El ascenso al poder de partidos de corte religioso no ha ayudado a las mujeres, pero no debemos caer en el paternalismo
Dos años después del nacimiento de lo que se ha llamado la primavera árabe y de cientos de conferencias celebradas para analizar y discutir el papel que jugaron las mujeres en las protestas, existe una visión bastante extendida de que las mujeres han perdido la batalla y su situación actual es en muchos casos peor a la que tenían antes de la revolución en lo que a reconocimiento y disfrute de derechos se refiere. El ascenso al poder de partidos de corte religioso en Túnez y Egipto es el principal argumento de quienes han empezado a acuñar el término el otoño árabe.
Sin lugar a dudas, era muy naïf pensar que con el derrocamiento de algunas de las dictaduras de la zona caían también tradiciones, normas y sistemas altamente patriarcales, discriminatorios y muy arraigados socialmente. Esta ilusión, de la que mucha gente se hacía eco embriagada por la emoción del momento, mostraba un conocimiento muy limitado de la historia del siglo XX: son muchos los casos de revoluciones donde las mujeres han luchado codo con codo con los hombres en situación de igualdad hasta lograr el triunfo y que, una vez conseguido este, han sido expulsadas de la vida política y pública y relegadas de nuevo a la esfera de lo privado. Tampoco cambiaron de un día para otro las leyes discriminatorias en estos países ni todos los hombres y mujeres se volvieron feministas con la caída de un dictador o con el triunfo de una revolución.
Y yo, que siempre he sido muy aristotélica, me quedo con el “justo medio”: pensar que con el fin de las dictaduras la situación de la mujer iba a mejorar automáticamente no era acertado. Sin embargo, debemos rechazar la visión paternalista y compasiva que ciertos sectores, mayoritariamente en Occidente, están teniendo hacia las mujeres árabes. Obviar la lucha que están llevando a cabo miles de feministas que, a pesar de la magnitud de las dificultades, se están manteniendo al pie del cañón sería muy injusto por nuestra parte. Además, con todos los peros y sin olvidar ni uno solo de los retos que afrontan, hay motivos para la esperanza.
Egipto es, quizás, el ejemplo más claro de participación activa de las mujeres durante las protestas que pusieron fin a los largos años de dictadura y de cómo tanto ellas como las cuestiones relativas a sus derechos han sido marginadas en el periodo de transición. Sin embargo, con su involucración en la fase de revolución, las mujeres ganaron el espacio público y su derecho a la participación política y esto ha supuesto un antes y un después para las egipcias. Por ejemplo han conseguido visibilizar y posicionar en la agenda pública el problema del acoso sexual que, según un informe realizado por el Egyptian Centre for Women's Rights, afecta a un 83% de las mujeres del país. Grupos de jóvenes egipcias y también palestinas han creado mapas del acoso que se encuentran disponibles en la web con el objetivo de informar sobre cuáles son los sitios más peligrosos para las mujeres, recoger datos sobre los casos que se producen y brindar asesoramiento a las mujeres en caso de sufrir violencia en las calles.
En Palestina el movimiento de mujeres se encuentra atrapado entre la lucha contra la ocupación de Israel y la batalla interna por no retroceder en los derechos ganados y la presencia pública conseguida especialmente durante la primera intifada. Debemos destacar la reforma del código penal y la eliminación de algunos de los artículos según los cuales las condenas se reducen cuando se alegan motivos de “honor” y limpieza del nombre de la familia.
En Líbano, un grupo de feministas ha decidido lanzar un ultimátum al Gobierno el mismo día 8 de marzo: si la ley, estancada desde hace años en el paso previo a su discusión en el Parlamento, no se incluye en agenda para las sesiones de finales de marzo, comenzarán una huelga de hambre cuya repercusión mediática esperan fuerce al parlamento a tomar en cuenta las reivindicaciones del colectivo feminista. Tal y como ha expresado una de las jóvenes que ha manifestado su compromiso de llevar a cabo la huelga de hambre: “Ya que el sistema es el que toma las decisiones sobre nuestros cuerpos, será con nuestro cuerpo como lucharemos. Es nuestra única arma”.
Por último, debemos hacer mención a la iniciativa lanzada a través de la página de Facebook The uprising of the women in the arab world, que nació con el objetivo no solo de crear conciencia y movilizar sino también apoyar a todas esas mujeres que se la están jugando en los países de la zona, desafiando a sus familias, gobiernos, líderes religiosos y normas sociales y culturales de marcado carácter patriarcal. Un año después, para conmemorar el aniversario del nacimiento de la página web pidieron a la gente que colgase una foto suya con un cartel que comenzase con la frase “I am with the uprising of women in the Arab world because…”. Apenas tres días después de lanzarse la campaña, más de 80.000 personas habían colgado su foto.
Además, tenemos casos concretos que nos inspiran: el de Zainab Al-Khawaja, encarcelada en Bahrein por su participación en las protestas contra el régimen o Samira Ibrahim, la chica egipcia que llevó ante los tribunales el caso de los test de virginidad a los que fue sometida, enfrentándose a la Junta Militar egipcia, a su familia, al sistema legal y a rompiendo normas y tabús.
Estos son solamente algunos ejemplos de cómo, a pesar de todos los problemas y retos, las mujeres árabes están movilizadas y luchando por el reconocimiento y el disfrute de sus derechos.
En este 8 de Marzo, brindo por todas ellas.