Este verano, cuando parecía que la pandemia nos daba un respiro en España, con las vacunas inyectándose a la velocidad de la luz (y sin su precio), la noticia de caída de Kabul en manos de los talibanes, sin resistencia alguna por parte del ejército originario adiestrado por la OTAN, conmocionó a la opinión pública. Y lo hizo de verdad, no solo en tertulias televisivas, prensa y despachos oficiales.
Si ibas a un bar en Galicia, como era mi caso, la gente hablaba de Afganistán y, por momentos, no solo de la maldita covid; comentaban casi por unanimidad el papelón infame de EE.UU., ese país tan poderoso que lideró una operación llamada Libertad Duradera en 2001 para ‘democratizar’ Afganistán, esto es, llevar los valores occidentales a unos señores y señoras que nacieron en el lugar equivocado. No se trataba tanto de la dictadura talibán, que también, sino de instaurar allí un modo de vida como el nuestro, el correcto, el bueno, el único válido a los ojos de los norteamericanos.
Veinte años nos contemplan desde entonces, con gobiernos de Bush Jr., Obama, Trump y Biden, ¿y qué se ha conseguido? Nada. N-a-d-a. Cero. Hemos vuelto al punto de partida, o peor, porque una pandemia campa a sus anchas en este momento por el planeta, y sobre todo, por esos países donde el hambre y las tiranías asfixian a la población ante la falta de solidaridad internacional con las vacunas. Afganistán, claro, es uno de ellos.
En España, cuando desde el aeropuerto de Kabul nos llegaban esas imágenes terribles de afganos y afganas amontonados intentando huir del régimen talibán con lo puesto, con niños y niñas lívidos de miedo, solo nos quedó recordar con vergüenza e impotencia nuestra contribución a una operación que se aprobó en el Congreso con el apoyo de PP y PSOE, respaldados por la legalidad internacional que no existió con la invasión de Irak. A ésta se sumó, solo, un Aznar entusiasta con cualquier cosa que le susurrase Bush al oído.
«¿Pero cómo es posible?», nos preguntábamos en los bares, las playas, las calles, los supermercados, los cines o las verbenas. Fue tal el enfado colectivo que empezaron a surgir llamadas colectivas al Gobierno para que salvara, al menos, a los afganos que colaboraron con los y las españolas que estuvieron en Afganistán, como fuerzas armadas, prensa o personal diplomático. De esas llamadas colectivas, pasamos a iniciativas concretas lideradas por personajes públicos, que recogieron decenas de miles de firmas para intentar que se rescatase al máximo posible de afganos de las garras de esa trituradora de derechos humanos que son los talibán. Sobre todo, de los derechos de las mujeres, cuyos testimonios (juezas, periodistas, universitarias, actrices…) todavía nos hielan el corazón.
Según datos actualizados del Ministerio de Asuntos Exteriores, hasta hoy han llegado a España 2.653 afganos y afganas (2.206 durante la toma de Kabul, 244 los días 11 y 12 de octubre y 203 desde el 13 de octubre). Desde el departamento que encabeza José Manuel Albares, reconocen la inmensa dificultad que supone arrancar a cada una de estas personas de las garras del régimen islámico radical y, mientras, la comunidad internacional se debate todavía entre negar la legitimidad de los talibán o entablar relaciones oficiales con los talibanes para no matar de miseria a los y las afganas.
Afganistán es uno de los países más pobres del mundo, con un 72% de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza, según ‘Fews Net’ [https://fews.net/central-asia/afghanistan], traducidas sus siglas del inglés, la red de sistemas de alerta temprana de hambrunas. Por encima, esta cifra corresponde al momento en que EE.UU. y sus aliados abandonamos a este maltratado país a su suerte, así que las cifras habrá empeorado dentro del infierno en que se encuentran. Hoy, Exteriores continúa su goteo de intentos de rescate (sic) en Afganistán, donde las mujeres ya se están llevando la peor parte, y es de agradecer, pero es insuficiente porque no es solo una cuestión del Gobierno, sino de la sociedad, de todas las sociedades implicadas.
Acaba 2021 y España, la Unión Europea, seguimos con nuestra deuda pendiente con Afganistán y su gente, no quería irme de este año sin recordárselo a ustedes; porque empieza 2022 y no tenemos derecho al olvido. Nadie.