La Santa Sede y China, sin lazos diplomáticos desde hace sesenta años con motivo de la excomunión de dos obispos designados por Beijing sin el consentimiento de Pío XII, parecen encaminados a iniciar un acercamiento de alcance histórico. Diversos acontecimientos sugieren que existe voluntad para encontrar formas y medios para el deshielo de las relaciones sino-vaticanas y lograr la unidad de los casi 13 millones de católicos chinos. La televisión china menciona el tema con una frecuencia inusitada. Próximamente, en otro ejemplo, obras de arte de la Santa Sede y de China serán exhibidas en los museos vaticanos y en el Palacio Imperial de la Ciudad Prohibida.

La diplomacia del arte puede ser quizás el primer paso concreto destinado a que China reconozca públicamente el indiscutido liderazgo espiritual del Papa e inicie una posición menos ideológica respecto a la llamada Iglesia patriótica, controlada por el gobierno chino desde 1949 y que nombra obispos sin el visto bueno papal. También podría representar un límite a las persecuciones a los religiosos fieles al Papa como las que han sufrido, entre muchos otros, el obispo Julius Jia Zhiguo, monseñor Cosma Shi Enxiang o el obispo coadjutor de Wenzhou, Zhuming Pietro Shao, que no ha sido reconocido en su dignidad episcopal por el gobierno chino.

Una de las cuestiones más delicadas son los reclamos chinos de autonomía religiosa que, en palabras de Benedicto XVI: “Son incompatibles con la doctrina católica” como es el caso de las ordenaciones episcopales. Una posibilidad para superar las diferencias podría ser el modelo vietnamita en el cual el Vaticano propone nombres y reciben el consentimiento de Hanói, son designados por el Papa. En caso de rechazo, el Vaticano sugiere nuevas alternativas hasta alcanzar satisfacción gubernamental. También el Vaticano podría adoptar una posición más pragmática con los llamados obispos nombrados por la Asociación Patriótica, excomulgados por el Vaticano.

Es probable que gradualmente se avance en la solución de muchos de estos temas delicados. Francisco, en su interés de expandir las fronteras de la Iglesia, ha manifestado reiteradamente el interés en visitar China y ha tenido algunos gestos como ha sido el de no reunirse con el Dalai Lama. También envió una carta invitando al presidente Xi Jinping a visitar el Vaticano. En el 2013, China permitió por primera vez que el avión papal sobrevolara el espacio aéreo para llegar a Corea del Sur, una circunstancia que no había permitido en otras ocasiones, en particular a Juan Pablo II, en 1989.

El presidente Xi Jinping, interesado en seguir mostrando una imagen de apertura, parece inflexible en dos cuestiones. Por un lado, ha aclarado que el Vaticano debe romper “relaciones diplomáticas con Taiwán y reconocer a la República Popular China como el único gobierno que represente China”. Por otro, pidió dejar “en manos de China sus asuntos internos y no hablar de ello en nombre de la religión”.

Por ahora, Francisco ha sido discreto pero insistente. Solamente habla de entablar relaciones fraternas y del deseo de realizar a la brevedad una visita pastoral ante mil trescientos millones de chinos. Es casi como una obsesión personal para continuar la tarea misionera de otro emblemático jesuita, san Francisco Javier, que murió en 1552 sin haber podido alcanzar el sueño de evangelizar una China entonces herméticamente cerrada al extranjero.