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Nigeria, terrorismo (islamista) llave en mano · por Guadi Calvo

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Durante el sábado 26 y hasta la mañana del lunes de navidad, grupos armados atacaron una veintena de aldeas, de manera coordinada, en la región de Bokkos donde comenzaron las ejecuciones para más tarde avanzar hacia Barkin Ladi, del estado de Plateau, en el centro del país, provocando unos 200 muertos, 500 heridos y más de 10.000 desplazados.

Desde hace casi quince años, los ataques del grupo integrista Boko Haram, han sido prácticamente noticia diaria en todos los medios periodísticos de Nigeria, a los que, a partir del 2015, se le han sumado un segundo bloque extremista, Yama’at Ahl al-Sunnah Wal Jihad Lil Dawa (Estado Islámico de la provincia de África Occidental o ISWAP) y más tarde Ansaru o Vanguardia para la protección de musulmanes en las tierras negras, escisiones sucesivas del tronco principal.

Todas las khatibas que operan en el país, han continuado con sus ataques abiertos a los objetivos de siempre: unidades del ejército, de la policía, edificios públicos o atentados, para los que se utilizan los ya célebres Artefactos Explosivos Improvisados (AEI), plantados en los caminos, autos, en incluso en un cadáver abandonado en la calle o recurriendo a un shahid (atacantes suicidas), que en muchos casos, no han sido voluntarios, si no, rehenes forzados, a quien se los abandona en espacios públicos, como mercados o terminales de buses, para ser detonados por control remoto, en el momento oportuno.

Solo el ISWAP ha modificado su estrategia, concentrando sus operaciones, solo contra blancos militares, evitando general víctimas civiles, este cambio de enfoque ha sido uno de los principales causantes del primer gran cisma en la historia de Boko Haram. Que a la vez derivó en una guerra de facciones, que les ha producido una gran cantidad de bajas y un importante deterioro material e incluso publicitario, elemento fundamental para la captación de reclutas. Finalmente, estas guerras internas, que finalmente precipitaron a las organizaciones wahabitas a un notorio declive, que también, se cobraron la vida del mítico imán de Boko Haram Abu Bakr Shekau en mayo de 2021 y la del emir y fundador de la ISWAP, Abu Musab al-Barnawi, (Nigeria: Una guerra a tres bandas).

Desde entonces las khatibas, con mayor o menor espectacularidad, han protagonizado centenares de golpes contra el ejército y las fuerzas de seguridad del gobierno central Abuya; sino que también, a excepción de ISWAP, han seguido atacando a la población civil, en mercados, mezquitas, edificios públicos, trenes, madrassas, escuelas y terminales de buses, con un solo criterio, generar la mayor cantidad de víctimas posibles y crear un estado constante de inestabilidad, principal en las provincias del noreste, y en la cuenca del Lago Chad, donde se asienta mayoritariamente la población islámica, habiendo asesinado, desde el 2009, a unas 370 mil personas, 25 mil han desaparecido y obligado al desplazamiento de entre dos y cuatro millones de personas.

A esta realidad, ahora hay que sumarles un nuevo factor, o mejor dicho una nueva forma de crimen: El bandolerismo, en su mayoría miembros de la etnia pastoril fulani, que reclaman la desatención del gobierno central a sus comunidades.

Estos bandoleros han tenido una larga gravitación histórica en sur y oeste del país, que entraron en un importante paréntesis, a partir del surgimiento de las bandas fundamentalistas en 2009, gracias a las grandes operaciones del ejército, por lo que optaron a mantener un perfil bajo, intentando ponerse fuera de los radares de las fuerzas armadas y las policías locales, durante los años dorados del terrorismo wahabita.

Concentrado sus objetivos, principales fuera de las áreas de la guerra terroristas, en el robo y tráfico de crudo, operando principalmente en el delta del río Níger, donde la falta de presencia estatal, les ha permitido el saqueó de los oleoductos e incluso la piratería.

Prácticamente, desde el comienzo de esta década, estas mafias han comenzado a resurgir, gracias a la contratación de las khatibas integristas, generando, una nueva línea de negocios, a la que podríamos definir cómo “ataques llave en mano”, en los que los muyahidines, señalan el objetivo y estas mafias, planean y ejecutan la acción.

Eso ha sucedido con el ataque a la Nigeria Railway Corporation (NRC) en el trayecto Abuja-Kaduna, en abril del 2022 (Ver: Nigeria, la perfecta metáfora africana) donde se han secuestrado una gran cantidad de pasajeros, los que más tarde los fundamentalistas, en este caso Boko Haram, se han encargado del cobro de los rescates, exactamente lo mismo había sucedido en el asalto a la Government Science School, en febrero del 2021, en la localidad de Kagara, en el estado nigeriano de Níger, al noroeste de Abuya, donde además de 280 alumnos, fueron secuestrados una veintena de docentes y personal de la escuela, en julio del 2021. Donde los bandoleros, ejecutaron la operación y los terroristas, se encargaron del cobro de los rescates.

Muchos de estos grupos criminales están siendo liderados por ex muyahidines que pasaron de las bandas terroristas a liderar. Algunas de estas nuevas organizaciones, han desarrollado un poder de fuego y financiero tal, que evita que las khatibas, siempre prodigas a la hora de pagar sueldos, puedan cooptarlos.

A estas bandas de crimen organizado, a principios de 2022, el gobierno las denominó como grupos terroristas, poniendo en pie de igualdad a las organizaciones terroristas por lo que puede accionar legalmente del mismo modo. Lanzado operaciones con el ejército y ataques aéreos contra sus refugios. Donde tampoco faltan, como es habitual, los abusos y crímenes de las fuerzas regulares, arrestos arbitrarios, detenciones prolongadas, torturas, ejecuciones extrajudiciales, entierros masivos, exacciones, obviamente irregulares, por lo que muchos altos mandos del ejército y policía se han hecho inmensamente ricos para lo que deben extremar la ocultación de sus delitos, oscurecer casi siempre la resolución de las investigaciones.

Durante el sábado veintitrés y hasta la mañana del lunes de navidad, grupos armados atacaron una veintena de aldeas, de manera coordinada, en la región de Bokkos donde comenzaron las ejecuciones para más tarde avanzar hacia Barkin Ladi, del estado de Plateau, en el centro del país, provocando unos doscientos muertos, quinientos heridos y más de diez mil desplazados. En su gran mayoría las víctimas son cristianos pentecostales.

Todavía, las siempre muy activas oficinas de inteligencia, del presidente Bola Tinubu, no han podido siquiera establecer la identidad de los atacantes. Es cierto que la región donde se produjo la matanza es un área cruzada por diferentes rivalidades religiosas y étnicas, centradas en las ancestrales diferencias, entre pastores musulmanes y agricultores, cristianos. Una realidad que afecta prácticamente a todos los países del continente. Los bandidos a medida que ha incrementado su poder que se extiende a diversas regiones del país, convirtiendo sus líderes en verdaderos “señores de la guerra”, con el suficiente peso político, para permitirse discutir y negociar con los gobiernos estaduales, e incluso estructuras federales.

Algunas versiones señalan que la planificación de los atraques navideños, habría salido desde la comunidad autónoma conocida como Manga Kanuri, de filiación islámica, localizada en las estribaciones de las colinas de Bokkos, en el estado de Nasarawa.

El viernes 29, a apenas cuatro días de los ataques, se ha conocido que los perpetradores, han vuelto a amenazar con repetir sus operaciones de navidad. Algo sumamente extraño en estos contextos, ya que no se registran avisos en acciones anteriores similares a las que se anuncia. Según se informó, el ataque podría producirse de manera inminente, contra la comunidad pushit en sector de Mangu, en área conocida como el Cinturón Medio. Las autoridades estiman que, de producirse el ataque, podría extenderse entre doce y veinticuatro horas.

El presidente Bola Ahmed Tinubu, ex gobernador del Estado de Lagos, quien asumió en mayo último, tras vencer en febrero, en las elecciones más reñidas que recuerde el país. Se había visto extremadamente activo, en intentar iniciar una guerra panafricana, contra la junta revolucionaria de Níger, que tomó el poder el pasado 26 de julio. Poco y nada ha hecho en su gobierno respecto a su dos más importantes promesas electorales a los 220 millones de ciudadanos: “atraer más inversiones a la economía más grande de África” y combatir el terrorismo y las bandas criminales, que peligrosamente parecen haberse unido en un extraño contrato llave en mano.

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