Visita papal a Reino Unido para combatir la laicidad y superar el escándalo de la pederastia
Benedicto XVI ha sido el primer Papa en hacer una visita de Estado a Reino Unido y ha sido recibido por ello oficialmente por la reina Isabel II, jefa de la Iglesia de Inglaterra. También se ha dirigido a la flor y nata de la clase política en el Westminster Hall. Pero la visita ha tenido al mismo tiempo un contenido pastoral. El pontífice aspiraba a superar los efectos deletéreos del escándalo de la pederastia sacerdotal sobre la grey británica, por la que una vez más se ha excusado, y a aplicar una reingeniería religiosa a la creciente secularización de la sociedad de la isla. En ambos casos cabe hablar de la proverbial división de opiniones.
La visita no parece haberse montado con la tradicional finura de la diplomacia vaticana. Las multitudes, sin caer en la insignificancia que se auguraba, no pueden compararse con las que atrajo Juan Pablo II en su visita solo pastoral de 1982. Aquellos eran otros tiempos, sin nubarrones de abuso sexual, y éstos, los de un prelado de 83 años y energía limitada. Y la idea de cobrar por la asistencia a ciertos actos, como si fueran espectáculo de zoo, parecía singularmente desavisada por muchos que sean los problemas económicos de la Iglesia con sus 1.000 millones -siquiera muchos de ellos nominales- de fieles en el mundo.
La propia Iglesia de Inglaterra -con 27 millones aún más nominales- que es la más cercana a Roma del universo protestante, ha visto con reticencias el trasteo papal. Molestó a la jerarquía anglicana que Benedicto XVI se dirigiera en el pasado a sus fieles más conservadores exhortándoles a recogerse en el seno de Roma, bien que apoyándose en comunes posiciones menos que democráticas, como la oposición frontal al aborto, a la ordenación de la mujer y a la promoción al episcopado de sacerdotes abiertamente homosexuales, todo lo que sí admite el sínodo general anglicano. Y tampoco es azar que ayer se celebrara durante la visita la beatificación del cardenal Newman, prelado anglicano que hace un siglo se convirtió al catolicismo, al frente del llamado movimiento de Oxford.
Cuando en 1534 Enrique VIII rompió con Roma lo hizo solo en el terreno político. La realeza reivindicaba su propia autocefalia, pero solo dos décadas más tarde la redacción del Book of Prayer, ya bajo su hija Isabel I, codificaba unas diferencias dogmáticas con Roma que hoy parecen insignificantes. En los siglos siguientes hubo una protestantización de la feligresía de signo más popular. Sin embargo, la aristocracia o rama anglocatólica del anglicanismo, a la que pertenecía el ex primer ministro Tony Blair, que se convirtió al catolicismo, o la propia soberana, practica para muchos un papismo al que solo le falta el Vaticano.
Ese modesto pero apreciable corrimiento de fieles constituiría una tentación irresistible para cualquier pontífice. Por eso la visita, que el viernes hasta tuvo su susto de amenaza terrorista, ha sido casi tan pastoral como de Estado.