A caballo de la islamofobia occidental y el relativismo posmoderno, el nacionalismo de Modi intenta imponer un islam conquistador y opresivo ante las “juiciosas” tradiciones hindúes
La hostilidad que pregona apunta contra las ciencias naturales y la historia, con la intención de imponer a los musulmanes indios, y al resto del mundo, un nuevo relato nacional
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El 22 de enero de 2024, el primer ministro indio, Narendra Modi, inauguró una construcción kitsch de estilo neoclásico en el mismo emplazamiento de la mezquita mogola más antigua del subcontinente, destruida en 1992 por nacionalistas hindúes.
Fundada por Babur, el primer sultán de la dinastía de Ferganá, la reliquia había sido vandalizada durante revueltas que incluyeron la masacre impune de miles de musulmanes.
El pretexto invocado es que la mezquita habría sido erigida en el lugar del nacimiento del rey divinizado Rāma, un héroe védico que vivió hace 4.000 años. Pero en realidad, este saqueo integrista forma parte de la agenda nacionalista religiosa del Bharatiya Janata Party (BJP), el partido del actual primer ministro.
El racismo de la ofensiva, justificado en nombre de la fe, el culto, el orden social y la identidad hindú, está dirigido principalmente contra los 225 millones de musulmanes indios, que representan 16% de la población del país (en Pakistán viven otros 220 millones y en Bangladés, 155 millones).
Reescribir las ciencias naturales en nombre de la descolonización
En realidad, la campaña coordinada de reescritura contra la verdad científica abarca tanto la historia natural, física y biológica como la historia social y política. Ambas historias contradicen, en efecto, las verdades sagradas sobre la creación y el ordenamiento del mundo, así como la unicidad y la exclusividad hindú dentro del relato nacional.
Este asalto fundamentalista se justifica con el mismo argumento: el predominio del saber tradicional está amenazado por los conocimientos occidentales, percibidos como coloniales, y cualquier legitimidad que se le quiera dar a la “indo-islamidad” también es asimilada a una colonización.
Este giro del argumento anticolonial recuerda aquel que fuera utilizado por el Japón militarista en las décadas de 1920 y 1930. Humillado por un racismo internacional muy real, usó el pretexto del imperialismo europeo para instaurar su propia jerarquía étnica, más opresiva aún.
Este mecanismo de exclusión de los principios del progreso occidental en nombre de un particularismo nacional oprimido es, por cierto, común al fascismo italiano y al nazismo alemán de la misma época.
Asegurar dominaciones antiguas
Antes que nada, este oscurantismo priva a los alumnos de primaria y de secundaria indios del acceso a una información imparcial en los ámbitos biológico, geológico, astrofísico, social y político, en un país donde la tasa de escolarización secundaria pasó de 20% a 70% en 50 años.
Ante esta masificación de la escolaridad, el desvío del combate contra la hegemonía colonial y el universalismo eurocentrado sirve, al contrario, para preservar, fortalecer y reimponer la dominación mucho más arcaica de las castas dominantes, presentadas como nacionales (en particular, los brahmanes religiosos).
La propaganda embrutecedora del BJP se impone sobre el pueblo antes de la especialización del último año de bachillerato. Su objetivo es mantener la ignorancia de las personas en todos en los ámbitos que no les son propios. Así, la reescritura de la historia se apoya en un lugar común, según el cual la civilización india dataría de hace 5.000 años (y más, si la ocasión lo permite).
El argumento de la anterioridad y de la continuidad justificaría una presunta superioridad intrínseca, pero en realidad, se trata de un argumento de legitimación nacional reciente y occidental. No es una paradoja menor que una propaganda reaccionaria utilice herramientas occidentales para pretender restaurar un orden pre y anti-occidental.
Escritura indígena, pensamiento europeo
Para fundamentar su argumento de la anterioridad, los promotores de la reescritura de la historia afirman, contra el consenso científico, que la civilización del Indo (siglo XXIV-XVIII a.C.) ya era brahmana e indoaria.
Esta aserción resucita la tesis (superada) que pretende que la India sería la cuna de los indoeuropeos, una perspectiva europea, racista y colonial. Esto tiene la ventaja de evitar situar a los turco-iraníes musulmanes (gaznávidas, gúridas, mamelucos, turco-afganos, timúridas, mogoles y afganos) dentro de una larga sucesión junto a otros invasores anteislámicos (escitas, kushanes, hunos y turcos).
Esta sucesión milenaria de flujos de pueblos centroasiáticos hacia una porción relativamente extensa del norte de la India concluyó con la barrera británica y luego estadounidense que, de 1838 a 1989, se dedicó a bloquear las invasiones del imperio ruso y luego soviético.
Sin embargo, este proceso fue iniciado justamente por los primeros invasores históricos provenientes de Asia Central: esos mismos indoarios que, hacia el final de la Edad del Bronce, fundaron la religión védica, organizaron las castas de brahmanes y militares (kshatriya) y explotaron a la de los tributarios (vaishya).
Inversamente, desde el nacionalismo, este discurso arianista recurre a una ideología colonial europea que opone las gloriosas “civilizaciones indoeuropeas” frente a las civilizaciones “semíticas” o “tártaras” ontológicamente inferiores. Por lo tanto, no es ninguna paradoja que semejante evocación de un imaginario colonial francés y británico venga a apoyar un combate presuntamente anticolonial.
Una emoción «científica» tuerta
Estos ataques coordinados contra la educación, que no se ajustan a la hegemonía nacionalista hindú, generaron algunas reacciones, aunque asimétricas y disociadas. Por un lado, el sector de las ciencias humanas y sociales indio no recibió casi ningún respaldo universitario a nivel internacional, principalmente en lo relativo a la historia turco-iraní e islámica.
En cambio, ha habido movilizaciones dispersas en los ámbitos de los estudiantes de biología y de física, pero casi nunca citaron el caso de la historia. El régimen de Modi explota estas divisiones universitarias, en particular, la fractura artificial entre un mundo islamófilo, sospechoso de ser hostil a cualquier progreso, y un mundo de las “ciencias duras”, que sospecha del proselitismo de los islamófilos, con una toma de distancia muy relativa sobre sus propios prejuicios culturales e ideológicos.
Así, un artículo de la revista Science aborda la adopción del concepto norteamericano y fundamentalista cristiano de “intelligent design” (“diseño inteligente”) como una novedad, inesperada en un contexto no abrahámico, que no sería hostil a la teoría de la evolución.
Si el mecanismo de apropiación es válido, esta segunda propuesta sobre la evolución parece reflejar los prejuicios occidentales que tienden a valorizar el politeísmo, y especialmente, las “filosofías orientales”, sin tener que demostrar su hipótesis. Sin embargo, los autores posiblemente tienen razón cuando dicen que esta importación se apoya en una rescritura ultrachauvinista de la historia que “pretende que todos los grandes descubrimientos científicos pueden remontarse hasta la India antigua”, divina y brahmánica.
Así, la revista Scientific American habla de la supresión del período de historia contemporánea que trata sobre la “revolución industrial”. Su autor, Dyani Lewis, explica que a los libros escolares también les amputan capítulos enteros sobre las fuentes de energía, la “democracia”, la “diversidad” y los “desafíos contra la democracia”.
En resumen, Nature observa con justa razón que “India no es el único país poscolonial que se debate por la cuestión de cómo honrar y reconstruir en sus programas escolares las formas de saber más antiguas o autóctonas”. Pero el autor solo presenta el ejemplo de los maoríes y su relación con Nueva Zelanda, un país completamente occidental, lo que limita las implicancias del argumento que subraya que ahí, al menos, “no se suprime ningún contenido científico importante”.
De este modo, Science, Nature y Scientific American no le dedican ni siquiera una línea a la cuestión de la enseñanza de la historia antigua, medieval y moderna. Parecen no haber sido informados, o ser incapaces de correlacionar estos ataques con los que afectan a las ciencias humanas, la historia del islam y, al fin y al cabo, los musulmanes, cuya supervivencia física, política y simbólica está amenazada, así como el futuro de la “diversidad” y de la “democracia” de toda India.
Reacciones moderadas
Como resumió la periodista Sushmitha Ramakrishnan en el canal Deutsche Welle (DW), a los 2.000 signatarios que reclaman el regreso de las teorías de la evolución a los libros escolares no parecen preocuparles el fomento de una fantasía religiosa-nacional ni el exterminio de toda forma de comprensión de la historia humana.
Lo único que les importa es “la negación de nuestra comprensión moderna de la evolución”, escribe Ramakrishnan. Esa negación es absolutamente crucial, en efecto, pero es indisociable del discurso histórico nacionalista hindú que la utiliza y la sustenta.
Lamentablemente, solo una ínfima parte de la prensa (nunca los medios especializados en ciencias) alude al aspecto antislámico y antimusulmán de esta reescritura de la historia, siempre con palabras lacónicas. Así, un artículo del Financial Times trata solo sobre la eliminación de la última dinastía india de los mogoles (siglo XVI-XVII) y sobre “la indignación de los ámbitos académicos”, una alusión reductora que el Irish Times reproduce a partir del mismo cable informativo.
Recíprocamente, en estos comentarios no hay ningún tipo de acercamiento al enorme problema causado en las ciencias en general, ninguna elevación a la universalidad y a la humanidad común en relación a las ciencias humanas y sociales, y en consecuencia, ninguna puesta en perspectiva de lo que eso implica para los derechos sociales y políticos de centenas de millones de ciudadanos musulmanes del gobierno de la Unión India.
La preparación metódica de une etnocidio
Del lado opuesto, el canal de televisión Al-Jazeera concentra su atención en los mogoles y lo relativo a las ciencias humanas. El medio catarí ya había expresado en 2018 su preocupación por las señales que presagiaban esa política antislámica, cuando el gobierno del estado de Uttar Pradesh cambió el nombre de la gran ciudad de Allahabad.
Ese “estado-laboratorio” está a la vanguardia de la política de hinduización forzada. Situado durante mucho tiempo en el corazón de los Estados del sultanato de Delhi y del imperio mogol, posee la población musulmana más importante de India: 20% de la provincia, equivalente a 48 millones de habitantes o casi un cuarto de todos los musulmanes indios.
Dirigida por un ministro en jefe (chief minister) racista, el “monje” hindú llamado Yogi Adityanath, esa porción de la población ya perdió la mayor parte de sus derechos. En 2020, ese dirigente militó de una forma relativamente abierta por la expulsión de todos los musulmanes a Pakistán.
Y en relación a las manifestaciones de diciembre de 2019 contra la penalización del divorcio aceptado por el derecho musulmán, Adityanath había declarado: “Si no entienden las palabras, entenderán las balas”. Como su par birmano (y budista) Ashin Wirathu contra los rohinyás, recomendó centuplicar el secuestro de musulmanas en represalia por cada matrimonio de una joven hindú y un musulmán.
Buena parte del relato nacionalista hindú se nutre de la venganza por una colonización islámica del pueblo hindú milenaria. Un elemento clave de este discurso de persecución es el de las llamadas “conversiones forzadas”.
Pero el simple hecho de que los hindúes sigan siendo mayoritarios demuestra que se trata de una fantasía, contradicha además por el derecho musulmán (fiqh), que proyectó hábilmente sobre los hindúes el derecho, en teoría limitado solamente a los monoteístas, de conservar su religión a cambio del pago de una “cuota”, tal como hacen sultanatos locales.
Yogi Adityanath anunció que también quería instalar dioses hindúes “en todas las mezquitas”. De ello se concluye que si existe un movimiento hinduista para derribar mezquitas y construir templos politeístas es precisamente porque no hubo una conversión forzada en India, contrariamente a México, donde ahora el 100% de la población es católica y donde a nadie se le ocurre destruir iglesias para levantar pirámides neoaztecas.
Modi se cuida mucho de no mencionar este aspecto del proceso, para evitar reacciones occidentales. Sin embargo, a nivel federal, su política se destaca sobre todo por el cambio del nombre oficial del país, de “Hindustán” en persa medieval a “Bharat”.
Los historiadores y los islamizantes inaudibles
Contrariamente a la prensa científica, los periodistas de Al-Jazeera no se contentan con hablar de mezquitas y de dinastías musulmanas. Describen toda la revisión de la enseñanza en 14 estados federados y detallan, además del programa de clases del anteúltimo año de secundaria, los capítulos de clases de primer y segundo año sobre la evolución y la diversidad de los organismos, y mencionan la eliminación de la segunda parte del capítulo “Herencia y evolución”.
Citan a un profesor indio que se lamenta de que sus alumnos pierdan así el único “lugar para debatir y desafiar las nociones religiosas”, esa oportunidad de que el “profesor lleve a los estudiantes a distinguir ‘la fe como medio de conocimiento’ y la ‘ciencia como medio de conocimiento’».
En resumen, la prensa islamófila critica claramente la eliminación de las ciencias naturales irreligiosas en el secundario indio, mientras que los medios científicos ignoran o minimizan la erradicación de las ciencias históricas vinculadas al islam. Esta asimetría favorece la imagen internacional del régimen indio, que privilegia la promoción del yoga mientras disimula a aquellos que, entre sus tropas, ahora amenazan abiertamente los símbolos universales como Gandhi o el célebre Taj Mahal.
Cuando la islamofobia se combina con el filohinduismo
Los nacionalistas hindúes avanzan justamente gracias a la ausencia de reacción internacional, atacando las verdades biológicas e históricas, y poniendo en peligro la ciencia en general. Las comunidades occidentales afectadas reaccionaron tímidamente, sin considerar la intersección de sus disciplinas, lo que permitió que la amenaza creciera.
Modi adopta con gusto, y con éxito, una postura descolonial con los hippies y arianista con los fascistas. En este relato eurocompatible, India habría sido al mismo tiempo y sucesivamente un faro científico aplastado por el oscurantismo islámico y luego la víctima de un Occidente desalmado.
El BPJ explota hábilmente la islamofobia, el antidarwinismo, el anticolonialismo y el filohinduismo para poner en marcha su programa de “restauración” reaccionaria, que considera que todo aporte islámico u occidental es una agresión “colonial” contra la autenticidad y la superioridad ontológica de Bharat.
Así, Modi y los nacionalistas hindúes elaboran un relato que puede asociar, por un lado, el islam a la opresión y la regresión, y por el otro, las tradiciones hindúes como costumbres y sabidurías de pueblos originarios que deben imponerse sobre los derechos humanos y las ciencias experimentales.
En conclusión, parece necesario manifestar siquiera un poco de solidaridad con quienes combaten por mantener el derecho de transmitir los conocimientos de biología, física y geología, así como de progreso humano, social y político a lo largo de la historia islámica, británica y luego laica de la India medieval, moderna y contemporánea.
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Traducido del francés por Ignacio Mackinze.
Texto en francés aquí.