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Protestas en Berlín por la muerte de Masha Amini en Irán. / Filip Singer / Efe / EPA

Nuestra lucha con el hiyab

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Las mujeres musulmanas cargan con múltiples discriminaciones, y el hiyab es el lugar donde todas eclosionan

“En Irán, el hiyab es una imposición política y, en este contexto, sacárselo es un acto de valentía, resistencia, resiliencia y, también, de feminismo”. El pasado martes, la diputada Najat Driouech (ERC) pronunció estas palabras en el atril del Parlament, cubierta con un hiyab. Su intervención apenas tuvo eco en los medios, a pesar de tantos artículos escritos sobre el tema. Tampoco en las redes. Si acaso, un poco más de odio.

Ante las cruces en llamas del Ku Klux Klan fueron linchados más de 4.400 afroestadounidenses en EEUU entre 1877 y 1950. Con la cruz bautista, Martin Luther King elevó su lucha antirracista. La cruz de la liberación frente a la cruz de la opresión patriarcal. Una, refugio de perseguidos; otra, yugo de homosexuales, emblema de dictadores. Los caminos entre víctimas y verdugos se cruzan en un mismo símbolo. Nadie exigiría a una mujer que se desprendiera de una cruz por los crímenes cometidos en su nombre.

La Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, los informes de Amnistía Internacional, innumerables oenegés señalan el crecimiento de la islamofobia en la UE (objetivo de la ultraderecha) y la normalización del discurso de odio contra musulmanes. Las mujeres cargan con múltiples discriminaciones, y el hiyab es el lugar donde todas eclosionan. Porque algunas lo llevan impuesto por el peso patriarcal. Porque otras lo lucen libremente y no son reconocidas en su elección. Sobre ellas caen las miradas que las reducen a abducidas o a menores de edad, negándoles su capacidad para elegir sus vínculos emocionales, sus expresiones afectivas. ¡Qué fácil es despreciar un símbolo siempre que es ajeno! Bandera al viento. Puño en alto. Himnos de juventud…

Al fin, todo podría ser más fácil: reconocer a las mujeres que han luchado por liberarse del hiyab, ayudar a que todas puedan decidir sobre su uso en la escuela y en el trabajo, y respetar a quienes eligen cubrirse con él. Si no entendemos la diversidad de significados de un símbolo, quizá tenemos un problema en la aceptación de quienes lo portan. Afrontar las contradicciones también es un modo de batallar contra el odio y la discriminación. Esa es la lucha en nuestras calles.

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