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Otra vez la Semana Santa

La dirección de la revista Wadi-as me pide que escriba algo –lo que yo quiera, me dicen– sobre la Semana Santa. La verdad es que hubiese preferido que, dada la fecha del 14 de abril, me hubieran pedido algo sobre la Segunda República Española, que sólo en cinco años de existencia, creó más escuelas y bibliotecas que todos los gobiernos que la precedieron y siguieron; pero, como lo que  me piden es la Semana Santa, cumpliré sus deseos, aunque sea un poco a la trágala.

Ya he dicho en otras ocasiones que no me gusta la Semana Santa. Toda esa profusión de procesiones, esculturas llenas de sangre y vírgenes llorosas, me echan de la ciudad y me lanzan al campo. Dicen que todo eso es para conmemorar la condena a muerte en la cruz de un hombre justo y honrado que en modo alguno merecía tal castigo. Cuando yo oigo esta argumentación siempre pienso lo mismo: si tuviéramos que conmemorar todas las condenas a muerte injustas no tendríamos tiempo suficiente con los 365 días del año; 366, si es bisiesto. Otros añaden algo más: dicen que este hombre justo era hijo de Dios y que su padre lo había enviado para morir en la cruz y así redimirnos. Y cuando oigo esto no puedo evitar la exclamación: ¡Vaya padre!

Pero en seguida surge la inevitable pregunta: ¿Era Jesús verdaderamente hijo de Dios? ¿Tenía Dios un hijo? ¿Se le ocurrió a Dios la atrocidad de enviar a su hijo a que lo crucificaran? Hay un escritor francés, Edouard Estaunié, que en su libro “L´Empreinte” (“La Huella”), nos demuestra que entre Dios y Jesús no había el menor parentesco. Para eso le basta con un detenido análisis del  milagro de la higuera. Recordemos: Jesús maldice la higuera, porque no tenía higos, y la higuera se seca. El escritor francés se pregunta: ¿Qué es lo que hacen todos los árboles, incluidas
las higueras? Respuesta inmediata: Siguen el ciclo de producción que Dios les ha impuesto. Si la higuera no tiene higos es porque no es tiempo de higos. El no aceptar este ciclo de producción es  estar en contra de los designios de Dios. Sólo un hijo rebelde podría obrar así. Un hijo rebelde o… alguien que no es hijo. El argumento no tiene vuelta de hoja, pero Estaunié aún añade algo más: la resurrección de Jesús. ¿Cómo puede ser que Jesús sólo aparezca resucitado ante sus discípulos? Su gran baza habría sido presentarse ante Poncio Pilatos, los escribas, fariseos y todos los que prefirieron Barrabás a Jesús. Al menos debería haber buscado al escribano más importante de la ciudad para que diera fe de que estaba vivo. No, se limita a sus discípulos. ¿No induce tal actitud a ciertas sospechas? Hay otro argumento que, aunque no lo saca a relucir Estaunié, merece la pena recordar: Jesús, que murió con 33 años, se marchó de este mundo sin dejar una sola línea escrita. Inmediatamente surge la pregunta: ¿Cómo puede ser que el hijo de Dios, segunda persona del triunvirato celestial, fuese analfabeto?  Lo normal es que hubiese tenido la ciencia infusa y hubiese hablado y escrito todos los idiomas del planeta Tierra.

Aceptemos, aunque sólo sea por un minuto, que Jesús vino a morir crucificado y redimir así a la Humanidad de un supuesto pecado cometido por unos supuestos primeros padres, Adán y Eva, que jamás existieron. También ahora surgen un sinfín de preguntas. La primera: ¿Se notó en algo tal redención? ¿Cesaron al día siguiente de la muerte de Jesús las guerras? ¿Terminó para siempre la esclavitud? ¿Dulcificó la naturaleza un ápice su engranaje de indiferencia hacia el hombre? ¿Se apagaron los volcanes? ¿No hubo más inundaciones ni sequías? ¿Cesaron los huracanes y ciclones? ¿Se poblaron los desiertos de fuentes cristalinas y árboles enormes? Basta con abrir cualquier libro de Historia para saber que todo continuó exactamente igual que estaba el día antes. Lo único cierto es que Jesús (o más exactamente su seguidor Pablo de Tarso, que no era analfabeto y sí ha dejado obra escrita) fundó una religión que durante siglos estuvo quemando gentes, inmoladas en inicuos y malvados autos de fe, que auspició infinidad de guerras, que fue un freno para la cultura y la ciencia y que, en el momento actual, es propietaria del estado más rico por metro cuadrado del mundo: el Vaticano. Sobre esta realidad no hay la menor duda.

Recuerdo ahora que, cuando yo era estudiante de bachillerato, una de las asignaturas que teníamos era “Formación del Espíritu Nacional”. El profesor era un gerifalte de Falange que llegaba a clase vestido con uniforme y corbata negra. Se ponía delante de nosotros en posición de firme, alzaba el brazo haciendo el saludo fascista, y gritaba con énfasis: “¡Por el Imperio hacia Dios”!. Nosotros, alzando también el brazo, gritábamos: “¡Arriba España!”. Entonces mandaba que nos sentáramos y comenzaba la clase. Sus clases eran menos aburridas que las de los frailes porque, una vez agotado su escueto programa, que se reducía a José Antonio, la reivindicación de Gibraltar y la Cruzada, como no sabía qué hacer, nos hablaba de toros, fútbol, cantantes de moda y artistas de cine. Su formación intelectual debía ser mínima. Un día se le ocurrió preguntarle a un alumno qué es la nación, según José, claro. El alumno tenía que haber respondido: “Es una unidad de destino en lo universal”; pero, por error o para hacerse el gracioso, respondió: “Es una unidad de timo universal”. Se armó el guirigay y el profesor terminó expulsando al alumno de la clase. Años después, comparando la definición de José Antonio Primo de Rivera con la de mi compañero de clase, he llegado a la conclusión de que la definición de este último es mucho mejor que la del fundador de la Falange. Algo parecido me ocurre ahora con la Semana Santa. Si en la definición de mi compañero de clase sustituimos la palabra “universal” por “local”, porque es evidente que la Semana Santa no se celebra en todo el Universo, tenemos la definición más acabada y completa de lo que, al menos para mí, es la Semana Santa. Podría quedar más o menos así: “Unidad de timo local”, o, pensando en los turistas, acaso quedara más vistosa y efectista esta rutilante definición: “Unidad de timo exclusiva de España”. ¿Verdad que suena de maravilla?

¡Cuánto lamento no poder felicitar a mi compañero de clase por su acertada definición! Ocurre que ni sé a dónde ha ido a parar ni siquiera si aún está vivo.

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