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Nuestra caricatura trágica en Afganistán, por Enrique del Teso

La de Afganistán no es la única tragedia del mundo y tampoco sé si la más cruel. Pero es una tragedia que parece mirarnos fijamente, como si quisiera decirnos algo. La vuelta de los talibanes tiene algo de retrato de Dorian Gray de Occidente y algo de caricatura, de exageración grotesca de rasgos de nuestra vida pública. Ese dibujo nuestro distorsionado tiene todo lo necesario para hacer gracia, si no fueran obligadas algunas de las emociones que Bergson decía que bloqueaban la risa: dolor, compasión, culpa, ira.

Los humanos tenemos un arsenal de señales no verbales más exuberante que otros primates. Comunicamos con mucho matiz nuestros estados emocionales. Comunicar una emoción es anunciar la conducta que se puede esperar de nosotros e inducir la conducta deseada en el receptor. Cuando mostramos tristeza, inconscientemente nuestros contertulios nos infantilizan y se abstienen de plantearnos cosas complejas, porque ya les anunciamos que no estamos para esfuerzos mentales. Cuando mostramos enfado, los demás nos hablan con frases cortas y evitan las bromas.

Pasamos el tiempo callando, ocultando, fingiendo o decidiendo la situación propicia para decir algo según ese juego de señales anunciadoras de conducta esperable y conducta deseada. Somos actores cualificados. Goffman describió nuestra conducta no verbal imaginándonos siempre en una representación teatral desempeñando distintos papeles. Parece un juego de fingidores, pero así regulamos nuestra vida social. La manipulación maligna interesada no es más que una ampliación hostil de esa condición nuestra. Y la política la amplía hasta límites antipáticos. El sentido de la oportunidad, la impostura, el engaño interesado, benignos tantas veces en nuestra convivencia familiar o social, se apoderan de tal manera de las artes políticas que demasiadas veces la política se  reduce a eso. Por supuesto, en unos más que en otros. Quien pretende lo que perjudica a la mayoría tiene que actuar y mentir más.

Uno de los rasgos que caricaturiza la tragedia de Afganistán es que la política exterior lleva al límite el fingimiento hipócrita y la mentira tolerada en interés propio. La democratización de Afganistán no fue un fracaso porque nunca fue lo que se pretendió. Las guerras solo buscaron el control. Desde luego Bush fue una plaga planetaria que solo dejó semillas de desastre, pero ninguno de los presidentes siguientes buscó otra cosa que «estabilización» en Afganistán y ningún gobierno europeo creyó que se buscara una democracia. Borrell dijo que los talibanes habían ganado y que con ellos había que tratar. No hay que escandalizarse de la falta de principios de la frase. Borrell está a cargo de la política exterior de la UE y en eso consiste la política exterior. Y van a seguir mintiendo en nombre de esos valores europeos que resulta manido y empalagoso oír. China y Rusia ganan peso geopolítico y lo que se haga a continuación será para que ganen lo menos posible.

Aunque la información que se generará hablará de víctimas y horrores, lo que se haga se hará por razones geopolíticas. Los cacareados valores europeos solo expresan el bienestar interno del rico y contrasta con su impiedad exterior. En las familias ricas el trato es educado, la gente tiene estudios y está aseada. El egoísmo agresivo se reserva para el exterior. Recuérdense los colonialismos atroces de Holanda o Bélgica mientras desarrollaban internamente sociedades amables y justas. De hecho, el subidón emocional con Afganistán durará lo que dure como noticia y eso durará lo que dure como novedad. Tras el empacho teatral de valores europeos de estos días de subidón, vendrá la geopolítica, el pragmatismo y Europa irá representando el papel de sus verdaderos valores. La política será esa deformación hostil del pragmatismo teatral con el que conducimos nuestra convivencia.

De Afganistán atrapa la atención con fuerza el grotesco fanatismo religioso. La religión tiene componentes que, para bien y para mal, son muy apetecidos por muchas formas políticas, incluso ateas. La religión induce conductas colectivas previsibles y controladas mediante credos compulsivos sencillos. Crea fácilmente identidades grupales, necesarias para acciones colectivas eficaces, y fortalece vínculos intergeneracionales. Y aporta dosis de consuelo y evasión que reducen tensiones sociales. Para mantener organizada y eficiente a una colectividad ajena a la religión se necesita un desarrollo institucional muy fuerte. La religión es un low cost tentador. Pero las religiones tienen jerarcas que no son ajenos al juego político.

Son fáciles las sinergias de iglesias con determinados partidos que introducen el credo y la identidad religiosa en las discusiones públicas, haciéndolas más excluyentes y sectarias. Ahora las democracias están siendo asaltadas por grupos de ultraderecha que se organizan a partir de grupos religiosos fundamentalistas muy financiados y muy compactos por su fanatismo. Afganistán es una distorsión grotesca de lo peligroso que llega a ser ese mecanismo tan apetecible y placentero de organización colectiva que es la emoción religiosa, cuando no se toman debidamente en serio las quiebras de la democracia que se hacen en su nombre. En España algo sabemos de todo esto.

Otro aspecto que impacta con fuerza es la extrema agresividad contra las mujeres, que llega hasta impedirles su individualidad en público con el siniestro burka. Hablamos de exageraciones caricaturescas, no de comparaciones lineales. No se trata solo de que en nuestras sociedades la desigualdad de género es un hecho y es ferozmente predicada desde la Iglesia y las fuerzas conservadoras y anida en todas partes. Y no se trata solo de que esa desigualdad alcanza en el límite la violencia y la muerte. Es que es la discriminación colectiva con más refuerzos culturales y la mejor tolerada socialmente. Pocas luchas provocan una hostilidad comparable a la que despiertan los movimientos feministas por la igualdad. Pocas cosas son tan temidas como lo son los avances en igualdad de género en los sectores conservadores.

La ofuscación es tal que, con la noticia de la caída de Kabul, Irene Montero durante unas horas estuvo entre los temas estrella de Twitter. Según parece Afganistán era una enmienda a la totalidad del Ministerio de Igualdad, no se sabe si porque debería haber cogido la ministra un avión a Kabul o si porque el centenar anual de asesinatos y los casos persistentes de acosos y abusos sexuales pasaron a ser naderías pijoprogres. También hubo bobos que relacionaron el burka con la izquierda, como si la tolerancia cultural se refiriera a las lapidaciones o a esa prenda funesta. La desmedida violencia talibán con las mujeres anima a hacerse feminista por un día a gente que se trastabilla por la falta de costumbre.

Afganistán subrayará en fosforito el racismo de nuestras sociedades. Los afganos que huyan de allí con su piel tostada, pasado el calentón informativo, serán tratados como siempre y la ultraderecha, tanto la organizada como tal, como la que habita en las tripas bajas de partidos visiblemente próximos, los calumniará y denigrará con impunidad. ¿No lo hacen siempre con los débiles de otras tragedias? Pero se subrayará también el racismo que se envuelve en banderas religiosas y nacionales y en historias inventadas de patrias que supieron seguir sobre el azul del mar. Arreciarán artículos y manifestaciones antimusulmanas. Lo que delata que es racismo disfrazado es que el racismo siempre es clasista y siempre tiene una parte económica. ¿Alguno de los muchachotes ultraderechistas que vociferarán contra el islam sintiéndose herederos del Cid lo harán en Marbella, ante jeques y príncipes árabes envueltos en fastos?

Tendría la gracia de una caricatura bien hecha si no fuera tan trágico.

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