El Estado ha optado por la versión wahabí del islam
"Dos hermanos chiíes han sido asesinados ayer en Karachi… uno de ellos iba a casarse hoy… ¿qué está pasando en este mundo?", se pregunta desde Lahore el paquistaní Moeid Haider, quien pertenece a dicha rama del islam.
En Pakistán llamarse Syed, Raza, Askai o Shabbir multiplica las posibilidades de ser asesinado… tener rasgos diferentes a los de la mayoría, también. Los musulmanes chiíes son entre el 20% o el 30% de la población, lo que significa unos 60 millones de personas.
Los asesinatos de miembros de esta rama del islam a manos de grupos de suníes extremistas han crecido de manera "dramática". Según Human Rights Watch (HRW), más de 350 han sido ejecutados en lo que va de año. Un centenar de ellos en la provincia de Baluchistán, donde la población es por lo general de la etnia hazara.
Esa cifra no recoge a los dos jóvenes, ni a los alrededor de 40 que han muerto este domingo en varios ataques, uno de ellos con una bomba que hizo estallar dos autobuses en el distrito de Mastung (Baluchistán) el suroeste del país.
Los 'objetivos'
No obstante, aunque los objetivos más conocidos son los hazara, el director de la organización en Pakistán, Ali Dayan Hasan, subraya a ELMUNDO.es que hay musulmanes chiíes en todo Pakistán y en todos los grupos étnicos.
"El Estado ha optado por la versión wahabí del islam [la misma que imponen los clérigos de Arabia Saudí] para apoyar su discurso hipernacionalista y usa el yihadismo como una herramienta", afirma Mohammad Taqi, columnista del paquistaní 'Daily Times'. "Por defecto, los chiíes se consideran ahora como extraños. La política está primero, pero al final parece que es la cola yihadista la que mueve al perro. Además, en el intento de crear una identidad nacional, la diversidad ha sido apartada y la gente es fanática", añade.
Entre los ataques más cruentos destaca el del pasado agosto cuando cuatro autobuses que circulaban por la provincia de Khyber Pakhtunkhwa fueron emboscados por hombres armados que hicieron bajar a los viajeros y, tras verificar sus documentos de identidad, ejecutaron sumariamente a 22 de ellos identificados como chiíes.
En los vídeos de la cruel escena difundidos en internet se escuchan gritos de "Allah akbar" (Dios es grande) sin cesar. Un portavoz de los talibán paquistaníes, Tehrik-e-Taliban, se atribuyó la responsabilidad de estos asesinatos.
Pero no están solos, otros grupos como Lashkar-e-Jhangvi (LeJ, Soldados de Jhangvi, por su fundador) también tienen a los chiíes como presa, y éstos han reclamado la autoría de atentados incluso en Afganistán. Asímismo, Lashkar-e-Taiba (Soldados de los Puros, que lucha contra el control indio en la disputada Cachemira), está acusado de varios atentados mortales en India, entre ellos los ataques en Bombay de 2008 y una incursión en su Parlamento en diciembre de 2001 junto con el cachemir Jaishi-e-Muhammad (Ejército de Mahoma) que apunto estuvo de desencadenar una guerra entre los vecinos.
La sinrazón del odio
Estos radicales suníes acusan a los chiíes de ser incrédulos ('Kafir') de no ser verdaderos musulmanes. Afirman que su comportamiento, desde creer en la infabilidad de sus imanes u otorgar un excesivo peso a otros más que al Profeta Mahoma (Muhammad) como Ali (su yerno), Fátima (hija del Profeta y esposa de Ali) o Hussein (hijo de ambos) o les desvía del principio máximo del islam: la unicidad de Dios.
El origen de la división entre sendas ramas del islam se remonta a los problemas sucesorios tras la muerte de Mahoma, los chiíes defiende que los únicos validos son los descendientes de Mahoma. Hoy, el odio de los radicales se transforma, como entonces, en asesinatos.
"Grupos militantes suníes han sido alimentados por el ejército paquistaní como parte de su política de seguridad. Éstos, inicialmente utilizados por las fuerzas armadas y los servicios secretos como activos en Afganistán y Cachemira, acusan a los chiíes de no ser musulmanes. Después de los atentados del 11-S, dado que el Estado ha hecho tibios intentos para acabar con ellos, se han vuelto contra la población chií paquistaní con una ferocidad mayor", explica Dayan Hasan.
"Estamos en un estado de sitio; no nos podemos mover a ningún lugar. Estamos siendo asesinados y no hay nadie que haga nada", se lamenta el presidente del Partido Democrático Hazara, Jaliq Hazara, en declaraciones al diario paquistaní The Express Tribune. Syed Sadiq Raza Taqvi, clérigo en Karachi, advierte del peligro: "Tratamos de controlar a nuestros jóvenes para que no tomen la revancha". En Queta y Karachi, los líderes chiíes les instan a actuar con moderación y sólo comprar armas para su propia defensa.
Críticas por la ineficacia de la Justicia
Los expertos señalan la influencia de Arabia Saudí: "Los grupos extremistas suníes durante mucho tiempo han recibido el apoyo de elementos en Arabia Saudí, incluso del propio Gobierno", reconoce el director regional de HRW.
En este sentido, Taqi recuerda que los saudíes fueron el motor ideológico y financiero de la yihad en Pakistán desde su origen y, en cuanto a Irán, gobernada por chiíes, niega que esté apoyando a su minoría en Pakistán "por la sencilla e importante razón de que nunca un chií podría gobernar aquí…", dice.
Según HRW, aunque las autoridades afirman haber detenido a decenas de sospechosos desde 2008, sólo un puñado ha sido acusados formalmente, y nadie ha sido culpado.
"Pakistán pasa por una transición complicada hacia la democracia. Se enfrenta a una crisis de seguridad y se tambalea bajo los ataques de Al Qaeda, los talibán y sus grupos afiliados. Hay chiíes que ocupan posiciones importantes en el Gobierno, pero ellos y el mismo Ejecutivo tiene una capacidad limitada para reprimir a los grupos militantes o a los elementos que los apoyan en las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia", lamenta Dayan Hasan.
Por su parte, Pakistán insiste: "Somos un estado democrático y progresista que trabaja para proteger los derechos humanos", en palabras de Hina Rabbani Khar, ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, recogidas por Reuters.
Desde International Crisis Group subrayan que la elección a la que se enfrenta Pakistán no es entre los militares o los mulás, sino entre "una verdadera democracia y la alianza entre los militares y los mulás, que es la responsable de crear y sostener el extremismo religioso", apunta Samina Ahmed, directora de esta ONG en Islamabad.
Un voluntario trata de ayudar tras una explosión en Karachi el 29 de diciembre.| Afp
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