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Un día estuvieron a punto de reclutarme para el Opus Dei, un error fatal que hubiese llevado al descrédito, la decadencia económica y, muy probablemente, la disolución de la orden (si es que el Opus es una orden, una prelatura, un epílogo del Apocalipsis o un facsímil del Club Bilderberg). El intento de pesca tuvo lugar en 1989, en Burgos, durante mi servicio militar, después de agotar varias prórrogas por estudios y perder definitivamente a los penaltis. Lamentablemente, yo no tenía los pies planos ni me apellidaba Aznar, de manera que me tocaba entregar un año de vida a cuenta de la patria por el módico precio de novecientas y pico pesetas mensuales.
Tras el divertido período de instrucción -cuyos pormenores me guardo para un futuro libro de humor y terror a partes iguales-, me tocaba alojarme en el Gobierno Militar, mientras que los vecinos de Burgos disfrutaban de la ventaja de poder dormir en casa. Al poco de asentarme en una de las literas, un compañero de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, nos pidió a unos cuantos reclutas que lo acompañásemos al lugar donde pernoctaba, con la subrepticia promesa de que quizá nos ofreciesen albergue también a nosotros y, con él, la posibilidad de hacer noche lejos del cuartel. Yo me esperaba un piso de estudiantes, una pensión cutre como mucho, pero lo que me encontré era una especie de palacete a todo trapo, con dormitorios amplios y soleados, cuartos de baño individuales, una espléndida biblioteca y un salón digno de decorar unos cuantos episodios de Dallas.
Le comenté a nuestro Virgilio de uniforme que yo no podía permitirme el lujo de pagar un apartamento, mucho menos aquel lujo romano. Sin embargo, aquel tipo melifluo y atildado, que no paraba de apuntalarse las gafas, carraspeó y dijo que lo habíamos entendido mal, que no había que pagar nada, sino sólo cumplir ciertas reglas. Entonces me fijé mejor en los libros de la biblioteca, en los crucifijos y cuadros que colgaban de las paredes -mártires, santos, monjas y papas- y no recuerdo exactamente qué le dije, pero básicamente que prefería regresar al cuartel antes que al colegio. Creo que alguno de mis compañeros se quedó a vivir allí, y siempre me pregunto qué habría sido de mi carrera literaria de haber aceptado su oferta y vendido mi alma: quizá a estas alturas ya estaría traducido a veinte idiomas y dirigiendo una de esas publicaciones cómicas patrocinadas por el Opus Dei.
Sucede, sin embargo, que yo, más que del Opus Dei, era del Opus Night, una variante agnóstica, juerguista y alcohólica en la que tampoco hice carrera y de la que la edad me ha retirado a empujones. Por lo que se cuenta en un libro recién publicado (Opus. Ingeniería financiera, manipulación de personas y el auge de la extrema derecha en el seno de la Iglesia Católica, de Gareth Gore), la denominación también iba al pelo a una pareja de hermanos: Luis Valls-Taberner, presidente del Banco Popular, era un devoto del Opus Dei, mientras que su hermano Javier era más amigo de los viajes, la buena mesa, el buen vino y las fiestas a deshora. Los llamaban “Opus Dei” y “Opus Night”.
Sospecho, no obstante, que la dicotomía cuadra bastante bien con algunos célebres afiliados a la Obra. Por ejemplo, nuestro inefable ex ministro del Monólogo Interior, Jorge Fernández Díaz, quien no sólo descubrió a Dios en un casino de Las Vegas, entre stripers, borrachos y juegos de dados, sino que además dirigía el ministerio directamente desde las cloacas estatales. Otro tanto sucede con el fundador del invento, Josemaría Escrivá de Balaguer, que, aparte de su mala leche visceral y sus ataques de cólera, levantó su contradictorio monumento a mayor gloria del Señor a fuerza de acumular dinero, influencias y poderes terrenales, es decir, transgrediendo todos los principios éticos y religiosos de las enseñanzas cristianas.
Que el Opus Dei es una organización basada en la avaricia, la manipulación, el secretismo y los privilegios a cualquier precio es algo que no se le escapa a cualquiera con un dedo de frente. Otro libro reciente, Te serviré, de la periodista argentina Paula Bistagnino, ha puesto al descubierto las condiciones infrahumanas de explotación laboral que sufren las sirvientas de la orden. Desde el propio Opus Dei apuntan a que todas estas informaciones obedecen a una campaña de desprestigio perfectamente orquestada: según ellos, todo empezó con la película El código Da Vinci, pero puede que el golpe definitivo lo diera la decisión de elevar a los altares a Josemaría Escrivá de Balaguer por un milagro de lo más inverosímil. El verdadero milagro es haber puesto en marcha el Opus Dei, haberlo llamado Opus Dei y que la gente se lo tragara. Lo que está saliendo ahora a la luz es el Opus Night, una enciclopedia de humor y terror que, si no es obra de Satán, se le parece mucho.