Aunque parece que, aquí en España, todas las diócesis se hallan presentes en Twitter, sólo unos cuantos obispos tuitean de modo habitual con su propia identidad; algo que nos permite conocerlos mejor. Además de sus propias manifestaciones, resultan reveladoras las reacciones que generan en los seguidores y demás usuarios. Son habituales desde luego las respuestas asintientes (“Maravilloso, monseñor!”, “Toda la razón, padre”…), que incluso en ocasiones se limitan a un ceremonioso y acrítico “Amén”; aunque también damos con algunos usuarios que, ajenos a este amenismo, parecen sentir desafiado su raciocinio y replican.
Días atrás el cardenal Omella, presidente de la Conferencia Episcopal, se congratulaba en Twitter de que hubieran sido escuchadas las oraciones motivadas por la sequía y llegaran las lluvias: “Dios ha escuchado nuestras plegarias. Por fin llueve. Bendigamos a Dios y démosle gracias”. Enseguida una religiosa formulaba su amén, aunque también hubo quien apuntó que la sequía habría sido igualmente voluntad de Dios. No, no faltó usuario que se preguntara quién envía los desastres de la Naturaleza; hasta hubo uno que, con sensible ironía, decía haber contribuido mediante el “sacrificio de un carnero en la última luna llena”.
Numerosos son, sí, los obispos que llaman con frecuencia a la oración, práctica que parece convertida en socorrido recurso. A rezar nos llaman también en Twitter el cardenal Osoro, el arzobispo Cerro, los obispos Fernández (Astorga), Elizalde, Zornoza y seguramente todos los que se manifiestan en esta red social. Ahora la situación en Ucrania llama ciertamente a orar, claro. Poco después del comienzo de la invasión rusa, el obispo Sanz Montes tuiteaba: “Las campanas de la Catedral y de Covadonga voltearán este domingo a la hora del ángelus pidiendo a María, Reina de la paz, que interceda por los inocentes que sufren la guerra en Ucrania”.
El obispo Argüello se manifestaba igualmente contrario a la guerra y alentaba la oración por la paz, aunque añadía: “También el humilde reconocimiento de la necesidad de un Ejército que defienda a los pueblos de la brutalidad”. Al respecto de la necesaria defensa pero hace ya un año, don Demetrio, obispo de Córdoba, tuiteaba: “La unión hace la fuerza. Felicidades a Córdoba por la adjudicación de la Base logística militar”.
Después de la reciente celebración del II Congreso de Iglesia y Sociedad Democrática, topábamos con un tuit, diríase que poscongresual, de don Luis Argüello. El secretario de nuestra Conferencia Episcopal escribía: “¿Por qué la democracia está en crisis? Porque se cree fundamento de la verdad y maestra de la moral”. Aquí también hubo respuestas asintientes, en contraste con quienes apuntaban a la propia crisis de la Iglesia. Un usuario se mostraba dispuesto a comprar el tuit, si el obispo cambiaba “democracia” por “Iglesia española”.
Cabe sin duda aceptar que nuestra democracia se adultera con frecuencia y podríamos hablar de una cierta posdemocracia; pero, de modo textual, de crisis en la Iglesia viene hablando el propio papa. Los problemas son en verdad diversos y, apuntando concretamente a la falta de vocaciones, el arzobispo Saiz, de Sevilla, tuiteaba: “Necesitamos sacerdotes para predicar la palabra de Dios, para celebrar los sacramentos, para guiar y servir a la comunidad”.
Al respecto de crisis y como sabemos bien, en los últimos tiempos se viene abordando en Twitter (y en los medios) el abuso sobre menores en la Iglesia. El obispo Munilla, ahora en Orihuela, pedía hace semanas que se investigaran todos los casos de pederastia y no sólo los de la Iglesia, que constituyen clara minoría. Sobre este tema y hace ya más de un mes, en un complejo (diríase que algo abstracto) tuit que parecía relacionarse con el relato de hechos en el curso de las investigaciones, don Luis Argüello pedía “testigos”; una petición, esta, que sonó extraña y dejó perplejo a más de un usuario.
(Por si el párrafo anterior ha despertado curiosidad en el lector, monseñor Argüello escribía exactamente: “Cuando el relato es más importante que los hechos, la opinión pública más que la verdad, la emoción más que la razón y la estrategia del enfrentamiento más que el bien común, la confianza se resquebraja y el diálogo y la convivencia son difíciles. Ahora más que nunca, testigos”).
Hemos aludido al obispo Munilla… Meses atrás, parece que alineado con la energía eólica, traía a Twitter una foto mostrando un aerogenerador con sus enormes palas y añadía: “He aquí una fuente inagotable de energía, y sin emisiones nocivas: ¡La Cruz de Cristo!”. También por entonces, bastante singular don José Ignacio, traía una foto de la Estatua de la Libertad sobre la que se veía volar un ave, tal vez una paloma, para añadir: “Sin el Espíritu Santo la libertad es una utopía”.
Cada obispo es único —lo somos todos—, y su unicidad se deja ver. A Munilla podríamos atribuir buen humor, sin menoscabo de su retórica libre, atrevida, metafórica, adoctrinante. Adoctrinante, pero sin piruetas ingeniosas, se nos muestra típicamente don Juan José Omella. Sin embargo, Argüello parece poco partidario del laicismo y se da a la observación sociopolítica, al clericalismo; escribe, por ejemplo: “Muchos opositores del neoliberalismo promueven fanáticamente las visiones individualistas que lo sostienen”, “Se fomenta el odio cuando se declara delito de odio cualquier discrepancia”, “La ley trans transforma el sentimiento en categoría jurídica y entroniza la voluntad de poder sin ningún límite objetivo”, “La vida es un don, la eutanasia un fracaso”.
En definitiva y aparte de su condición de padres espirituales, de referencia doctrinal, Twitter desvela la personalidad, la mentalidad, de los obispos que lo utilizan, como ocurre desde luego con el resto de usuarios que nos identificamos. Algunos obispos tuitean de manera habitual, casi diaria, y otros lo hacen con baja frecuencia, como, por ejemplo, el obispo García Beltrán. Al entrar en vigor la regulación de la eutanasia, el obispo de Getafe escribía: “Hoy es un buen día para renovar el compromiso por proteger y defender la vida… Apostemos por unos buenos cuidados paliativos, hagamos ya nuestro testamento vital”.
Este análisis traído resulta en efecto somero, pero sí cabe admitir que los obispos tuitean lógicamente para su público, como desde los ambones se predica para los fieles participantes en los oficios; la cuestión es que en las redes sociales se topa también con usuarios críticos. Obviamente, los obispos no replican a los replicantes sino que esta posibilidad es aprovechada por los usuarios asintientes, que se erigen a veces en defensores de las tesis obispales.
En el controvertido tuit del opispo Argüello —el poscongresual sobre la democracia y la Iglesia— y tras respuestas de contenido crítico, algunos seguidores fieles descalificaban a los críticos, sea atribuyéndoles ignorancia, o bien sosteniendo que la Iglesía sí es “fundamento de la verdad y maestra de la moral”, que “a la verdad no se accede por mayoría”, que “hemos abandonado a Dios, fuente de toda razón y justicia”, que “lo que la mayoría de partidos consensúan va contra la Doctrina Social de la Iglesia”. Los obispos cuentan en efecto con numerosos fieles seguidores; en ocasiones habrá quien piense que más fieles al clero que al credo.
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