Sólo me ha costado 3 años, 9 meses y 6 días de estancia en Oriente Próximo el atreverme a esbozar algunas ideas sobre la situación de las mujeres en la zona. Ya me advirtieron que aquí nada es fácil. Aún hoy, no me siento del todo legitimada para llegar a conclusiones que alguien pueda tomar en serio. Hecha la advertencia, me lanzo a dar mi visión sobre el momento por el que atraviesan los colectivos feministas en un día tan reivindicativo como hoy 8 de marzo, y que muchas veces no terminamos de entender.
Desde Occidente hemos tenido a veces una visión paternalista y compasiva hacia las mujeres árabes. Incluso hasta el punto de debatir sobre mujeres con velo o no en las protestas de la Primavera árabe. Obviar la lucha que están llevando a cabo miles de feministas que, a pesar de la magnitud de las dificultades, se están manteniendo al pie del cañón, sería muy injusto por nuestra parte.
Y es que a pesar de las diferencias que se dan entre países y tratando de huir de generalizaciones, existen una serie de similitudes en la situación en la que se encuentra el movimiento de mujeres en Oriente Próximo.
Existe una desconexión entre una élite de mujeres urbanas, altamente formadas, de clase social media y alta, que posee un discurso feminista y secular muy fuerte, con acceso a espacios de poder y de toma de decisiones y las mujeres de base, de zonas rurales y de clases más humildes. Mientras que entre las primeras, la prioridad del movimiento se sitúa en los cambios de la legislación, el aumento del número de mujeres en los espacios de toma de decisiones y la armonización entre el sistema legal nacional y los instrumentos internacionales de defensa de los derechos de las mujeres. En el caso de las segundas los esfuerzos se dirigen a satisfacer, lo que podríamos llamar necesidades más prácticas de las mujeres, como reducir los altos niveles de violencia de género y mejorar el acceso de las mujeres al mercado laboral.
No hace falta decir que, en los últimos 30 años, el discurso religioso ha ganado popularidad y adeptos/as y se ha intensificado la presencia de la religión en todos los espacios de la vida pública y privada, con una intromisión clara de la religión en las instituciones políticas, legislativas y judiciales. Estos grupos están atacando abiertamente a los movimientos de mujeres feministas acusándoles de lanzar proclamas contra el Islam y de ser agentes de occidente que buscan destruir la cultura propia y a las tradiciones.
Sin embargo, existen grandes diferencias en los planteamientos en torno a la religión que hacen los diferentes movimientos de mujeres: mientras que en las filas del movimiento de mujeres de zonas urbanas se defiende a capa y espada el discurso secular y una legislación civil e igual para todas las personas independientemente de a qué grupo religioso pertenezcan; en el caso de las mujeres más apegadas a la base se hace hincapié en cambios no tan sustanciales pero sí más pragmáticos. Es decir, teniendo en cuenta la legislación actual y aceptando los tribunales religiosos y el peso que la religión tiene en la zona en estos momentos, intentan buscar interpretaciones más progresistas de los textos religiosos que permitan mejorar la situación de las mujeres, evitando en todo momento la confrontación directa.
Es la lucha entre el "cambio del todo" o "cambio en las partes", modificaciones menos significativas pero más fáciles de conseguir, con un impacto más inmediato, que aceptan el statu quo actual y encuentran menos oposición de los sectores más tradicionales.
Y entre medias de unas y otras, han hecho aparición con mucha fuerza las jóvenes: más cercanas a las primeras en cuanto a origen y perfil social, pero críticas con el activismo de salón y la problemática que conlleva el desconocimiento y alejamiento de la realidad del día a día de las mujeres rurales y de base; alérgicas a las grandes conferencias institucionales y al estilo de liderazgo de mujeres fuertes y carismáticas, de marcado corte individualista; con un sentido más colectivo de la lucha feminista y un concepto muy amplio de la participación política; reacias a recibir fondos y muy cuidadosas de no caer en la oenegenización del movimiento; que buscan establecer alianzas en condiciones de igualdad y basados en el aprendizaje mutuo y la incidencia política; que otorgan gran importancia al uso de internet como herramienta para conectar luchas y para movilizar acciones en la calle. Colectivos como Nasawiyeh en Líbano o Nazra en Egipto son claros ejemplos de estos nuevos grupos que han traído aire fresco al movimiento de mujeres.
Dicho esto, las mujeres árabes de las distintas generaciones, religiones y clase son ahora más que nunca conscientes de la similitud de los retos que enfrentan y de la violencia a la que son sometidas. Es por ello que se encuentran más unidas ahora que antes, y ven los aspectos que les unen en lugar de aquellos que les separan. Y sin duda este 8 de marzo saldrán juntas a la calle para reivindicar sus derechos.