«¡Asesino de vacas!». Bajo este grito acusador grupos de extremistas hindúes han matado a tres musulmanes en las últimas semanas, desatando una violencia que ha puesto a examen la gestión del Gobierno de India para aplacar las tensiones religiosas.
Ahmed Zahid, un adolescente de Cachemira, no sobrevivió a las quemaduras que sufrió mientras dormía en un camión, cuando fue atacado con artefactos incendiarios por radicales que habían encontrado tres vacas muertas en los alrededores. Su muerte provocó huelgas y enfrentamientos con la policía que acabaron con dos docenas de heridos. El nombre de Zahid se unió al de Mohammad Akhlaq, linchado en Uttar Pradesh por guardar supuestamente carne de vaca en su nevera, y al de Noman, asesinado a palos bajo la acusación de traficar con carne en Himachal Pradesh. Todos los asaltos se basaban en rumores.
A pesar de que el ministro del Interior, Rajnath Singh, exigió «tolerancia cero» con estos actos, las declaraciones de algunos políticos justificando lo ocurrido o pidiendo la pena de muerte para quienes sacrifiquen vacas no han ayudado a rebajar el calor en torno al animal sagrado de los hindúes.
En un intento de acallar la polémica el presidente del partido gobernante BJP, Amit Shah, reprendió a estos políticos para que nadie en su formación avive el fuego con «comentarios incendiarios innecesarios», una decisión adoptada tras el «profundo disgusto» del primer ministro, Narendra Modi, quien condenó estoshechos «tristes» e «indeseables». Los analistas coinciden en que lo hizo tarde. «El BJP no admite este tipo de incidentes», dijo Modi, que acusó a la oposición de caer en «la política de la polarización». De fondo está la gran preocupación del Gobierno, resumida por el ministro de Finanzas, Arun Jaitley: «la imagen de India ha sido dañada» en plena campaña para recibir inversión extranjera.
En el gigante asiático, secular según su Constitución, viven 200 millones de vacas,un animal que fue ganando peso en la mitología hindú con el paso de los siglos. Es considerada la «morada» de las deidades hindúes y «madre» de sus creyentes, que representan el 80% de la población india frente al 14% de musulmanes y el 2% de cristianos. Los dos últimos y algunas castas bajas del hinduismo se alimentan de carne bovina, especialmente de búfalo.
No existe una ley nacional que prohíba el sacrificio y consumo de carne de vaca, pero la mayoría de estados sí lo contempla con distintos niveles de restricciones y castigos que llegan hasta los 10 años de cárcel. Desde el avance del nacionalista hindú BJP en varios estados se están endureciendo estas normas. En cambio, en Cachemira, único de mayoría musulmana, su Tribunal Superior ha derogado esa prohibición.
En esa región el lunes un político fue rociado con tinta negra por organizar un evento en el que se servía carne, un ataque similar al que sufrió la semana pasada en Mumbai el organizador de la presentación de un libro escrito por un ex ministro paquistaní. Precisamente los escritores indios se encuentran en pie de guerra contra el Gobierno y la Academia de las Letras por su «silencio» ante la «creciente intolerancia» que, dicen, los autores viven bajo el mandato de Modi. Decenas de literatos han devuelto prestigiosos premios en protesta por el asesinato de un pensador liberal.
Los críticos con el Ejecutivo sostienen que los grupos radicales se sienten más libres desde 2014. Señalan los asaltos a iglesias, los ataques a las minorías, las conversiones masivas o la yihad del amor (el miedo a que los jóvenes musulmanes enamoren a chicas hindúes para convertirlas). Estos incidentes llevan décadas produciéndose entre las distintas religiones, pero ahora se extiende la impresión de que con el gobernante BJP se «ha fomentado una sensación de impunidad» entre los extremistas, en palabras del autor y analista Mukul Kesavan.
La élite política aviva la tensión
A pesar de las siempre conciliadoras declaraciones de Modi («¿Deben los musulmanes y los hindúes luchar entre ellos o contra la pobreza?»), los partidos de la oposición afirman que la intención de reescribir los libros de texto y de incorporar elementos del hinduismo en los programas educativos o la propuesta de convertir el Bhagavad Gita (una epopeya hindú) en «libro nacional» son concesiones a la derecha religiosa, capitaneada por la organización RSS, que sueña con el renacimiento de una India hindú.
Y a eso se suma una hemeroteca reciente plagada de declaraciones polémicas como las del parlamentario Yogi Adityanath, que afirmó que el crecimiento de la población musulmana es «una amenaza para los hindúes», o el controvertido Sakshi Maharaj, quien instó a las mujeres hindúes a tener cuatro hijos para proteger su religión. El grupo radical Shiv Sena, involucrado en numerosos ataques, ha llegado a defender la planificación familiar entre los fieles del Islam y la eliminación de su derecho a voto.
Muchas de estas confesiones han sido rechazadas por el primer ministro, siempre en aras de «la responsabilidad» y «la armonía», pero incluso entre su gabinete se ha colado algún desafortunado, como el ministro Mahesh Sharma, cuando dijo que el ex presidente Abdul Kalam «era un buen nacionalista, a pesar de ser musulmán».