Nicolas Sarkozy ha intervenido por fin en el debate que polariza la vida política francesa, el de la identidad nacional, que resurge desde hace semanas en cualquier tema de discusión pública, desde la mano tramposa de Henry en el partido de clasificación para el Mundial hasta la polémica de los minaretes suizos pasando por la reforma de los programas educativos del bachillerato. La cuestión tiene mucho que ver con la integración, en un país orgulloso de su laicidad, de los seis millones de musulmanes que viven en su suelo. A este respecto, el presidente de la República, por medio de una tribuna publicada ayer en Le Monde, asegura que "todo creyente, cristiano, judío o musulmán, debe guardarse de toda ostentación y de toda provocación" y "practicar su culto con una humilde discreción que testimonia no la tibieza de sus convicciones, sino el respeto (…) a quien no piensa como él".
El escrito arranca, precisamente, con la referencia a la votación de Suiza sobre la prohibición de construir más minaretes. Sarkozy no está de acuerdo con solucionar esa cuestión con un referéndum "demasiado simple y tajante". Pero critica las "reacciones excesivas y casi caricaturescas" que hubo en Francia sobre esa votación. "En vez de vilipendiar a los suizos porque su respuesta no nos gusta, deberíamos preguntarnos qué es lo que quiere decir (…). Además, ¿qué responderían los franceses a esa cuestión?".
Raíces y globalización
El presidente añade que los pueblos europeos son acogedores, pero que exigen a su vez que ni su modo de vida ni su manera de pensar sean "desnaturalizados". Y anota que la globalización estimula una "necesidad mayor de aferrarse a las propias raíces". "Y a esa necesidad de pertenencia se puede responder con la tribu o con la nación, con comunidades diferenciadas o con la República. Por eso quise que se celebrara un debate sobre la identidad nacional".
Por último, recuerda que "la laicidad no es un rechazo a las religiones, sino un respeto a todas las creencias". Y refiriéndose a los musulmanes, agrega: "Combatiré toda forma de discriminación. Pero la civilización cristiana ha dejado una huella tan profunda (…) que todo desafío a esta herencia condenaría al rechazo la instauración del islam en Francia, un islam que, sin renegar de su fondo, deberá encontrar vías para insertarse sin violencia en nuestro pacto social y cívico".