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‘Nature’ establece estándar de pureza ideológica para publicar

La empresa de publicación ‘científica’ Nature acaba de publicar una nueva guía ética de publicación en la que se reservan el derecho a rechazar estudios rigurosos si consideran que su publicación podría suponer un daño “potencial” para poblaciones vulnerables:

La investigación debe respetar la dignidad y los derechos de los participantes humanos en la investigación; de los individuos o grupos relacionados con los participantes en la investigación o con el tema de la investigación; y de las comunidades en las que se lleva a cabo la investigación. La investigación también debe respetar los derechos de la vida no humana, el patrimonio tangible e intangible, los recursos naturales y el medio ambiente.

Como resultado directo de llevar a cabo la investigación, pueden surgir daños, por ejemplo, lesiones a los participantes humanos en el curso de la participación en un proyecto de investigación; sufrimiento innecesario de los animales no humanos como resultado de la experimentación; compromiso material del patrimonio tangible; alteración del ecosistema, etc. Los daños también pueden surgir de forma indirecta, como resultado de la publicación de un proyecto de investigación o una comunicación académica, por ejemplo, la estigmatización de un grupo humano vulnerable o el uso potencial de los resultados de la investigación para fines no deseados (por ejemplo, políticas públicas que socavan los derechos humanos o el uso indebido de la información para amenazar la salud pública).

[…]

El avance del conocimiento y la comprensión es un bien público y, como tal, un beneficio clave de la investigación, incluso cuando la investigación en cuestión no tiene una aplicación obvia, inmediata o directa. Aunque la búsqueda del conocimiento es un bien público fundamental, las consideraciones sobre el daño pueden suplir ocasionalmente el objetivo de buscar o compartir nuevos conocimientos, y puede estar justificada la decisión de no emprender o no publicar un proyecto.

La consideración de los riesgos y beneficios (más allá de cualquier revisión ética institucional) subyace en el proceso editorial de todas las formas de comunicación académica en nuestras publicaciones. Los editores consideran los daños que podrían resultar de la publicación de una comunicación académica, pueden buscar orientación externa sobre tales riesgos potenciales de daño como parte del proceso editorial, y en casos de riesgo sustancial de daño que supera cualquier beneficio potencial, pueden rechazar la publicación (o corregir, retractarse, eliminar o modificar de otro modo el contenido ya publicado).

[…]

Exigimos que todos los contenidos presentados para su publicación sean respetuosos con la dignidad y los derechos de las personas y los grupos humanos. Se pide a los investigadores que consideren cuidadosamente las posibles implicaciones (incluidas las consecuencias involuntarias) de la investigación sobre grupos humanos definidos por atributos de raza, etnia, origen nacional o social, sexo, identidad de género, orientación sexual, religión, creencias políticas o de otro tipo, edad, enfermedad, (in)capacidad u otro estatus, que sean reflexivos con su perspectiva de autor si no forman parte del grupo estudiado, y que contextualicen sus hallazgos para minimizar en lo posible el posible mal uso o los riesgos de daño a los grupos estudiados en la esfera pública.

[…]

Independientemente del tipo de contenido (investigación, revisión u opinión) y, en el caso de la investigación, independientemente de que un proyecto de investigación haya sido revisado y aprobado por un comité de ética institucional apropiado, los editores se reservan el derecho de solicitar modificaciones (o corregir o enmendar de otro modo después de la publicación) y, en casos graves, rechazar la publicación (o retractarse después de la publicación): […] Presentaciones que encarnen perspectivas singulares y privilegiadas, que excluyan una diversidad de voces en relación con agrupaciones humanas socialmente construidas o socialmente relevantes, y que pretendan que dichas perspectivas sean generalizables y/o asumidas.

La actualización vino acompañada de un editorial en Nature Human Behaviour, en el que los autores básicamente repiten que cualquier resultado que sea considerado potencialmente dañino para alguna población vulnerable puede ser rechazado, no sin antes hacer la típica flagelación de la ciencia por ser cómplice en la perpetuación de inequidades estructurales (?) y la discriminación en la sociedad (??).

* Facepalm! *

Creo que el cambio fue hecho con buenas intenciones — prevenir y reducir la desigualdad y la discriminación son causas valiosas, pero no hay ninguna cantidad de buenas intenciones que haga que este cambio deje de tener implicaciones atroces, cuyo efecto real —pretendido o no— termine siendo socavar la ciencia.

El problema es que hasta las cosas hechas con la mejor de las intenciones pueden volverse una auténtica pesadilla si no se atiende bien a los detalles. El cambio editorial en Nature es un ejemplo de esto porque en su supuesto celo antidisciminación, lo que hace en la práctica es cambiar el foco de la investigación científica de la búsqueda de la verdad y el conocimiento, a la publicación exclusiva de resultados que sean políticamente correctos, según la ortodoxia de turno.

Y mal que les pese, por definición, la buena ciencia es políticamente incorrecta, porque con su incansable búsqueda de la verdad va descubriendo hechos incómodos que cambian nuestra forma de comprender el mundo — está en su naturaleza desafiar toda conformidad deontológica. Exigir que los resultados de la investigación científica se sometan a las sensibilidades morales del momento es anticiencia de libro.

No sé, a lo mejor es ingenuo esperar que los responsables de una publicación científica del prestigio de Nature tuvieran claro que el poder de la ciencia radica precisamente en el carácter provisional del conocimiento: todo lo que creemos que sabemos es susceptible de ser refinado y refutado. De ahí que los descubrimientos de Darwin y Galileo fueran tremendamente disruptivos. Y no hay que ser un genio de la estatura de estos para darse cuenta que este paso por parte de Nature es un salto gigante en la dirección equivocada.

Para no ir muy lejos, en pleno siglo 21, cualquier sugerencia de que sería provechoso investigar por qué la disforia de género se ha disparado entre poblaciones que históricamente no mostraban esta aflicción, o la insinuación de que tal vez cuando una persona que sigue en crecimiento solicita una cirugía de reasignación de sexo el curso de acción más ético es explicar los efectos, implicaciones y los riesgos del procedimiento en vez de agendarlos en el quirófano de inmediato, son respondidas con matoneo y acusaciones infundadas de transfobia — el solo hecho de tener preguntas lo hace a uno sospechoso. ¿Cómo vamos a poder ofrecer los mejores tratamientos a quienes sufren disforia de género, si es imposible siquiera dar el primer paso para poder conducir una investigación que mejore nuestro conocimiento al respecto?

Y si el mundo fuera injusto y, después de todo, sí hubiera poblaciones humanas que en promedio estuvieran más cerca de las colas de distribución de diferentes métricas, ¿acaso no sería del interés de todos conocer esas distribuciones poblacionales? ¿Es que sería mala idea tener respaldo empírico para políticas públicas que favorezcan a las poblaciones que más lo necesitan? Con frecuencia, el conocimiento que más puede ser utilizado para el mal es aquel que bien utilizado traería una abrumadora cantidad de progreso moral y social.

Y sí, por supuesto, nunca dejará de haber cretinos que usen el conocimiento para fines non-santos. Pero es que eso es cierto siempre, de todo el conocimiento. ¿Dejamos de producir martillos porque al psicópata de turno le dio por usarlo contra alguien más?

Para la muestra: un estudio de la Universidad de Portland acaba de encontrar que en EEUU hay una mayor aversión la vacuna del Covid-19 entre los que votan al Partido Republicano y entre la población negra. Este conocimiento es útil para determinar enfoques de política pública que permitan una mayor cobertura de la vacuna, y a la vez, cualquier persona estaría en capacidad de ver que este estudio también podría ser utilizado por subnormales que quieran promover la discriminación y el racismo. Con las nuevas normas de publicación de Nature, no es seguro que este paper hubiera visto la luz, so pena de evitar daños potenciales a la población negra.

Para completar, resulta risible pensar que los autores, o editores, o alguien más pueda prever las miles de maneras en las que el conocimiento pueda ser usado perversamente. Someter la producción de conocimiento a los limitados escenarios que ellos puedan concebir en sus cabecitas ciertamente le hace un flaco favor a la ciencia. Y no es muy reconfortante que sean estas personas quienes deciden qué es estigmatizante, qué no lo es, ni qué daños “potenciales” justifican rechazar la publicación de un paper.

(vía Why Evolution Is True)

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