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Mujeres eternamente olvidadas

Hubo un momento, hace años, nos llegó la noticia insólita del mal trato que los talibanes otorgaban  jurídicamente a la mujer a la que consideraban un mero apéndice del hombre (¿la versión bíblica de su creación a partir de la costilla de Adán?) pero no teníamos todavía idea de lo que de verdad ocurría en el país. Sabíamos que los americanos eran sus aliados, como lo fueron de Sadam Hussein, Pinochet o Franco, y aunque conocemos este tipo de alianzas entre países, nunca imaginamos lo que escondía el gobierno de estos hombres que además de creerse elegidos de Alà denigraban sus enseñanzas y las manipulaban en beneficio de sus propias ideas. Hombres de una brutalidad que nunca  fue delito, capaces de torturar y matar a cualquier mujer con la misma facilidad con que un cazador le pega un tiro a una golondrina.

Hasta que en 2001 viajé a Irak y desde Kerman me acerqué a la frontera del este con Afganistán, no comencé a vislumbrar de forma real la profunda tiranía a la que estaban sometidas las mujeres de aquel  país. Entré en contacto con algunas de las que habían tenido que exiliarse para salvar la vida y que desde Irán seguían trabajando como podían para dar a conocer al mundo lo que ocurría en Afganistán más allá de la miseria, de la guerra, del régimen de terror, de la imposición de una irracional forma de vida, que no reconocía derechos a los ciudadanos y menos aún a las ciudadanas. Mantuve largas conversaciones con ellas y todavía hoy al recordarlas siento la misma angustia y amargura que entonces, y me duele el pecho como si algo duro y punzante se fuera  incrustando en mi interior a medida que vuelvo a tomar conciencia de la tragedia.

Me contaron como al principio la gente creía que la llegada de los talibanes los liberaría de la guerra, pero pronto un despiadado cambio se operó en la sociedad, que destruyó de raíz la organización social de la familia, inalterable desde hacía siglos, no para mejorarla y modernizarla sino para desmembrarla convirtiendo a la mujer en una esclava de su propia e inmisericorde vida.

Nadie se salvó, familias ricas o pobres, intelectuales u obreras. Ni educación para niñas y mujeres, ni  sanidad, ni palabra u opinión. Ningún derecho, ninguna defensa  social o judicial. Amenazas y castigos cruentos e incluso mortales para las que pensaran huir de tal esclavitud, las que no se sometían, las que no renunciaban a ser y a existir con dignidad, las que no renunciaban a pensar ni a actuar según su propio criterio y las que desobedecían las brutales órdenes de un sistema irracional que dejaba a la mujer a la altura del más dañino animal cubriéndola de por vida con un carcelario burka, que cubriera el oprobio y la vergüenza de su condición.

Nada ha cambiado demasiado hoy, tampoco la lucha de esas mujeres que siguen defendiendo aún a costa de su vida, la educación, la igualdad, la justicia y la libertad, valores sin los cuales la vida es un infierno. Pero el mundo no les hace caso. Están entre las mujeres eternamente olvidadas.

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