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No nos taparán: un alegato sobre la soledad de la mujer de origen musulmán ante la represión religiosa

En los países del Magreb no se exigía que la mujer se tapase. Esas interpretaciones rigoristas del Islam fueron extendiéndose por el dinero wahabista y el activismo de los Hermanos Musulmanes y ahora constituyen la norma. Sobre todo, para las mujeres que nacen en entornos musulmanes en Europa. Ellas también tienen derecho a su autonomía personal, pero la izquierda se paraliza cuando tiene que abordarlo para no parecer racista, mientras las teorías decoloniales desde Estados Unidos hablan de los símbolos religiosos represivos como culturales.19/04/2021 – 

VALÈNCIA. «Cuando vemos que esas mismas normas se aplican para muchas mujeres aquí en Europa, en España ¿qué dicen las mujeres feministas? Afortunadamente muchas siguen pensando lo mismo. Lo que es patriarcal para unas lo es para todas, sean de la procedencia que sean y tengan la religión que tengan. La procedencia, la religión, no alteran la agenda feminista. Las que piensan así son feministas. Otras que se llaman feministas se agarran a términos como racialidad, multiculturalidad interseccionalidad, decolonialidad… todo con tal de justificar que las normas de ese patriarcado son tolerables cuando se aplican a mujeres que vienen de otro contexto religioso o cultural. Se justifica así que se tolere lo que para ellas sería intolerable. Eso, señoras, es racismo»

Es solo un párrafo de No nos taparán (Akal, 2021), pero no puede ser más elocuente ni más contundente. En esta época en la que se vive una efervescencia ideológica ha habido un crecimiento del activismo y el interés por la política y lo político. Tanto es así que, de la apatía y el desinterés absoluto en determinados ámbitos, se ha pasado a lo contrario. Ni siquiera ha hecho falta la llegada de una nueva generación, ha sido un despertar intergeneracional, aunque la inmensa mayoría de los que tenían cierta edad hubiesen estado un cuarto de siglo a otras cosas. Esta concienciación, sin embargo, no ha servido para que haya mayor presencia de debate político en los medios, un intercambio y enfrentamiento de ideas que resulte enriquecedor intelectualmente, sino para lo contrario. Ahora abundan más los planteamientos monolíticos y la repetición de consignas destinados, en no pocas ocasiones, a una cuestión de imagen personal. Un contexto ideal para que los asuntos que revistan cierta complejidad sean o ignorados o sentenciados sin matices de forma negligente. La situación de las mujeres musulmanas es una de ellas.

Mimunt Hamido, natural de Melilla, bereber, ha escrito en No nos taparán. Islam, velo, patriarcado, autora de un blog con el mismo nombre, un alegato que denuncia la soledad de las mujeres musulmanas o de origen musulmán por nacimiento y el abandono en el que se encuentran por parte de sectores del feminismo y de la izquierda que, en teoría, deberían defender su dignidad y su derecho a la igualdad. Cuestión espinosa que se elude en nombre de la tolerancia y el multiculturalismo, cuando en Europa la represión que sufren tiene la misma intensidad e incluso más intencionalidad que en los países musulmanes.

El problema en Europa, España incluida, se manifiesta a través de las diferentes prendas simbólicas (hiyab, chador, niqab, burka) que se las coloca para señalizar a quién pertenecen. Desde la perspectiva islámica, son «nuestras mujeres». Para la autora, esta no es más que una manera de hacer que su condición de emigrantes sea hereditaria  y nunca puedan integrarse.

Para entender cómo se ha podido llegar a esta situación en lugar de a la contraria, que Europa sea un lugar donde se favorece la integración y donde los que llegan puedan liberarse de símbolos religiosos y esquemas morales represivos, Hamido expone en un primer tercio de la obra cómo se ha ido transformando la religión musulmana en un sistema de dominación. Lo mismo que en algunas variantes del cristianismo protestante se adivinaba una forma de justificar las desigualdades que empezaban a aparecer en los albores del capitalismo, durante los 70 y 80 las interpretaciones rigoristas del Islam se fueron extendiendo por los países musulmanes como forma de dominación empleadas por los poderes establecidos. Normalmente, una defensa de estos frente al socialismo o la izquierda y la democracia en general.

Según cuenta, el líder egipcio Gamal Abdel Nasser confesó que los Hermanos Musulmanes le habían planteado como condición para una alianza política que llevar velo fuese obligatorio para todas las ciudadanas. Nasser, al contarlo por televisión, se partía de risa, él y los presentes en el plató. Decían que ni siquiera la hija del líder de los Hermanos Musulmanes, que era estudiante de Medicina, lo llevaba. Ahora mismo, ya no se ríe nadie y en la universidad es difícil encontrar a una mujer sin velo.

A Marruecos, el país de la familia de la autora, la fiebre llegó en los 80. Antes, llevar hiyab era «una excepción». De hecho, señala que en los años 60 es posible que hubiese más bikinis y desnudez en las playas marroquíes que en las españolas, donde se perseguía activamente a los bañistas. La aparición de prendas religiosas para tapar a la mujer, Hamido empezó a notarla en las mujeres de su entorno que se habían ido a Europa. Era así como volvían, tapadas. Algo que de niña no entendía, porque su impresión era que en Europa las mujeres lo que llevaban era minifaldas.

Tal y como explica, en realidad solo hay dos menciones al hiyab en el Corán. Una, para referirse a la cortina que separa en la casa el espacio de las mujeres del de los hombres; dos, cuando se le ordena al profeta que las mujeres creyentes «se cubran con el manto» para que «se las distinga mejor y no se las haga daño». Ese fue el fenómeno que se desarrolló en Europa. A la mujer musulmana había que cubrirla para que se viera a quién pertenecía.

Aunque hay teólogos islámicos que han reiterado que el velo es absolutamente innecesario y sin fundamento en la teología, como Nasrn Hamid Abu Zayd, que tuvo que exiliarse de Egipto, ahora es más norma que excepción que sea obligatorio. La Comisión Islámica de España, que ejerce de interlocutora con el Gobierno, así lo dictaminó en 2019. Al mismo tiempo, la autora denuncia que en la televisión catalana ha visto referirse al hiyab como «ropa» que pertenecería. sin más, a una cultura.

La realidad es bien distinta. Además de señalar la pertenencia de esas mujeres, personas sin derecho a la autonomía personal, el hecho de taparse, que en algunas interpretaciones aún más rigoristas llega hasta el uso de guantes, sirve para que la mujer no excite a los hombres. Mostrar el cabello sería una provocación para un hombre, una invitación al sexo. Como ellos no podrían contenerse, hay que taparlas. Un extremo que llega a la hilaridad cuando, en la actualidad, también se está cubriendo a niñas. Se pregunta la autora si los hombres, además de violadores incontinentes, también son todos pederastas que se sentirían excitados por el cabello de una niña de 9 años.

El velo es, lógicamente, lo más visible, pero detrás del hábito de taparse están también los matrimonios concertados o todos los problema de salud y de violencia derivados de la preservación de la virginidad hasta el matrimonio. Situaciones insoportables que, aunque son perseguidas por las leyes y por la policía en España, no cuentan con el mismo nivel de denuncia que otros problema mucho menos graves que afectan a las mujeres no musulmanas. La cuestión que lo explica, viene a decir este ensayo, es el significado perverso que ha adquirido el término islamofobia.

De alguna manera, se ha asumido con naturalidad en pleno siglo XX que los derechos no son universales, sino que dependen de la religión, etnia o identidad de su sujeto. Así, no se está actuando sobre la imagen de una persona al obligarla a vestirse de determinada manera, sino que se trata de prendas propias de su cultura. Hamido sin embargo considera que los símbolos patriarcales lo son en todas las culturas, que a las mujeres españolas que en los años 40 sufrían una gran represión religiosa y sexual nadie se refería a ellas como «cristianas».

Todos los feminismos islámicos, decoloniales o racializados que están apareciendo actualmente son engañosos, denuncia. Podrían parecer necesarios porque pretenden dirigirse a problemas específicos de los inmigrantes, pero en realidad son «un sabotaje». Desde 2005, en Barcelona dos españolas convertidas al Islam fundaron la Junta Islámica Catalana por la igualdad de todos los musulmanes, pero en un contexto que negaba la presión patriarcal en la que se ha convertido el Islam. El dinero invertido por los Hermanos Musulmanes y el wahabismo durante todos estos años ha dado sus frutos, sentencia, ha logrado que generaciones de mujeres nacidas en Europa crean que se colocan un hiyab por elección propia. Cuando se debatió la prohibición del burka, Anna Terrón, secretaria de Estado de Inmigración, adujo que ya había mecanismos legales suficientes «para actuar contra casos de imposición a las mujeres». Hamido se pregunta si es realista pensar que una mujer obligada a llevar nicab o burka se acercaría a la comisaría para denunciar a su familia.

Estos símbolos represivos, en contestos como el afgano o el saudí, se interpretan como represivos y misóginos, pero cuando se trata de Europa hay que respetarlos «por la multiculturalidad», de hecho, si la derecha quiere prohibir estos símbolos es por xenofobia. La pobreza de pensamiento que sufrimos actualmente a la que se hacía referencia al inicio de este texto se manifiesta entonces en su máxima pureza. Así lo sentencia la autora: «La izquierda entonces hace su regla de tres y concluye que prohibir el burka en los espacios públicos es de derechas y, por tanto, xenofobia. Que esto signifique renunciar a los valores laicos, dejar de aplicar los derechos humanos o siquiera la ley básica de igualdad no tiene mayor importancia. Lo que no quieren de ninguna manera es coincidir con la derecha, aunque sea por motivos bien diferentes».

 Es probable que dentro de unos años, cuando analicemos las últimas tres décadas en perspectiva, nos encontremos con que la situación de la mujer en Europa ha tenido dos velocidades. Una liberación sin precedentes para unas, un retroceso sin precedentes para las que procedan de entornos musulmanes. Dos fenómenos contrarios pero simultáneos que los investigadores del futuro se preguntarán cómo habrán podido suceder a la vez.

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