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Opinión: ¿Por qué no he firmado el Manifiesto Feminista contra la guerra en Ucrania?

*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.  

No he firmado el Manifiesto Feminista contra la guerra de Ucrania, aunque comparto (como le dije a la compañera que me lo envió) muchos aspectos de este Manifiesto, firmado por mujeres a las que respeto mucho. Espero que mi texto sea interpretado como una contribución a los diálogos necesarios.

Mi principal desacuerdo se refiere al análisis concreto de la situación concreta, o a la naturaleza de esta guerra. Porque ese análisis determina siempre la formulación de las posiciones internacionalistas; y creo que esa exigencia de análisis de las situaciones concretas también es necesaria para determinar las respuestas feministas. Sin embargo, a este respecto, las formulaciones del Manifiesto tienden, por el contrario, a expresar una postura pacifista general, sin duda asociada a un análisis político que no distingue entre guerra agresiva y resistencia legítima. En cualquier caso, no suscribiría un feminismo que defiende la idea de que las mujeres por naturaleza no deben tomar nunca las armas.

El punto principal del debate se centra en la interpretación de las causas de esta guerra, que se presenta como un conflicto entre imperialismos. Si fuera el caso, yo apoyaría un pacifismo radical; similar al preconizado por Jaurès en vísperas de la Primera Guerra Mundial interimperialista, ante la cual el derrotismo revolucionario de los zimmervaldianos estaba totalmente justificado. A esto añado que, evidentemente, contra la guerra actual lanzada por Putin, está totalmente justificado un pacifismo en Rusia, en particular el pacifismo feminista, que el Manifiesto evoca, pero sin ver la diferencia entre este punto de vista en el país agresor con el de las mujeres en el país agredido. Debido a su análisis del conflicto, el Manifiesto no puede establecer ningún vínculo con las feministas ucranianas comprometidas en una lucha de resistencia. Espero y creo que el papel de las madres, esposas y hermanas de los soldados rusos que supuestamente fueron enviados a “operaciones militares” y que morirán en una guerra sucia contra sus hermanos ucranianos, será fundamental en la derrota de Putin. Por otro lado, en mi respuesta negativa a las promotoras del Manifiesto dije que respetaba tanto a las mujeres ucranianas que huyeron del país y de la guerra para proteger a sus hijos como a las que se quedaron para participar en la defensa (desarmada y armada) de su país.

Pero esto implica reconocer que la resistencia armada allí es una guerra justa, una guerra defensiva, llevada a cabo por un pueblo cuya existencia autónoma ha sido explícitamente puesta en cuestión por Putin. En vísperas de su operación, evocó claramente –lejos de las argucias sobre la OTAN– lo que para él fue la creación artificial de un Lenin que inscribió en la constitución de la URSS el pleno reconocimiento de Ucrania y Bielorrusia como países distintos de Rusia y dotados del derecho de los pueblos a la autodeterminación. Cuando lanzó su operación, que pensó que sería un paseo, Putin reivindicó el pasado zarista y a Stalin contra Lenin y esos derechos. La resistencia con la que se ha encontrado es la de todo el pueblo ucraniano –hombres y mujeres de todas las regiones–, especialmente de habla rusa (como el presidente Zelinsky). El primer efecto de esta guerra es y será (contra cualquier poder títere) la consolidación de la nación ucraniana en construcción, luchando por su dignidad y su derecho a la autodeterminación.

En cualquier caso, ante la guerra lanzada por Rusia contra Ucrania, los llamamientos a la paz y a las negociaciones diplomáticas –rechazando la resistencia armada (y los medios para llevarla a cabo)– significan en la práctica llamamientos a someterse tanto a Putin como a las grandes potencias. Se puede discutir las diferentes formas de desafiar un orden injusto y responder a la violencia, denunciando y rechazando la agresión, pero me parece fundamental poner el énfasis en las opciones del pueblo agredido; en este caso, el derecho del pueblo ucraniano a la autodeterminación frente a esta guerra y en las relaciones internas e internacionales en las que se inserta. Este énfasis en la sociedad concreta es contradictorio con las lecturas geoestratégicas de los conflictos que reducen a los pueblos a peones instrumentalizados por unos u otros.

Por desgracia, el análisis de la naturaleza de la agresión concreta no agota el debate sobre los análisis y las tareas de las luchas emancipadoras. Es cierto que todo conflicto es aprovechado por las grandes potencias del mundo. Biden quiere vender su gas de esquisto frente al gas de Rusia. Y las industrias armamentísticas obligadas a soportar las consecuencias de la derrota estadounidense en Afganistán, están encantadas con el efecto inmediato de la guerra de Putin (que no esperaban): la consolidación, al menos inmediata, de la OTAN y la UE y de sus presupuestos militares.

Pero el pueblo ucraniano que resiste utiliza -además de lo que produce él mismo- armas fabricadas en las fábricas de la OTAN. Ello no es razón suficiente para negar la autonomía de su compromiso de lucha y, por tanto, de sus motivos. Igualmente, que las fuerzas de la OTAN no quieran convertir la crisis en una guerra con Rusia tampoco cambia (hasta ahora) la naturaleza de la guerra. Por eso, la crítica y el cuestionamiento de la OTAN –que es un problema global y actual, sobre todo desde 1991– no puede entenderse en Ucrania, y ante los horrores y las amenazas de la guerra de Putin, si se expresa con eslóganes de rechazo al envío de armas defensivas al pueblo ucraniano –o colocando a Rusia y a la OTAN al mismo nivel en el análisis de esta guerra. Del mismo modo, la consigna internacionalista –lucha contra tu propio imperialismo– pierde todo su sentido y alcance si los antiimperialistas se muestran indiferentes ante la suerte infligida por… otro imperialismo.  Otra cosa –que no justifica ni un minuto esta guerra– es el cuestionamiento radicalmente crítico de las instituciones y relaciones económicas, políticas y militares que han estructurado el continente europeo –este y oeste– y el resto del mundo desde 1989/1991. Pero todo ello se sitúa en una temporalidad diferente de análisis y consignas.

La guerra producirá polarizaciones en Ucrania y en el mundo, y en particular el crecimiento de un componente ultramilitarista de la extrema derecha fascista en la resistencia ucraniana: [este sector] amenazó de muerte a Zelenski durante sus primeros intentos de diálogo en el Dombás y con Putin. El presidente-combatiente ucraniano está, de hecho, rodeado por dos fuerzas de extrema derecha (muy disimétricas): la gran-rusa putiniana (con su poder estatal y sus mercenarios) y la otra, que defiende una Ucrania anti-rusa. Él mismo no es un fascista, ni el peón que Putin despreció, ni Ho Chi Minh. Y su perfil apologético del orden liberal, dependiente de los oligarcas –e incapaz de conciliar el destino de su propio pueblo con el de los palestinos, como se vio dramáticamente en su discurso ante el Parlamento de Israel– exige que el apoyo internacionalista a la resistencia ucraniana se dé con una independencia crítica.

Debemos hacer todo lo posible para que la derrota del agresor Putin se contraponga a la consolidación desde abajo de una identidad ucraniana mucho más amplia, inclusiva y arraigada en la sociedad que la de la extrema derecha racista, con una izquierda que luche contra todos los neofascismos de Ucrania y Rusia; una izquierda que también se dirija a Zelenski en tiempos de guerra, para que los trabajadores no tengan que asumir, en lugar de los oligarcas, los costes de la deuda ucraniana y los gastos de la guerra.  Es en apoyo de esta frágil pero esencial izquierda en Ucrania y en conexión con el movimiento antiguerra en Rusia como debemos construir un internacionalismo desde abajo.

Ese internacionalismo hace frente a un contexto marcado por las herencias históricas –desde los antiguos imperios hasta el estalinismo, pasando por la lucha contra el nazismo y los desastres de la globalización capitalista posterior a 1989– que debe ser explorado desde una perspectiva radicalmente emancipadora, contra todas las relaciones de opresión.  El feminismo internacionalista tiene un papel importante en este proceso.

 Catherine Samary (http://csamary.fr), economista feminista y altermundialista, miembro de la Cuarta Internacional

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