Banna, el fundador de la Hermandad Musulmana. Es un “hecho terrible” que el “entorno personal de Ramadan -su abuelo y su padre, sus contactos familiares, su tradición intelectual- sea precisamente el entorno que tiene la principal responsabilidad de generar la teoría moderna del terrorismo -suicida religioso”. Como su abuelo, escribe Berman, Ramadan desea un regreso a una época lejana, caracterizada por la pureza religiosa, en la que toda disensión estará necesariamente ausente. Es un pasado imaginado, por supuesto, y un programa político imposible. Además, “en un mundo político moderno forjado por el auge de los islamistas”, escribe Berman, “ncluso algunos de los pensadores más atractivos tienden, si han caído bajo una influencia islamista, a sentir debilidad por el terrorismo suicida. Y debilidad por el antisemitismo”.

Berman puede ser considerado con justicia el Benda de nuestra época. En La huida de los intelectuales continúa con su trabajo de redimir el buen nombre de los intelectuales desenmascarando a los corruptos que hay entre ellos.

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