Desde un punto de vista ético, tal vez no sea lo más preocupante el que diversas investigaciones recientes hayan mostrado que existen pruebas de que varios altos dignatarios vaticanos (según algunas, también Joseph Ratzinger en su época como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) han sido cómplices de numerosos casos de pederastia, al menos en la modalidad de encubridores, y que deberían comparecer por ello ante los tribunales de justicia. Al fin y al cabo, el corporativismo eclesiástico ha existido siempre y va a seguir existiendo.
Tal vez no sea lo más preocupante que las actuales alharacas del Vaticano y de las jerarquías eclesiásticas sobre la “intolerancia” con la pederastia no estén, por tanto, obviamente expresando una profunda convicción moral ni la sensibilidad moral de muchos (no todos, por supuesto, pero sí muchos) dignatarios eclesiásticos –cómplices (cuando no algo peor), junto con el pontífice, del encubrimiento de sus colegas pederastas–, sino solo el intento hipócrita y cínico de lavar la cara a una institución en un momento en el que resulta ya imposible ocultar la existencia de múltiples escándalos a la opinión pública. Al fin y al cabo, el cinismo de tantos dignatarios eclesiásticos no es nada nuevo.
[A propósito, en España se han producido varios condenas a sacerdotes –la punta del iceberg– cuyos abusos fueron conocidos v. gr. por el Arzobispado de Madrid sin que su titular, Rouco Varela, hiciera nada al respecto–; v.gr., en julio de 2007, el Tribunal Supremo ratificó una sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid condenando al Arzobispado de Madrid a pagar 30.000 euros de indemnización por abusos sexuales a un menor, como responsable civil subsidiario].
Desde un punto de vista ético, tal vez no sea lo más preocupante que algunas circunstancias básicas (doctrinales, sociológicas, psicológicas) que han posibilitado la comisión de tal cantidad de abusos y delitos (el fomento del respeto y aun la veneración por una casta de individuos a los que se confiere una especial autoridad y fiabilidad en función de supuestas encomiendas divinas) ni se hayan cuestionado ni vayan a ser cuestionadas. Al fin y al cabo, lo que los sociólogos de la religión llaman “compensadores” –las ventajas de tipo material y/o social que obtienen los grupos de especialistas religiosos– son muy apetitosos, y nadie va a renunciar a ellos.
Tal vez no sea tampoco lo más preocupante que Joseph Ratzinger, el máximo representante de una Iglesia bimilenariamente corresponsable de una “enseñanza del desprecio” al pueblo judío, que firmó acuerdos con el Tercer Reich y muchos de cuyos altos dignatarios, tanto en Alemania como en Italia (incluyendo al pontífice Pío XII) fueron tan complacientes o tan cobardes con este régimen, y en particular con sus ultrajes al pueblo judío, tenga la desfachatez de haber asociado –en su reciente visita al Reino Unido– nazismo y laicismo, como si la irreligiosidad fuera sinónimo de barbarie o la religiosidad sinónimo de decencia. Al fin y al cabo, sabemos que la tendencia a ver –o inventar– la paja en el ojo ajeno en lugar de considerar la viga en el propio es algo inherente a la condición humana, y que toda la prédica del “amor cristiano” no lo aminora lo más mínimo.
[A propósito: en 1939, casi la mitad (el 43, 1%) de la población del Tercer Reich era católica. En el mismo año, casi una cuarta parte (22, 7%) de los miembros de las SS eran católicos].
Desde un punto de vista ético, tal vez no sea lo más preocupante que tantos dignatarios eclesiásticos, que deberían ser perseguidos por los tribunales de justicia, y que son además corresponsables del daño que causan a tantas personas con enseñanzas simplemente insensatas y perversas en relación a cuestiones como la homosexualidad o el uso de preservativos, vayan dando lecciones de moralidad por el mundo, siendo aclamados y jaleados por millones de individuos. Al fin y al cabo, que vivimos literalmente rodeados de idiotas morales no es ninguna novedad.
Tal vez lo más preocupante sea, en estas circunstancias, que resulte tan difícil decidir qué es lo más preocupante de todo.