Fue agente del Batallón 601 del Ejército. Actuó con escuadrones de la muerte en América Central. Ahora es un dignatario de la llamada Iglesia Bielorrusa Eslava.
Había que verlo con saco de lino, camisa rosa, cuello sacerdotal y un pesado crucifijo sobre el pecho. Así, el 15 de febrero de 2002, llegó desde Buenos Aires al aeropuerto paulista de Guaruhlos. Era un alto dignatario de la llamada Iglesia Ortodoxa Bielorrusa Eslava. En el hall de arribos lo aguardaba su máxima autoridad regional: el obispo Athanasios. Por la tarde, durante una solemne ceremonia en la Catedral Ortodoxa de San Pablo, al recién llegado se le concedió el honor de encabezar la Capellanía General para la República Argentina.
Confidencial
Tal mote data de su paso como jefe de la Gestapo en esa ciudad francesa, durante la ocupación nazi. En realidad, el tipo era Klaus Barbie. Su carrera de genocida había comenzado en 1935, al enrolarse en las SS. En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, Barbie fue destinado a la Sección IVB4 con destino en Ámsterdam, y más tarde, en mayo de 1942, a Lyon. Como jefe local de la Gestapo cometería infinidad de crímenes, incluyendo la captura de 44 niños judíos escondidos en la villa de Izieu. Y el asesinato de Jean Moulin, el miembro de la Resistencia francesa de más rango en ser capturado por los alemanes. Sólo en Francia, a Barbie se le atribuye el envío a campos de concentración de 7500 personas, 4432 asesinatos y el arresto y tortura de 14.311 combatientes de la Resistencia. Tras la caída del Tercer Reich, el paradero de Barbie fue un misterio. Su identificación, ocurrida tras 28 años de rigurosa clandestinidad, fue obra de los cazadores de nazis, Beate y Serge Klarsfeld. Sin embargo, ello no precipitó su ocaso. Por el contrario, Barbie sería protegido por las sucesivas dictaduras militares bolivianas, a las que –como contraprestación– brindó importantes servicios en materia represiva.
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