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Muere Jesús Mosterín, el filósofo de espíritu científico

Acaba de morir Jesús Mosterín. La causa de su muerte ha sido un cáncer de pulmón. La última vez que me habló de su enfermedad la detalló con minuciosidad, haciendo las distinciones oportunas, sin ocultar nada, con esa actitud científica que ha exhibido durante toda su vida. Materialista, empírico sin vender humo, sin concesiones a credos o iglesias, el universo era su casa y él se sentía un miembro más. Una especie de mística cósmica inundaba toda su obra. Implacable con una metafísica palabrera o una verborrea que confunde falsa profundidad con filosofar, mantenía una curiosidad extrema por todo lo que atañe a nuestra existencia. Jesús Mosterín ha sido un gran filósofo y una persona que se ha asomado, con el espíritu científico citado, a cualquier área del saber. Solo se quejaba de no tener buen oído musical a pesar de haber nacido en Bilbao. Directo, sin sosa benevolencia, se dedicó a temas tan diversos como la lógica, la física cuántica, la historia, la lucha contra la tauromaquia o una posbioética que conoce los entresijos del genoma o del cerebro. Fue catedrático de lógica en Barcelona. Sus primeros libros en esta materia, Lógica de primer orden y Teoría axiomática de conjuntos, después de una relativamente larga estancia en Alemania, son un paso extraordinario en el estudio de las ciencias formales.

Su insistencia en la lucha contra el sufrimiento inútil infringido a los toros hay que insertarla en su no menor insistencia en que somos nietos de los grandes monos y que al menos los primates deben ser tratados como nuestros primos. Su libro Vivan los animales va en esa dirección. Entre tanto, ha ido escribiendo varios volúmenes sobre Historia de la Filosofía. El primero lleva el título de El pensamiento arcaico y el dedicado al cristianismo contiene más de 500 páginas. Todo con profusión de datos, toques de humor y comentarios críticos muy propios de su personalidad. Sin descaro pero sin esconderse, sin faltar al respeto pero sin callar lo que piensa. Algunos han comparado, no sin razón, su trayectoria con uno de sus maestros, Bertrand Russell. Recordemos también que otro de los libros de Mosterín, escrito con Torretti, consiste en una exposición de los lógicos más influyentes de nuestro tiempo. Investigador convencido, no dejó de ser nunca un buen divulgador. Fue liberal en economía y libertario en la consideración de los individuos como titulares de su cuerpo, de ahí su defensa cerrada del aborto y de la eutanasia. Ha estado presente en multitud de debates nacionales e internacionales y en todos ha brillado como alguien capaz de sostener sus argumentos de modo ejemplar.

Al Derecho siempre lo miró de reojo, lo tomaba como un conjunto de reglas útiles y nada más. No se consideraba de ningún sitio y se oponía con uñas y dientes al nacionalismo. Claro que a un nacionalismo, en buena parte reducido, de componentes más intratables. Trabajador infatigable, lector no menos infatigable y escritor prolífico, desaparece una figura que ha sobresalido en el panorama intelectual español. Es probable que muchos no le conozcan. Pero eso se debe a que dicho panorama intelectual no ha sido especialmente grandioso y a que a los filósofos les haya costado y les cueste entrar de lleno en las ciencias duras. Hoy, por ejemplo, no es posible filosofar sin saber de biología. Eso lo entendió perfectamente Mosterín y lo aplicó. A pesar de su gesto un tanto adusto y de que al razonar le era difícil parar hasta que le dieras la razón ofreciendo la sensación de ser un dogmático, fue un hombre de buen corazón y amigo de los amigos. Ya está en esa tierra que tanto amó.

[Jesús Mosterín, filósofo vasco (Bilbao, 1941), ha fallecido esta madrugada en Barcelona. Desde 1982 es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Barcelona y desde 1996, profesor de Investigación en el CSIC y Fellow del Center for Philosophy of Science (Pittsburgh).Es uno de los introductores de la filosofía analítica, la lógica matemática y la filosofía de la ciencia en España y Latinoamérica. Es autor de 28 libros, entre ellos La naturaleza humana, La cultura de la libertad, Lo mejor posible: racionalidad y acción humana, La cultura humana, Diccionario de Lógica y Filosofía de la Ciencia(junto con Roberto Torretti), Los cristianos y A favor de los toros].


Jesús Mosterín, un filósofo de la vida que no temía ni a molinos ni a gigantes

Fernando Broncano en El Confidencial

Solo conozco dos autores que hayan escrito con distancia sobre la muerte que les cercaba: uno es Raimon Carver, en su poema ‘Mi muerte’, y el otro Jesús Mosterín, en un estremecedor por distante anuncio de su cáncer de pulmón, escrito hace dos años. Mosterín era así: miraba con el desacoplamiento de la emoción que da la razón todo aquello a lo que se enfrentaba. Este escrito fue una de sus últimas lecciones sobre el poder de la filosofía sobre la muerte y un ejemplo de su lejanía intelectual de filósofos como Unamuno y Heidegger, a quienes aterrorizaba, al menos intelectualmente, la disolución orgánica. El cáncer se ha llevado hoy a Jesús Mosterín en Barcelona a los 76 años.

Jesús Mosterín
Jesús Mosterín

Mosterín fue muchas cosas. Su entrada en Wikipedia resume aceptablemente sus facetas como autor, pero si yo tuviera que escoger una diría que fue un filósofo de la vida. Era reconocido internacionalmente como filósofo de la biología, alineado en las mismas trincheras darwinianas que Richard Dawkins y Daniel Dennett, pero yo diría que lo mismo que Stephen Jay Gould, que era su adversario en esta controversia, lo que amaba realmente y sobre lo que pensaba era sobre la vida. Fue conocido recientemente por sus escritos contra los toros, pero desde su juventud se había entregado ya a la causa de la vida animal. Colaboró en su juventud con Félix Rodríguez de la Fuente en aventuras editoriales y de otro tipo. En internet se encuentra una hermosa fotografía juvenil de ambos en la sabana africana. Nunca he dejado de arrepentirme de una discusión que tuvimos sobre las corridas de toros. Confieso que de joven tuve una época en que me gustaron y en una comida juntos, siendo yo un pipiolo, nos enganchamos con el tema. Me revolcó mil veces y otras tantas me revolví. Ahora me avergüenzo de aquellas cegueras que aprendí a resolver con su mirada.

Como buen filósofo de la ciencia, despreciaba la filosofía de la ciencia y amaba la ciencia sobre todo. Ha sido, con Richard Dawkins, el mejor comunicador de la ciencia que haya escrito en los últimos cincuenta años. Escribió de todo: sobre la historia de la lógica, sobre la física, sobre la biología, por supuesto. Incluso sobre la historia de la filosofía. Merece la pena revisitar su historia de la filosofía en sus innumerables volúmenes publicados en Alianza, para entender cuán próximo se encontraba de Bertrand Russell.

De su inteligencia da cuenta una de mis muchas conversaciones sobre él que tuve con Toni Domènech (otra gran reciente pérdida). Decía Toni “viene, y me pregunta sobre un aspecto oscuro de la teoría de la decisión que no controla, le cuento lo que sé, y al día siguiente escribe un artículo que me deja pasmado porque es mucho más claro y lúcido que todo lo que yo podría decir”. Tenía el don de la claridad que solo da el haber comprendido profundamente las cosas. Quienes nos movemos en esas oscuras aguas de la teoría de la ciencia somos testigos. En los años ochenta estaba académicamente de moda analizar los conceptos y teorías de la ciencia. Había miles de artículos sesudos sobre el tema. Él escribió un breve artículo en Investigación y Ciencia que inmediatamente se convirtió en canónico. Más tarde hizo algo similar con la teoría de la racionalidad basada en la teoría de la decisión y con la teoría de la cultura basada en lo que más tarde ha sido denominada memética.

Yo reconozco que tenía mis distancias con su visión de la racionalidad y de la cultura, pero también creo que es imposible hacer nada interesante en este campo sin empezar leyéndose sus textos. En estos sembrados llenos de abrojos, fue muy divertida la controversia que tuvo con Muguerza sobre la racionalidad y los humanes (propuso este término en vez de humanos, que consideraba demasiado cargado de teoría). Javier Muguerza escribió contra él ‘Human, demasiado human’, uno de sus más divertidos ensayos, recogidos en ‘La razón sin esperanza’. Dos buenos pájaros de la ironía. Quienes hemos sufrido sus invectivas (de los dos lados) podemos dar cuenta de ello.

Ha muerto uno de los grandes. Se le recordará por muchas cosas, pero yo querría ahora traer a la memoria algo que muchos no harán: propuso, en su momento, reformar completamente el español escrito para adecuarlo a la fonética. Escribió un libro sobre ello. Esto nos da una idea de la dimensión épica de Jesús Mosterín. No temía ni a los molinos ni a los gigantes.

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