Mientras usted lee estas líneas, un joven de 19 años puede ser ahorcado. De momento permanece recluido en una mazmorra de dos metros de largo por uno y medio de ancho. Se llama Nemat Safavi.
Nunca ha atentado contra bienes jurídicos ajenos. Entonces, ¿cuál es su “delito”?… ser homosexual en un país podrido de intolerancia religiosa.
Desgraciadamente, en su nación, Irán, impera la teocracia sobre la democracia; el desafuero de la “ley divina” sobre las leyes laicas y libres emanadas de un parlamento legítimo. Dentro de aquellos oscuros confines prevalece el fanatismo ante el librepensamiento, la superstición contra la razón, el dogma frente al relativismo, el Estado confesional sobre el Estado laico.
Así, Nemat fue arrestado hace tres años. La intolerancia de los Ayatolás lo acusó de “sodomía”. En un juicio sin justicia un tribunal de Ardabil, en el polvoriento Azerbaiyán, lo condenó a muerte.
Si el Tribunal Supremo iraní no revoca la sentencia, el cuello de este joven se quebrará un amanecer pendiendo de una soga atada a una grúa, un árbol, un mástil… en algún lugar de aquella atormentada geografía, entre la mirada de hielo de soldados con el alma a sueldo. Y todo en nombre de la “ley divina”, como tantos a lo largo del tiempo.
Aquel régimen de teocracia, turbantes y muerte, incumpliría de este modo dos Acuerdos Internacionales por los que se prohíbe ejecutar a quienes fueran menores en el momento de la comisión del “delito”.
Pero nunca olvidemos que las leyes importan muy poco a quienes se consideran portadores del “verdades eternas”, ya sea la amenazante masa de los “seguidores del profeta”, los fieles del “vicario de Cristo en la tierra” o “el pueblo elegido de Dios”.
Desde siempre, la intolerancia religiosa escribe con sangre los renglones torcidos de la historia. Según la publicación francesa Tetu.com, en enero del año pasado, Hamzeh Chavi y Loghman Hamzehpour, dos muchachos homosexuales de 18 y 19 años fueron arrestados en Sardasht (Azerbaiyán). Tras interminables sesiones de correazos, puntapiés y puñetazos “confesaron su pecado de sodomía” por lo que, una vez declarados “enemigos de Alá”, la sombra bamboleante de la horca eclipsó sus vidas… nunca más se ha sabido más de ellos.
Con una sonrisa cínica, el dictador iraní Mahmud Ahmadineyah negó la existencia de homosexuales en Irán. Sin embargo, en enero de 2008 dos jóvenes fueron sentenciados a la pena capital y otros cuatro sufrieron suplicios físicos.
Sin embargo, a estas alturas de la historia, poco debe importarnos que la muerte y el fanatismo vistan turbante o mitra, que enarbolen el Corán, la Torá o el “magisterio de la Santa Madre Iglesia”. La esencia es la misma: el fanatismo y el dogmatismo frente al librepensamiento.
A la vista de lo anterior, el relativismo, el pensamiento libre, la razón, el antidogmatismo, el respeto a todas las ideas democráticas pero sin imponer la nuestra al prójimo… todo eso que tanto asusta a los fundamentalistas, se presenta como algo vital en cualquier sociedad ante las consecuencias funestas del fanatismo político o religioso de los Ayatolás de hoy y de los Ayatolás de ayer.
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor